Borja Galmés Belmonte - El misterio del Atlas de Oliva

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El misterio del Atlas de Oliva: краткое содержание, описание и аннотация

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Un hallazgo fortuito es el detonante que llevará a Tania y a sus amigos a iniciar una trepidante búsqueda a través de algunos lugares destacados de la ciudad de Madrid, con el único propósito de descifrar un misterio cuya clave parece perderse en los anales de la historia. Aunque pronto descubrirán que no son los únicos tras la pista de dicho misterio.La narración se ve salpicada por algún que otro capítulo histórico que, inevitablemente, alguna relación han de tener con el enigma escondido. Sin duda, se trata de un inquietante relato, donde la historia y el misterio se entremezclan para cautivar a los jóvenes lectores en una apasionante lectura.

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Había transcurrido casi media hora desde que le informaron de la muerte de su abuela, pero Tania seguía enormemente confusa. Creía entender lo que significaba morirse, pero ahora se daba cuenta de que no era así. Nunca imaginó el vacío tan enorme que queda tras una noticia de ese tipo. Jamás habría adivinado la enorme sensación de extrañeza que resulta al saber que ya no volverás a hablar, a mirar, a escuchar a aquella persona a la que tanto quisiste. Era la primera vez que experimentaba este sentimiento. Sus abuelos paternos habían fallecido siendo ella muy pequeña, de modo que para Tania no eran sino un recuerdo postizo, adoptado por empatía hacia su padre. Pero esto, esto era distinto. Además, la abuela Lucía era una persona muy especial, con la que siempre había tenido una enorme complicidad. Y ahora, aquella complicidad se había esfumado, sin que nadie le hubiese pedido permiso. ¡¡No era justo!!

Fue entonces cuando se acordó de su abuelo. Había estado tan inmersa en su dolor, que apenas había tenido tiempo de pensar en cómo se encontraría su abuelo Ramón. Ni siquiera había preguntado por él.

Por ello, se acercó a su madre y, con la voz un poco tomada aún, le preguntó:

—Mamá, ¿cómo está el abuelo? ¿Dónde está?

Su madre, intentando reprimir las lágrimas, le contestó que se hallaba en el tanatorio.

—Yo me voy ahora para allá. Papá se quedará de momento con vosotros hasta que venga la tía Rosa.

—¿No puedo ir contigo? —preguntó Tania.

—No me parece muy buena idea, hija. Lo de los tanatorios es un trago difícil. Creo que sería mejor que te quedases aquí. Además, seguro que tu hermano agradecerá tenerte cerca en estas circunstancias.

—Vale, pero dale un beso muy grande al abuelo de mi parte.

—Se lo daré. Sé que le encantará —contestó su madre sin poder contener, ahora sí, un par de lágrimas silenciosas que circundaron su rostro.

La jornada había sido demasiado intensa, y, ahora que estaban en la cama ella y su hermano Guille, Tania se sentía agotada, pero sin poder conciliar el sueño. Sus padres aún seguían en el tanatorio, mientras ellos permanecían en casa con la tía Rosa, la cual se había esforzado por tenerlos distraídos. Pero, a pesar de sus generosos intentos, ninguno de los dos había conseguido quitarse de la cabeza lo sucedido. Tania estuvo un buen rato dando vueltas en la cama de un lado para otro, incómoda, intranquila. Con sigilo, se levantó y se asomó al cuarto de su hermano. Al verlo, sintió cierta envidia sana, pues, por la quietud del bulto que se perfilaba entre sus sábanas, imaginaba que este ya había conseguido conciliar el sueño. Sin embargo, un tenue sollozo entrecortado le hizo darse cuenta de su equivocación.

—Guille, ¿estás bien? —murmuró Tania.

—Yo creo que no —contestó Guille con una ingenua sinceridad que conmovió a Tania.

—¿Quieres que me acueste contigo? —preguntó esta.

—Vale.

Tania se acurrucó junto a su hermano, que seguía sollozando de un modo casi mudo.

—No llores más, Guille.

—Es que no puedo dejar de pensar en lo que me gustaría que la abuelita Lucía me diese un abrazo. Y eso ya no va a pasar nunca más.

A Tania se le saltaron las lágrimas al escucharlo. Lo agarró fuertemente, juntando sus cabezas como solían hacer cuando compartían alguna preocupación, y así permanecieron un tiempo indefinido, hasta que el cansancio hizo sucumbir a su hermano en un sueño abotonado por pequeños y entrecortados resoplidos. Y, extrañamente, en la quietud de la incipiente noche, por primera vez desde que había conocido la noticia de la muerte de su abuela, Tania sintió un poco de paz. Entonces susurró.

—Abuela, TE QUIERO.

Y, cerrando los ojos, dejó que el recuerdo de su abuela Lucía la meciera hasta dormirse.

