Jorge Pastor Asuaje - Por algo habrá sido
Здесь есть возможность читать онлайн «Jorge Pastor Asuaje - Por algo habrá sido» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Por algo habrá sido
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Por algo habrá sido: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Por algo habrá sido»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Por algo habrá sido — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Por algo habrá sido», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
En lo personal, esa inconsciencia respecto a mis limitaciones musicales me llevó a suponer que sabía tocar el bajo, al punto de que acepté una invitación de Eduardo, el vecino de la vuelta, para tocar en un conjunto de cumbia, Eduardo era un tipo bien de barrio, arquero de grandes condiciones pero escasa estatura, obrero metalúrgico y cumbiambero. Al barrio todavía no había entrado el rock; se escuchaba y se tocaba la cumbia, pero la cumbia vieja, tipo los Wawancó, en un estilo que con los años se fue degenerando hasta producir engendros como Los Galos o Los Pasteles Verdes. El conjunto estaba empeñado en sacar un tema propio, “Muchachita tu eres mi amor, muchachita de mi corazón…”, algo así decía la letra. La música, supongo, no sería de una calidad muy superior; empeorada, para colmo, por la interpretación de un bajista que no duró más de un ensayo. No recuerdo que excusas me dieron, pero nunca más me volvieron a llamar.
Tiempo después intentamos formar un grupo de rock con el Bocha, Claudio y el Baby, mis compañeros del Nacional. Salvo Claudio, los otros tres éramos parejos: todos un verdadero desastre. Pero no teníamos conciencia de ello y estábamos convencidos de que podíamos llegar a tocar en público. El público iban a ser las chicas de nuestra división que habían organizado una fiesta. No sé por qué mal entendido, no pudieron coordinar nuestra presentación. El favor que nos hicieron, nos evitaron un papelón del que todavía nos estaríamos acordando… y riendo.
Zamba p’a ti
Mi conexión principal con la música, sin embargo, seguía pasando por Alfredo. Apasionado por la batería, tenía como ídolo a Mingo Martino, el jazzista cuarentón que estaba siempre con su orquesta en los bailes de Universitario, y no tardó en convertirse en un buen baterista. Pero claro, un baterista no pude ponerse a tocar “La cucaracha”, ni “Para Elisa”, ni “Pájaro Campana”, la batería es un instrumento jodido para ser solista, no es como la guitarra o el piano, ni siquiera como el violín o el bandoneón. Pero había dos guitarristas y un bajista que andaban buscando un baterista para formar un conjunto y se enganchó con ellos.
El cuarteto de Alfredo comenzó a ensayar intensamente, yo me convertí en su principal espectador, en hincha acérrimo y en letrista potencial, porque les había gustado la idea de que escribiera canciones para ellos. Así fue surgiendo mi amistad con los “Raules”, los guitarristas del grupo. Raúl R., la segunda guitarra, era una bestia descomunal, de casi dos metros y más de cien kilos. En cualquier lugar llamaba la atención por su tamaño, sobresalía notoriamente de la media normal. Esa altura no lo hacía sentir superior, sino todo lo contrario; le creaba un complejo terrible. Eso lo descubrí en las vacaciones de invierno en Tandil. Fuimos los dos solos y salimos a dar vueltas por la ciudad, para tratar de levantarnos alguna mina; cada vez que nos acercábamos a alguna yo no tenia mejor idea que joder con su altura. Me puse muy pesado con ese tema (he descubierto que a veces soy un tipo bastante jodido con los defectos ajenos) y Raúl se calentó feo conmigo. Pero después se amargó mucho y se fue a tomar un café solo. Ahí me di cuenta de cuanto le jodía esa estatura que otros mirábamos con envidia. A pesar de su tamaño, Raúl no era un duro, sino un tipo bonachón y generoso. Al llegar el verano nos consiguió un trabajo en una droguería. Ordenando medicamentos durante varias noches pudimos ahorrar dinero para irnos de vacaciones.
El otro Raúl era un virtuoso de la guitarra, que me maravillaba por su capacidad para interpretar a Jimmi Hendrix y, en especial, a Santana. Era el momento en que estaba de moda Santana con su célebre Samba p´a ti.
La introducción de “Samba p’a ti”, tiene un arpegio inconfundible. No era tan difícil, pero pocos podían tocarlo bien, y Raúl lo tocaba a la perfección. Iba al Nacional, como el otro Raúl, y confesaba haber sido hasta no hacía mucho “un boludo atómico”, al que sólo le interesaba hacer facha en el centro y entrar a los bailes del Jockey. Raúl tal vez hubiese conseguido algún éxito como rockero, pero unos años después resolvió que en su vida había cosas más importantes que aspirar a ser un John Lennon o un Mick Jaegger. Para ese entonces ya nos veíamos muy circunstancialmente, aun así la relación establecida entre nosotros perduraba, aunque ya nos unía otro interés, más allá de la música.
