Harold Segura - Trazos y rostros de la Fe

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Trazos y rostros de la fe : 25 destellos de espiritualidad cristiana, presenta de manera cronológica veinticinco personajes de la historia de la espiritualidad cristiana, desde los primeros siglos hasta finales del siglo XX: Antonio Abad (c.251-356), Padres del Desierto (s.III-IV), Juan Crisóstomo (c.347-407), Benito de Nurcia (c.480-c.547), Juan Clímaco (579-649), Simeón el Teólogo (949-1022), Hildegarda de Bingen (1098-1179), Francisco de Asis (1182-1226), Matilde de Magdemburgo c.1207-c.1282), Maestro Eckhrat (c.1260-c.1327), Juliana de Norwich (c.1342-c.1416), Catalina de Siena (1347-1380), Martín Lutero 1483-1546), Ignacio de Loyola (1491-1556), Hans Denck (c.1495-1527), Menno Simons (c.1496-1561), Teresa de Ávila (1515-1582), Casiodoro de Reina (1520-1594), Hermano Lorenzo 1605-1691), John Wesley (1730-1791), Teresa de Lisieux (1873-1897), Reinhold Niebuhr (1892-1971), Etty Hilessum , Dietrich Bonhoeffer y Óscar Arnulfo Romero.Para cada uno de los personajes, el autor ha hecho un dibujo inspirados en el estilo y la obra del artista gráfico Kreg Yingst (Pensacola FL, Estados Unidos), quien talla en madera (técnica: xilografía) figuras de grandes personajes de la fe y otros. Cada personaje aparece con una breve biográfia, una cita tomada de alguno de sus textos más representativos, un texto bíblico que se asemeje en su mensaje y una pregunta de aplicación espiritual.Está dirigido a todo público, independientemente de su afiliación, o desafiliación religiosa, interesado en el conocimiento de los grandes personajes de la fe cristiana, de sus enseñanzas y del significado de su mensaje para nuestros días. Se puede usar como libro de lectura personal o también en grupos de reflexión y crecimiento espiritual. La lista de personajes fue seleccionada de tal manera que representara el más amplio espectro del cristianismo, unos vinculados a la Iglesia Católica, otros a la fe ortodoxa, otras al protestantismo histórico y a otras corrientes del cristianismo histórico.Dibujado y escrito por Harold Segura, colombiano, teólogo y profesor universitario vinculado a la organización internacional de ayuda humanitaria y protección de la niñez,
World Vision International.

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(251-356)

Dijo Antonio:

“Señor, quiero salvar mi alma, pero los pensamientos no me dejan. ¿Qué hacer en mi aflicción? ¿Cómo me salvaré?”

Semblanza personal:

A Antonio Abad, o Antonio el Grande, se le reconoce como fundador del movimiento eremítico que estaba conformado por personas que, como él, cultivaban su espiritualidad en el desierto. Lo habían decidido así porque querían vivir su fe lejos del agitado mundo de las ciudades de la antigüedad y, sobre todo, distanciados de los centros de poder eclesial. Ante el avance inusitado del cristianismo institucional, aliado al poder imperial y apegado a sus propios intereses, Antonio y un gran número de cristianos y cristianas, decidieron huir. Él fue el primero. Su huida no era evasiva; era una forma consciente de resistencia espiritual y de protesta valiente ante la avalancha de éxitos que ya pregonaba el cristianismo de Roma.

El movimiento iniciado por Antonio se amplió después, más allá de los desiertos, a las montañas de Siria y a los centros de Italia, entre otros lugares. Eremita significó, entonces, no solo quienes vivían en esos lugares particulares, sino, más bien, quienes habían decidido vivir alejados y buscar de esa manera su fe. Antonio optó por una fe sencilla y, de alguna manera, una vida cristiana discreta. Para él fue más importante salvarse a sí mismo (de las tentaciones del poder, la ambición y el desenfreno), antes de esforzarse por salvar a los demás.

Para él, la primera batalla que había que ganar era contra sí mismo. Esto era a lo que llamaba salvación: liberarse de los pensamientos que se oponían a la voluntad del Señor, de sus caprichos egoístas, en resumen, de los demonios de su propio corazón. Por eso se preguntaba “¿Cómo me salvaré?” Antonio encontró esa salvación en el desierto, donde vivió por quince años. Después, empezó una labor pastoral con decenas de discípulos que iban hasta el desierto para buscar orientación y consejo. Así vivió hasta su muerte, cerca del Mar Rojo, con más de cien años de edad, según se cree.

Atanasio (296-373), obispo de Alejandría, escribió Vida de Antonio1, una biografía considerada el documento más importante del movimiento monástico de aquellos siglos. A esta obra se debe acudir para conocer la vida del hombre de “sabiduría divina, lleno de gracia y cortesía”, según lo describió Atanasio.

