Jorge Pastor Asuaje - Por algo habrá sido
Здесь есть возможность читать онлайн «Jorge Pastor Asuaje - Por algo habrá sido» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Por algo habrá sido
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Por algo habrá sido: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Por algo habrá sido»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Por algo habrá sido — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Por algo habrá sido», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Del lado de los varones, el hospital era un racimo de pabellones entre jardines lúgubres y calles desparejas. Los pabellones eran edificios chatos y amplios. Con techos de tejas y arcadas coloniales por las que se entraba a unos salones enormes y fríos. A derecha e izquierda se alineaban decenas de camastros de hierro, dejando en el medio un ancho pasillo. Pregunté por el primo de mi vieja, y me mandaron a una sala que estaba bien adentro del hospital; tuve que atravesar unos cuantos senderos y pasar por delante de varias construcciones. Allí, en los paredones descascarados, con tizón negro, vi varias veces escrita la misma frase:”son como un sapo los ojos de la india argentina”. Al lado de la frase casi siempre había un dibujo de algo que no alcanzaba a distinguirse bien si intentaba ser el ojo, si intentaba ser la india o si intentaba ser el sapo, pero resumía, de alguna manera, las tres cosas.
Yo era un pibe que buscaba trabajo, de lo que fuera, y podía ser eso. Podía ser. “En el hospital funciona un club para los internados, un lugar que se creó para que puedan hacer actividades culturales, para que tengan una forma de entretenerse y se puedan ir preparando para cuando salgan, los que están en condiciones de salir. Si él empieza a ir ahí a colaborar, a lo mejor después consigue entrar como empleado”. La vieja estaba desesperada por conseguirme un laburo y un día se encontró con un primo casi desconocido que trabajaba como enfermero en Romero, aprovechó y le pidió a ver si no me podía conseguir algo. Él me llevó hasta el club, una especie de casilla Tarzán pero muy amplia, en la que había un par de salas con libros y elementos para pintar y dibujar. No me prometieron nada, pero me preguntaron qué podía hacer y a esa altura lo único que se me ocurrió que yo podía hacer era dirigirlos para hacer ejercicios y jugar al fútbol. Les pareció bien y arreglamos para arrancar otro día. Esa misma tarde conocí a Alfredo, un sicólogo de barba negra rala y pelo largo con el que me tomé el colectivo de vuelta. Me había llamado la atención un hombre que había conocido en el club, me había impresionado por dos cosas: no tenía el aspecto de la mayoría de los otros enfermos, sino más bien el de un empleado que va todos los días a su trabajo, vestido modesta pero pulcramente, y tenía la cabeza deformada debajo de la nuca por una protuberancia enorme. “Ese hombre, me dijo, tiene una inteligencia extraordinaria y sabe muchísimo, en realidad no debería estar acá, pero la lesión le afectó el cerebro. Es una herida de guerra, lo hirieron en la Guerra Civil Española y le quedó una esquirla incrustada”. El viaje con Alfredo fue muy corto, se bajó en La Granja, a un par de kilómetros de Romero:
- No sé si vamos a durar mucho; a nosotros, los del club, los directores del hospital no nos quieren, dicen que lo que hacemos es subversivo, alcanzó a decirme.
- Y tienen razón, le contesté cuando se estaba por bajar. No tuvo tiempo de que le completara la respuesta y lo dejé pensando. A esa altura yo ya empezaba a pensar que trabajar con los locos era una forma de cambiar el mundo.
