La mujer con flujo de sangre mencionada en la Biblia muchas veces había sido rechazada, aislada e insultada debido a su enfermedad y al trato que habitualmente recibían en aquellos tiempos las personas en esa condición. Por eso mismo su acto fue tan valiente.
Pero si nos pusiéramos en su lugar, podríamos sentir también el momento de pesado silencio que acompañó la pausa y la pregunta de Jesús. Se nos dice que Jesús se dio cuenta de que había salido poder sanador de él y que, después de preguntar quién lo había tocado, siguió mirando alrededor para ver quién lo había hecho.
No sé cuántos segundos pasaron desde la pregunta de Jesús hasta la confesión de la mujer, pero la Biblia cuenta que ella se acercó y se arrodilló ante él, asustada y temblando.
Sin embargo, la timidez con que la mujer extendió su mano y se acercó a él muestra que, en lo más íntimo de su corazón, ella sabía quién era él. Tenía fe. ¡Cuánto tenemos que aprender de ese día!
Quizás a veces no nos animamos a acercarnos a Jesús, cuando él es el único que puede limpiarnos. ¿Tenemos la fe suficiente como para creer que un simple toque puede restaurar nuestra vida? ¿Acaso estamos entre la multitud que aleja a los que con toda fe y sinceridad lo buscan? ¿Será que alguna vez Jesús sintió poder que salía de él, miró alrededor y nos vio a nosotros? ¿Ya “tocamos su túnica”? ¿Ya lo hemos buscado con esa fe que dejó a toda una multitud en vilo?
En El Deseado de todas las gentes , Elena de White dice: “No es suficiente creer acerca de Cristo; debemos creer en él. [...] La fe salvadora es una transacción por medio de la cual quienes reciben a Cristo se unen con Dios en una relación de pacto. La fe genuina es vida” (pp. 312, 313, énfasis añadido).
¡Al comenzar un nuevo mes se nos regala una nueva oportunidad de buscarlo con fe, y de tener esa vida!
El poder de la música - 2 de febrero
“Al que tenga sed le daré a beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida” (Apoc. 21:6).
Robert Robinson era un niño pequeño cuando su papá falleció. Como el sistema de asistencia social de esa época no estaba muy desarrollado, tuvo que salir a trabajar ya desde muy joven. Sin un padre que lo guiara y disciplinara, Robert comenzó a pasar su tiempo con malas compañías.
Un día, su pandilla acosó a una gitana que apuntó su dedo hacia él y le dijo que viviría para ver a sus hijos y nietos. Esto lo conmovió y pensó “Si voy a vivir para ver crecer a mis hijos y nietos, tendré que cambiar mi estilo de vida. No puedo seguir como ahora”.
Robert decidió ir a escuchar a George Whitefield, un predicador metodista que con su sermón lo concientizó un poco más acerca del pecado. Con el pasar de los años, decidió hacerse pastor también, y en 1757 escribió un himno que expresaba el gozo de su nueva fe. En él, le pedía a Dios que afinara su corazón para cantar de su gracia y que le enseñara los melodiosos sonetos que se entonan en el cielo. Agradecía por la forma en que Dios lo había rescatado y hablaba acerca de su corazón, tan propenso a alejarse del Dios a quien amaba.
Tiempo después, dejó el metodismo y se hizo bautista. Más tarde comenzó a predicar ideas muy controversiales. Aunque aún seguía amando a Dios, se había alejado mucho del estilo de vida piadoso que llevaba.
Se cree que una vez viajaba en un carruaje y una mujer comenzó a tararear el himno que él había compuesto años atrás. Él le confesó que era el autor, y con tristeza y nostalgia rememoró las épocas en que estaba más cerca de Dios. Le dijo que daría mil mundos por volver a esa intimidad con él. La parte final del himno, en su versión original en inglés, es una oración que dice: “Señor, toma mi corazón y séllalo”.