De su cofre de joyas espirituales:

“Un día el santo padre Antonio, mientras estaba sentado en el desierto, fue presa del desaliento y de densa tiniebla de pensamientos. Y decía a Dios: «Oh, Señor, yo quiero salvarme, pero los pensamientos me lo impiden. ¿Qué puedo hacer en la aflicción?» Entonces, asomándome un poco, ve Antonio a otro como él, que está sentado y trabaja, después interrumpe el trabajo, se pone en pie y después se sienta de nuevo y se pone a trenzar cuerdas, y después se levanta de nuevo y ora. Era un ángel del Señor, enviado para corregir a Antonio y darle fuerza. Y oyó al ángel que decía: «Haz así y serás salvo». Al oír aquellas palabras, cobró gran alegría y aliento: así hizo y se salvó”2.

Enseña la Biblia:

“Riqueza efímera mengua; quien reúne poco a poco prospera. Esperanza aplazada oprime el corazón, deseo realizado es árbol de vida. Quien desprecia un precepto se pierde, el que respeta un mandato queda a salvo. La enseñanza del sabio es fuente de vida, sirve para huir de los lazos de la muerte”.

(Proverbios 13:11-14)3

Nos preguntamos hoy:

Ante el acrecentado individualismo consumista y una cultura orientada hacia la satisfacción personal. Preguntémonos: ¿de qué (o de quiénes) debemos huir para cultivar una vida más plena, equilibrada y en paz con Dios, con nosotros mismos y con el prójimo?
Padres y Madres del Desierto Siglo III IV Decían los padres y madres del - фото 2

Padres y Madres del Desierto

(Siglo III - IV)

Decían los padres y madres del desierto:

“Dijo un anciano: “Prefiero un fracaso soportado con humildad que una victoria obtenida con soberbia”1.

Semblanza personal:

A Antonio Abad, el primer ermitaño, lo siguieron muchos cristianos y cristianas ávidos de imitar su ejemplo de humildad y serenidad. Antes de terminar el siglo IV, los ermitaños poblaron muchos de los desiertos de Egipto y Siria. Escribieron poco, pero vivieron mucho, con intensidad y pasión evangélicas. De estos padres y madres nos quedan sus dichos e historias, conocidos como Apotegmas2.

¿Qué los condujo a vivir de esa manera el Evangelio? Quizá el recuerdo de las primeras comunidades cristianas, tal cual se muestran en el Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 2:42-47; 4:32-37). También el hecho de que por aquellos años la fe había decaído y muchas personas anhelaban revitalizarla. La vida solitaria en el desierto y las montañas ofrecían una oportunidad de seguimiento radical de Jesús. A comienzos del siglo IV “Constantino el Grande, junto a Licinio, habían decretado la tolerancia por medio del Edicto de Milán. A partir de ese momento, la iglesia quedó ligada a los beneficios del poder imperial. Los intereses políticos se unieron a los intereses eclesiásticos; las persecuciones cesaron, la fe se instaló en las poltronas del imperio, y los cristianos sucumbieron ante la tentación de la popularidad”3. Este contexto podría ser otra de las posibles explicaciones para que los nuevos monjes y monjas encontraran en los desiertos una alternativa de vida cristiana más vibrante y fiel al Evangelio, aunque las razones históricas siguen siendo materia de investigación.

La lista de Padres y Madres es extensa: Antonio, Teodora, Macario, Pacomio, Evagrio Póntico, Simón el Estilita, Sinclética, Agatón, Macrina y muchos más. Los asuntos de su mayor interés eran: la humildad (porque la fe se evidencia en la conducta), la caridad (el cristianismo consiste en vivir como vivió Jesús), la conversión (la fe es un camino de trasformación diario), Satanás y los demonios (porque la realidad del mal se hace más evidente cuando se busca practicar el bien), el silencio (porque necesitamos acallar nuestro ruidos interiores y no tener temor de encontrarnos con nosotros mismos), las Escrituras (fundamento de la fe), la salvación (la eterna, que comienza aquí y ahora) y la misericordia (diferente al legalismo detractor que destruye a los demás).

De su cofre de joyas espirituales:

“Un hermano había pecado y el sacerdote le mandó salir de la iglesia. Se levantó el abad Besarión y salió con él diciendo: «Yo también soy pecador».

El abad Isaac… vio cometer una falta a un hermano y lo juzgó. Vuelto al desierto, vino un ángel del Señor y se puso a la puerta de su celda diciendo: «No te dejaré entrar». El anciano preguntó la causa y el ángel del Señor le contestó: «Dios me ha enviado para que te pregunte: ¿dónde quieres que envíe a este hermano culpable al que has condenado?». Y al punto el abad Isaac se arrepintió y dijo: «He pecado, perdóname». Y el ángel le dijo: «Levántate, Dios te ha perdonado. Pero en adelante no juzgues a nadie antes de que lo haya hecho Dios»”4.

Enseña la Biblia:

“Ningún discípulo es más que su maestro, aunque un discípulo bien preparado podría igualar a su maestro. ¿Por qué miras la brizna que tiene tu hermano en su ojo y no te fijas en el tronco que tú mismo tienes en el tuyo? ¿Cómo podrás decirle a tu hermano: “¿Hermano, deja que te saque la brizna que tienes en el ojo”, cuando no ves el tronco que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero el tronco de tu ojo, y entonces podrás ver con claridad para sacar la brizna del ojo de tu hermano!”.

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