3

Un secreto inesperado

Habían trascurrido ya casi dos meses desde lo de la abuela Lucía, y el ambiente en casa seguía siendo algo triste. Estaba claro que no era fácil asimilar lo sucedido, especialmente en días como este, cuando llegaba el fin de semana, que era cuando solían verse con los abuelos para comer juntos o hacer cualquier plan con ellos. Una de las actividades favoritas de los abuelos era, sin duda, salir a andar por la sierra. Y, aunque últimamente ya no podían hacer grandes caminatas, el mero hecho de pasear entre sus bosques, junto a sus ríos, etc., constituía siempre un plan perfecto. Pero ahora, la cosa había cambiado. Mamá tenía que ir de vez en cuando con su padre para ayudarle en su día a día. Guille y ella no habían vuelto a la casa de los abuelos desde entonces, y eso era algo que quería retrasar todo lo posible, sabedora de que le resultaría muy difícil estar entre aquellas paredes sin la presencia de la abuela.

En estos pensamientos andaba Tania, cuando oyó la voz de su madre:

—Niños, me bajo un momento a comprar unas cosas que necesito. Os quedáis solos un rato. Portaos bien —dijo su madre sentenciando con el archiconocido golpe que daba la puerta de la calle al cerrarse.

El padre de Tania había salido temprano, así que, efectivamente, estaban solos en casa. Aquello despertó en ella ese instinto tan característico suyo de responsabilidad y protección hacia su hermano, lo que la empujó a salir de su habitación y husmear por la casa hasta localizar a Guille y comprobar lo que estaba haciendo. Lo encontró en su cuarto jugando, como de costumbre, con sus Lego.

—Qué raro… —murmuró para sí en tono irónico.

Al verse en casa sin sus padres y con su hermano ocupado, pensó en acercarse una vez más a la biblioteca de su padre. Y entonces, de golpe, se acordó.

—¡¡El Atlas de Oliva!!

Con todo lo ocurrido, no se había vuelto a acordar del desaguisado que había causado en aquel preciado libro. Así que, no sin cierto nerviosismo, se acercó hasta la estantería donde descansaba el códice. Tania posó su mano sobre el lomo y tiró con suavidad de aquel libro, como si creyera, de un modo un tanto pueril, que por tratarlo con mimo el problema habría de resultar menor. Sin embargo, al abrir su tapa, pudo comprobar que no era así. Sobre la guarda del libro se extendía una enorme mancha de color marrón que ocupaba casi media página. Al verlo, de forma instintiva, lo cerró con brusquedad. Enseguida notó cómo su corazón se aceleraba. Volvió a abrir el libro y comprobó con mayor certidumbre el alcance de los daños. Era incluso peor de lo que había imaginado. Aquello iba a suponer un gran disgusto para su padre, y no estaba el ambiente para más enfados. Entonces, se le ocurrió una idea. En algún sitio había oído que se podían limpiar las manchas de las páginas de los libros pasando suavemente un algodón mojado en alcohol por la zona afectada. No sabía si esto sería una buena o mala idea, pero algo había que intentar. Así que, sin pensárselo dos veces, se acercó con urgencia hasta el armarito donde se guardaban los medicamentos y, cogiendo un trozo de algodón, lo mojó levemente en alcohol. A continuación, abrió el libro y comenzó a deslizar el algodón con delicadeza sobre aquella ominosa mancha de colacao. Después de hacer un primer barrido, parecía que, afortunadamente, la intensidad de la mancha había disminuido. Aún se notaba demasiado, pero ya no era aquel manchurrón marrón que tanto la había asustado. Tania se acercó hasta la ventana buscando aquella agradecida luz matinal que entraba por el cristal inundando el salón, para ayudar a secar el alcohol, con la idea de intentar una segunda limpieza. Mientras soplaba sobre la página para acelerar el secado, percibió algo que llamó su atención. En toda la zona afectada por la mancha se podían entrever lo que parecían ser unas palabras escritas. Con enorme curiosidad y sorpresa, Tania inclinó un poco el libro intentando que la luz del sol incidiera sobre él del modo más adecuado posible. Efectivamente, parecía que, por debajo del papel, había algo escrito. El texto estaba incompleto, pues solo había aflorado la parte tratada con alcohol. Si quería verlo en su totalidad, tendría que impregnar toda la página. Tras armarse de valor y sentenciar con un «de perdidos al río», comenzó a frotar el algodón sobre toda la superficie. Como si de un juego de aquellos de rasque y gane se tratase, poco a poco fue apareciendo la totalidad del texto. Tania no salía de su asombro. No acertaba a entender si aquello era de verdad o si se trataba de una broma tonta de un libro que al final iba a resultar que no era tan antiguo. Se sentía absolutamente desconcertada. Intentó leer del tirón el texto completo, pero estaba escrito en una lengua que rápidamente identificó como latín.

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