La tarde que me presenté a iniciar mi trabajo había un sol tibio y claro. En la sala de mi pariente pude reclutar alrededor de una docena de pacientes para iniciar mi experiencia como terapeuta deportivo. Uno de ellos era un gordito panzón y narigón, con cara de ratón y piernas largas, decía constantemente algo así como “Ta gueto” y eso aparentemente tenía un significado distinto para cada ocasión, según me lo traducían los demás. Ese era el más inquieto y el más emprendedor, aunque su coordinación de movimientos estaba lejos de ser la mejor. El resto eran en su mayoría adultos de edades indescifrables, que podrían variar entre los treinta y los cincuenta, algunos físicamente estaban bastante bien y ejecutaron sin muchos problemas los primeros ejercicios que les propuse. Arrancamos trotando un rato en la cancha de fútbol y después hicimos una serie de ejercicios para culminar con una especie de salto al rango: unos se ponían en cuatro patas y otros los saltaban y les pasaban por abajo, alternativamente. Los que iban terminando el recorrido se ponían en cuatro patas al final y así continuaba la ronda. En un momento de pronto veo que uno de los locos queda planchado en el piso, duro, con los ojos desorbitados. “! Cagué, pensé, lo único que me falta es que el primer día de trabajo se me muera un loco”. Pero fue como una epidemia, enseguida se fueron cayendo otros y yo desesperado, sin saber qué hacer. Estaba solo con mis diecisiete años y una docena de locos que se me iban muriendo adentro de la cancha. Pero los otros locos no se desesperaron, eran locos pero no boludos. “No te asustes, es epilepsia”, me dijeron y, mientras algunos fueron a buscar a los enfermeros, otros me ayudaron a socorrer a los desmayados. Poco a poco fueron recuperando la “normalidad”; al rato ya, la tragedia inminente no era más que una anécdota jocosa en mi cortísima carrera laboral. Tan corta que por razones administrativas y no sé cuanto más, me dijeron que no había ninguna posibilidad de entrar a trabajar allí y no tenía sentido que siguiera yendo.
La política
“Si no estábamos haciendo nada...”
Al principio fue por joder. Una excusa para poder entrar en el Liceo y sacar a la calle a todas las minas. Porque uno se sentía medio como un héroe entrando a levantar las clases, ante las protestas de las viejas carcamanes que estaban al frente del colegio. Las sacábamos al patio, les dábamos unos discursos y después nos íbamos todos juntos a levantar las clases en Bellas Artes, ya era una rutina. Cualquier excusa era buena: la amenaza de reforma educativa, el alto costo de vida, la solidaridad con los estudiantes reprimidos en Groenlandia; todo servía para armar una asamblea en el patio y a partir de allí levantar las clases e iniciar la recorrida. De una manera festiva, gritando y saltando como si estuviésemos en la tribuna, nos íbamos por el medio de la calle en manifestación hasta los otros dos colegios y casi siempre terminábamos con un acto en el patio de Bellas Artes, donde cualquiera podía despacharse con un discurso. Pero esa vez decidimos hacer algo distinto.
No éramos muchos, la asamblea se había extendido demasiado y la mayoría había optado por irse a la casa o a tomar algo al centro, no eran pocos los que aprovechaban la volada nada más que para zafar de horas de clase. Los que quedamos en la asamblea resolvimos manifestar frente al diario El Día, allí en diagonal ochenta. La columna que formamos dificultosamente cubría todo el ancho de la calle, no teníamos banderas ni pancartas, era una cosa totalmente improvisada y las consignas eran confusas, pero comenzamos a gritarlas con fuerza, estacionados en medio de la calle, cortando todo el tráfico. Hacía un rato que estábamos gritando cuando llegó. Vino por la diagonal desde cuatro hacia tres y no nos dio tiempo a nada. Emergiendo por la escotilla del camión, un policía del cuerpo de infantería apuntó hacia la columna con su lanzagaces. No nos dieron la voz de alarma ni nos intimaron a dispersarnos, el policía disparó directamente y entonces se produjo el desbande generalizado. Del camión celular bajó un pelotón de policías y comenzó a perseguirnos. Algunos siguieron por diagonal ochenta y otros doblamos por cuarenta y seis. Allí se estacionó un patrullero del que bajó un oficial dando órdenes. Yo estaba desconcertado, no entendía por qué nos reprimían. Entonces me volví sobre mis pasos y con absoluta ingenuidad fui a preguntarle al oficial “¿Por qué nos reprimen, si no estábamos haciendo nada?”. Más desconcertado que yo, el oficial no encontraba respuesta y para defenderse me ordenó que me retirara. Yo insistía, entonces Guillermo, recuerdo que ese día estaba Guillermo, me vino a buscar para convencerme de que era mejor irnos. El oficial me amenazaba con llevarme preso y me ordenaba que me retirara, pero no se animaba a hacer nada, no sabía qué decir. Estaba preparado para pegar y para perseguir, pero no para contestar preguntas y nunca se había imaginado que un manifestante en vez de salir corriendo se parara a pedirle explicaciones.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Por algo habrá sido»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Por algo habrá sido» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Por algo habrá sido» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.