Quizá tu corazón, como el de Robert, es propenso a vagar y alejarse del redil, pero hoy puedes elevar esa misma oración. Ten la seguridad de que Dios la responderá. Él es la fuente de vida eterna y su piedad inagotable se deleita en perdonar.
Historias de hoy - 3 de febrero
El “ángel” del auto blanco
“Antes que me llamen, yo les responderé; todavía estarán hablando cuando ya los habré escuchado” (Isa. 65:24).
La casa tenía aspecto de dejadez. De un lado había casas abandonadas, del otro una esquina vacía, y enfrente un terreno baldío que daba a la ruta provincial por la que transitaban, casi de forma única, las camionetas de los trabajadores que se veían muy a lo lejos.
Estaba colportando, y me preguntaba si realmente valía la pena golpear la puerta a esa hora, ya que lo más probable era que no hubiese nadie o que estuviesen durmiendo. Pero golpeé de todas formas.
La puerta se abrió lentamente y, apenas lo vi, me di cuenta de que ese hombre estaba ebrio. Me invitó a entrar, asegurándome que no me haría nada. Le agradecí amablemente, pero me mantuve en la puerta. No iba a poder hacer bien la presentación, pero decidí dejarle un libro misionero de regalo. De repente, salió un hombre desde otra habitación y aunque lo saludé, fue más un saludo de despedida que para iniciar una conversación. Se miraron, se rieron y continuaron insistiendo en que entrara. No era tan fácil irme… Si seguía caminando, lo iba a hacer sola por muchas cuadras y tranquilamente podían alcanzarme si se lo proponían. No había a quién llamar. Solo podía orar.
En todo el tiempo que seguí viviendo en ese pueblo, no vi pasar ni un auto más por esa calle, pero ese día, en ese minuto en el que oraba, un auto blanco paró. Era una mujer que había visto una sola vez pero que, de forma “casual”, necesitaba decirme algo en ese momento.
Con la excusa perfecta me alejé de los hombres para hablar con ella, aunque todavía sentía los dos pares de ojos clavados en mi espalda. “Sal de aquí inmediatamente. Esos tipos son peligrosos. Ya me atacaron un par de veces. Vete ya”, me dijo la mujer.
Ella no era un ángel, pero sé que Dios la envió en ese momento, en respuesta inmediata a mi oración. ¿De qué tienes miedo hoy? Ora y recuerda que él responde nuestras oraciones, aún antes de que lo llamemos.
“Así que, aunque expuesto al poder engañoso y a la continua malicia del príncipe de las tinieblas y en conflicto con todas las fuerzas del mal, el pueblo de Dios siempre tiene asegurada la protección de los ángeles del cielo” ( La verdad acerca de los ángeles , p. 11).
Valores - 4 de febrero
“Mas yo esperaré siempre, y te alabaré más y más. Mi boca publicará tu justicia y tus hechos de salvación todo el día, aunque no sé su número” (Sal. 71:14, 15).
“¡Mami!”, se quejó Giuli alzando los hombros, con cara de reproche al ver que lo que habían pactado con su mamá no se estaba cumpliendo según el plan. Y es que su mamá había olvidado el regalito que ella me había preparado con mucho cariño. Después de buscarlo, volvieron. Giuli golpeó la puerta, salí para recibirla y me entregó un pequeño paquetito, con una sonrisa tímida y triunfante a la vez.
La clase anterior habíamos ido a tomar un helado, pero antes habíamos preparado un diálogo para practicar cómo preguntar el precio, pagar y agradecer. Como era parte de la clase, me hice cargo del gasto y las cuatro niñas disfrutaron mucho el momento al vivir una clase diferente.
Y ahora tenía a Giuli parada frente a mí, con sus brillantes ojos negros, esperando ver mi reacción. Su regalo me conmovió.
Había usado sus ahorros para pagar el heladito de la clase anterior y había envuelto muy cuidadosamente el dinero en un sobre improvisado de papel, que había rotulado con prolijidad.
Читать дальше