Brianna Callum - Reescribir mi destino
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En medio de dudas, temores e incertidumbres, Caeli deberá tomar las riendas de su vida y reconstruir su alma rota. Solo entonces podrá reescribir su destino.
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–¿Por qué no quieres acompañarla?
–Porque... –miró a la licenciada, ella asintió con la cabeza para animarlo a hablar, porque él necesitaba tomar conciencia real de la pérdida para poder superar la etapa de negación y así dejar emerger las emociones dolorosas. Tiziano inhaló profundo y cerró los ojos. Las lágrimas se habían convertido en un torrente imposible de parar–. Porque si lo veo, se tornará real.
–¿Qué cosa, Tiziano? Dilo, por favor.
Tiziano suspiró.
–La muerte de papá –se tapó la cara con las manos y siguió llorando de manera desconsolada. Balbuceando, desnudó su alma rota–: Esa mañana tendría que haberle dado un beso. Yo... no sabía que esa sería la última vez que lo vería.

10
Martes, 17 de enero de 2017
Picaba cebollas sobre una tabla de madera. Mientras lo hacía, con la cabeza llena de pensamientos sombríos, podía disimular las lágrimas de tristeza que le provocaba el ácido de la hortaliza. De manera mecánica, la salteó en un poco de aceite de oliva virgen extra, su variedad preferida dado que su sabor es más suave y con un leve dejo picante. Pronto el aroma se expandió por toda la cocina y, contra todo pronóstico, le hizo abrir el apetito. Mientras la cebolla se tornaba transparente en una sinfonía de crujidos, Caeli cortó la calabaza en daditos pequeños que reservó en un plato. Al oír pasos acercarse, se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Después volteó hacia su hijo, que acababa de ingresar a la cocina. Inhaló una honda bocanada de aire para hacer retroceder la pena y lo recibió con una media sonrisa que se esforzó por esbozar.
–Buenos días, Tizi. ¿Cómo amaneciste?
Tiziano se alzó de hombros. Si bien había reemplazado la ropa de dormir por un jean y un jersey de color azul, todavía llevaba el cabello revuelto. Se acercó a su madre y la besó en la mejilla, tal como acostumbraban saludarse cada mañana. Al menos esa rutina cariñosa no había cambiado.
–¡¿Otra vez comeremos risotto de calabaza?! –protestó tras echarle una ojeada a la cacerola y a los ingredientes que su madre había separado para cocinar: arroz, mantequilla, perejil, caldo de verduras, queso parmesano y calabaza, por supuesto.
–¿Otra vez? –dijo Caeli matizando su pregunta con una risa–. ¿Qué dices, Tizi? ¡Hace rato que no hacía risotto de calabaza! –siguió en lo suyo sin dejar de sonreír. Tiziano la miraba con seriedad, entonces ella añadió–: Además, a ti te encanta esta comida.
–Pero hoy no me apetece. Hubiese preferido una hamburguesa –refutó. Tomó un plátano de la frutera que había sobre la encimera y después se dejó caer en una silla frente a la mesa.
–Bueno, hoy almorzaremos risotto de calabaza y por la noche podemos cenar hamburguesas –concedió. Tiziano se estaba comportando como un niño caprichoso.
El susodicho peló la fruta y la comió en pocos bocados mientras su madre hablaba de platillos que poco le importaban. La cáscara quedó sobre el mantel de tela.
–Tizi, tira esa cáscara a la basura –le llamó la atención Caeli.
–Ahora la tiro, mamma –respondió él sin ninguna intención de llevarlo a cabo, al menos por el momento–. Bajé más temprano pero no estabas –señaló, cambiando de tema de manera radical, así como su interior pasaba de una emoción a otra con la rapidez de un tornado; emociones que le resultaban difíciles de manejar.
–Es que... –dudó un momento entre contarle o no la verdad. Se decidió por ser sincera, nada ganaba con ocultar lo que le había sucedido esa mañana–. Fui hasta la fábrica, pues mi intención era empezar a involucrarme en ese tema –le contó–. Pero no pude, Tizi. Caminé hasta allí pero ni siquiera pude entrar. Dejaré pasar algunos días...
