CON PERDÓN
DE LA PALABRA
CON PERDÓN
DE LA PALABRA
natalia crespo
Dirección editorial: Gastón Levin / Silvia Itkin
Diseño de tapa e interior: Donagh / Matulich,
sobre diseño de colección Estudio ZkySky
La obra “Sin título” (dibujo con grafito y lápices sobre papel - 15 x 21 cm.,
año 2017) se reproduce con autorización de su autor, Gustavo Stocovaz
http://guaznimu.blogspot.com
© Natalia Crespo, 2019
© Obloshka, 2019
ISBN: 978-987-46902-6-5
Hecho el depósito que marca la Ley 11.723
Libro de edición argentina. Impreso en Argentina.
Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial
de esta obra sin previo consentimiento del editor/autor.
Crespo, NataliaCon perdón de la palabra / Natalia Crespo. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Obloshka, 2019.224 p. ; 20 x 14 cm.ISBN 978-987-46902-6-51. Narrativa Argentina Contemporánea. 2. Literatura Argentina. I. Título.CDD A863 |
Para Diego, con amor
Los lugares, personajes y situaciones de esta novela
son enteramente ficcionales. Cualquier coincidencia
con la realidad es pura semejanza.
“Me aproximé y vi a una familia importante de Adrogué.
Vi sobre una mesa sobre un paño de seda un canelón.
Que no era un canelón sino algo expelido por matriz
humana, de otra forma el cura no bautizaría. Averigüé
y una enfermera me contó que todos los años la
pareja distinguida traía un canelón para bautizar.
Que el doctor le aconsejó no parir ya porque
aquello no tenía remedio. Y que ellos dijeron
que por ser muy católicos no debían dejar
de procrear. Yo a pesar de mi minusvalía
califiqué el tema de asquerosidad, pero no podía
decirlo. Esa noche no pude comer de asco.”
Aurora Venturini, Las primas
Su Señoría:
No nací para este encierro que me habita como un parásito, este encierro que aspiro y exhalo noche y día y que parece fogonearse en una pipa infinita. Tampoco nací para el fingir que, como un silicio, llevo clavado a mis carnes ya de un tiempo a esta parte. Cierto es que mi cuna era de lata, no de plata, y cierto es que el tiempo me fue llevando por este río de desgracias, la vida, montado yo a la cuna de lata y siempre bamboleante, siempre a punto de caer.
¿Escuchó alguna vez la expresión “¿es o se hace?”? Yo todavía no sé si soy o me hago, si mi problema acaso no fue confiar demasiado en lo que leía, más que en lo que veía y vivía, dejarme llevar por mis fantasías e ilusiones, siempre a la espera de lo soñado, al punto de no poder discernir los lechos de los hechos, los suelos de los duelos, lo propio de lo ajeno.
Solo usted puede remediar mi estado, señora Juez. Un hada buena frente a un huérfano viejo y andrajoso. Solo usted puede bajarme de la lata, subirme a la orilla, frotarme un poco, sacarme la pipa, desclavarme el silicio.
Le escribo esta carta confiado en que podré ablandar su jurídico corazón. Iré contándole la historia de mi vida y entenderá Su Merced cómo llegamos a esta situación, que me tiene a mí encerrado y a usted, ya verá, con el horror abriéndole la boca.
De nada sirve ser tan legalista, ajustarse tanto a la letra chica del Código Penal. Siempre hay caminos alternativos, Su Señoría, ramas inesperadas en este río zigzagueante por el que todos, sea en plata o en lata, navegamos a la deriva. Al fin de cuentas, no es tan mala la propuesta de mi abogadito. Piénselo. Un gran valor humano llamado “contactos” unido a otro gran valor humano llamado “dinero” sabrán aliviarle todo mal trago y usted quedará flotando, no solo en su cuna de plata, sino también con algunas orlas de oro embelleciendo su persona. Que no es coima, Su Merced. La familia prefiere llamarlo “agradecimiento”.
I
Vine al mundo marcado por la impiedad divina. Sin suerte. Sin el beneplácito de Afrodita, diosa del amor y la belleza. Se la hago corta: no tengo pies. Tengo dos piernas que el Señor —por desidia o afán de aquelarre— no quiso terminar de formar. Dos trozos de carne engordados en los muslos y escuálidos desde las rodillas para abajo, rematados en dos muñones a la altura de los tobillos. Luego, el vacío, la total ausencia de esas pequeñas raquetas perpendiculares al cuerpo. Pies, tan corta la palabra como el trozo de cuerpo que representan. Y tan inalcanzables. Pies, como una aberración del verbo piar.
Mi cuerpo siempre me avergonzó. Dicen que mi madre, Doña Herminia de los Nogales, de escaso entendimiento y aún más escasos recursos, al parecer no logró estarse quieta durante el embarazo porque debía trabajar la pobre sin descanso en un taller clandestino de Flores, fabricando medias y camisones y bombachas a destajo. Prendas de algodón, rosadas y suaves. Tan suaves y rosados como mis muñones al nacer yo. Con el desgaste de los años y la mucha intemperie, se han vuelto de un marrón arratonado y hoy tienen en las puntas esa rugosidad propia de los codos “normales”.
Sin embargo, el Señor tuvo un gesto noble conmigo, un descanso dentro de la fumada de porro que se debe haber mandado al concebir mi existencia: tengo un rostro hermoso, con un “perfil griego”, nariz recta y mucho pelo renegrido y ondulado. Y mi belleza no termina en la cara: un poco por herencia, otro poco por los esfuerzos de la silla de ruedas, mis brazos son musculosos; mi pecho, amplio.
Pero, ante todo —y lo digo sin fanfarria— soy un hombre curioso y pensante. Desde el día en que descubrí en un libro de arte la escultura El Pensador de Rodin, declaré a mi alrededor (es decir, a los muchachos del barrio y los curas de mi colegio) el parecido entre mi figura (vista de costado, descontando el renegrido y sin enfocar muy abajo) y la del tal Rodin. Así que desde joven y un poco a pedido mío, todos me llaman “Muñón el Pensador”.
De no haber tenido una cuna de lata y desgraciada, habría vivido de esta riqueza espiritual, haciéndome catedrático o escritor o, mejor aún, Juez Nacional. Forrado en plata, habría recorrido el mundo con yates, autos importados y bellas amantes. Pero muy otra fue la suerte que me salió en las cartas de la vida. Si no hubiese nacido deforme, habría puesto pies en polvorosa, como decía mi maestro Bartolo (ya le iré contando quién ha sido Bartolo), pero no pude. Y de eso justamente trata esta historia: de pies, de polvos y de lo que no se pudo.
II
Soy de Benavídez, provincia de Buenos Aires, y nací en 1976. Más precisiones que estas no tengo, vaya a saber cuántos días después del alumbramiento se dignó mi padre a anotarme en el Registro de las Personas. Hasta de que yo fuera persona dudó el desalmado (por mi condición física, a la que ya me referí y que no hace falta repetir porque la deformidad es algo que nadie olvida, Su Señoría, y menos usted, jueza tan inteligente y dedicada).
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