Yo sabía que Raúl que había empezado a estudiar ecología y estaba militando en política, pero no sabía en qué organización militaba. La última vez me lo encontré en el colectivo, el golpe de estado tenía apenas un par de meses y el miedo mío una eternidad. Era otoño, la tarde recién había nacido, un sol tímido entibiaba el preámbulo de la amargura. A esa hora, a esa altura del año, los colectivos por el Belgrano se iban llenando con una carga variada de estudiantes, docentes, empleados y jubilados yendo a estudiar, a trabajar, a hacer trámites, a matar el aburrimiento en la casa de algún pariente o a las primeras funciones del cine continuado. Yo venía de City Bell, a los primeros controles de la tarde, estaba sentado en los asientos del fondo de todo, en el medio, porque desde ahí tenía más panorama para observar los movimientos en el colectivo y decidirme a bajar si veía algo raro. En Gonnet subió Raúl y se sentó al lado mío. Cuando uno está viviendo en la clandestinidad no es mucho lo que puede hablar, excepto que esté dispuesto a mentir. “Estoy viviendo en tal lado, estoy trabajando en tal otro”, esas trivialidades que forman parte de las charlas normales entre personas que hace mucho que no se ven, en ese caso no tienen lugar. Raúl* sabía que yo estaba en una situación de seguridad delicada y yo sabía que él tenía una militancia comprometida, y no nos hicimos ese tipo de preguntas. Casi a entredientes iniciamos una conversación política que amenazaba con profundizarse cuando al llegar a la caminera el colectivo se detuvo adosándose a una fila que esperaba a ser revisada por los policías del destacamento. Entonces nos sentimos unidos como nunca lo habíamos estado: por unos cuantos minutos, que parecieron interminables, compartimos el miedo. Casi en silencio, en un colectivo repleto donde era peligroso hablar de ciertas cosas, esperamos que llegara el momento en el que podría decidirse nuestra vida o nuestra muerte. Alguno de los dos podía llegar a no pasar el control, o tal vez ninguno de los dos. No lo sabíamos, todo iba a depender de la sagacidad o de la buena voluntad del policía o del militar que nos revisara, o quizás de algún imponderable que no podíamos prever. Cuando le llegó el turno a nuestro colectivo nos dimos cuenta que el control era selectivo, revisaban a unos sí y a otros no. A nuestro colectivo lo hicieron seguir. Respiramos aliviados y seguimos conversando unas cuadras más, todavía conmovidos por el miedo. Después cada uno se bajó en un lugar distinto y nunca más volvimos a vernos.
Yo supe de él recién tres años después, por los diarios y por los comentarios de los exilados. Junto con su hermano estaba en la larga lista de desaparecidos cuyas madres buscaban denodadamente, sacudiendo la conciencia del mundo. Y la suya, quizás, sea la más emblemática de todas.
* Raúl es Raúl Bonafini
Los primeros trabajos
Lentamente, la música, la política y las vacaciones iban haciéndose un lugar entre nuestras inquietudes, aunque sin desplazar del todo al fútbol. Las salidas de los fines de semana yo las alternaba entre algún programa con los compañeros de Alfredo, las incursiones por las confiterías bailables con Ruben y alguna salida con Julio y con el Pato. Analizándolo en perspectiva, mi vida no era nada sacrificada; estaba enteramente dedicada a las obligaciones del estudio, que no eran muchas: me limitaba a ir al colegio, siempre tarde, y a Educación Física, también tarde, para ser coherente. Hacía las tareas imprescindibles como para cumplir y estudiaba cuando tenía ganas, a las apuradas; aún así, mis notas eran bastante satisfactorias, recién me llevé una materia a examen en tercer año: matemáticas. La profesora era una mujer gorda, muy seria, que me tenía conceptuado como un vago, lo cual se ajustaba bastante a la realidad. El día del examen me fui con el traje negro de casimir inglés que nos había hecho hacer mi padre en su segunda visita en seis años. El traje era impecable, a medida, pero yo tenía el pelo larguísimo, todo enrulado y una pinta de zaparrastroso terrible. Así que la profesora cuando me vio dijo: “Asuaje, si no se peina no entra a dar examen”. Y yo accedí. Me mojé bien la cabeza y entré. Debí haberme negado, ella no tenía derecho a prohibirme dar examen, pero en ese momento ni se me ocurrió rebelarme. Cuando me tocó dar fui tan rápido y tan preciso que me pusieron diez y la profesora me preguntaba asombrada: “Asuaje, ¿cómo hizo?”.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Por algo habrá sido»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Por algo habrá sido» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Por algo habrá sido» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.