–Ah... –murmuró sin darle demasiada importancia a lo que su madre acababa de contarle. Se recostó en el respaldar y, alzando una punta de la servilleta de lino que Caeli había usado para tapar un cornetto , espió qué había en el plato. Tomó la pieza de pastelería y, sin preocuparse en el tendal de migas que dejaba en el piso, lo fue devorando.
Caeli contó hasta veinte para no reaccionar. Como consecuencia de la muerte de Paolo, Tiziano atravesaba por un período de mucho enojo. Ella también, la sustancial diferencia radicaba en que su hijo parecía descargar esa ira en ella y buscaba cualquier excusa para confrontarla. Ignoró los intentos de Tiziano y, en cambio, mientras seguía cocinando, le sugirió algo que también había sido parte de la cotidianeidad familiar y que creyó no sería motivo de disputa.
–¿No quieres poner música?
Se equivocó por completo. Tiziano había encontrado su detonante para estallar a gusto. Se irguió en la silla con cara de espanto y con la mano aplastó sobre la mesa lo que quedaba del dulce.
Caeli se sobresaltó con el golpe. Giró el rostro para ver a su hijo justo cuando él, con los ojos inyectados de rabia, le preguntaba:
–¿Música? ¡¿Acaso no te enteraste de que papá murió?!
–Por supuesto que sé que tu padre murió –respondió sin alzar la voz aunque impactada ante la escena violenta.
Tiziano bufó, irritado.
–¿Entonces? ¡Por eso mismo lo digo! ¿Papá murió y tú quieres poner música? ¿Tan poco te importa?
Caeli dejó sobre un plato la cuchara de madera con la que revolvía el contenido de la cacerola y volteó lentamente hacia su hijo. No se sentía con la suficiente fuerza mental como para afrontar una nueva discusión –en esos días habían tenido varias– pero resultaba evidente que Tiziano no podría empezar su día si no descargaba su enojo. Su voz procuró ser tranquila aunque no ocultaba el profundo dolor que sentía, no solo por el duelo en sí, sino también por ser la receptora de la ira de su hijo.
–Yo también cada día tengo que hacer un gran esfuerzo para levantarme de la cama a sabiendas de que deberé lidiar con su ausencia. ¿Si me importa? ¿Cómo crees que no? ¡Claro que me importa! –Dios era testigo de ello y cuánto esfuerzo ponía en intentar sentirse de mejor ánimo. Así se lo hizo saber–: Paolo era mi esposo, el amor de mi vida, el padre de mi hijo. ¡Paolo murió, pero nosotros no! Nos guste o no tenemos que seguir adelante, y no hay nada de malo en intentar sentirnos de mejor ánimo a medida que pasen los días. ¿Qué puede haber de malo en escuchar un poco de música? ¡Si tú mismo escuchas cuando estás en tu dormitorio! ¿O ahora me dirás que no es así?
–No es lo mismo –refutó él. Caeli se acercó a su hijo sin llegar a tocarlo. Él desvió la mirada.
–Mírame, Tiziano –le exigió ella, imponiéndose–. ¿Qué cosa consideras que no es lo mismo?
Tiziano miró a su madre de manera breve antes de volver a desviar la vista con gesto obstinado, como si no quisiera dar el brazo a torcer. Sin embargo, ante la falta de argumentos que fuesen lo suficientemente fuertes para rebatir, relajó un poco su postura rígida y dejó caer los hombros.
–No lo sé –murmuró al final.
Caeli le apoyó una mano en el hombro y aguardó la reacción de su hijo. Con el paso de los segundos, bajo la palma sintió que él aflojaba la tensión de sus músculos.
–No hay nada de malo, Tizi. No te sientas culpable por seguir vivo ni me culpes a mí. No sientas culpa si quieres escuchar música o si de pronto te encuentras sonriendo. No hay nada de malo –repitió argumentos que ella misma se decía a cada momento– en intentar que nuestros días no sean tan grises, en recuperar algo de normalidad.
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