Brianna Callum - Reescribir mi destino

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¿Qué hacer cuando la monotonía adormece la INDEPENDENCIA? ¿Cómo RENACER sin miedo a la libertad? ¿Existe una única forma de AMAR?
En medio de dudas, temores e incertidumbres, Caeli deberá tomar las riendas de su vida y reconstruir su alma rota. Solo entonces podrá reescribir su destino.

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–Ya no serán normales...

–Ya no tendrán la normalidad a la que estábamos acostumbrados, desde luego. Tendremos que aprender a construir una nueva realidad y nadie nos pide que esa realidad sea de completo sufrimiento.

–Pero papá ya no estará, y eso duele.

–Duele mucho, hijo, claro que sí, y su ausencia dolerá siempre.

Tiziano buscó a su madre con la mirada.

–¿Entonces, si su ausencia dolerá siempre, cómo vamos a hacer para seguir? ¿Cómo vamos a volver a ser felices?

–Cariño, ahora ese dolor invade todo en nuestra vida. Sin embargo, con el paso de los días y a medida que ocupemos la mente en otros pensamientos y diversas situaciones comiencen a ser parte de nuestra cotidianeidad, el corazón se nos va a inundar de otros sentimientos y emociones, entonces ese dolor no va a desaparecer, pero ya no será lo único que nos atraviese.

–¡Estoy muy enojado! –exclamó él.

–Lo sé, Tizi, yo también lo estoy. Y está bien que sientas y que dejes fluir tus emociones. Lo que no es justo es que descargues tu enojo conmigo.

–Yo... –se quedó pasmado ante las palabras de su madre al darse cuenta de la manera en la que había estado actuando. Se avergonzaba por su temperamento, el cual le resultaba difícil de controlar, y mucho más lo avergonzaba haber descargado ese enojo en ella. En su favor podía decir que recién ahora era verdaderamente consciente de esas acciones. También se daba cuenta de que esa era la razón por la cual, mientras su madre no lo miraba, le había resultado sencillo gritarle, pero cuando estaban frente a frente, el valor se le escurría dando paso a la vergüenza. Sabía que estaba actuando mal–. Yo...

Ella lo detuvo con un gesto de la mano.

–Puedes hablarme de lo que sea y si prefieres aislarte, también está bien, hijo –continuó ella con voz cariñosa–. Pero con lo que decidas, debes saber que si necesitas un abrazo, aquí estoy. Podemos también llorar juntos. Lo único que te pido es que no me uses de saco de boxeo. No es mi culpa que papá ya no esté; tampoco es tu culpa. No nos lastimemos más de lo que ya lo estamos.

–Lo siento... –se disculpó, avergonzado. Ella le sonrió con amor infinito y lo recibió en sus brazos, donde él fue a refugiarse como cuando era chiquito.

–Estaremos bien, mi vida –lo tranquilizó.

–Es muy difícil aceptar que papá ya no está.

–Lo sé, cariño, es muy difícil. Nadie dijo que sería fácil. Vayamos paso a paso, día a día. Enfrentemos las batallas a las que nos someten nuestro corazón y la razón.

–Te quiero, mamma . Yo... no te culpo. Ni siquiera sé por qué me enojo contigo –se sinceró.

–No te enojas conmigo, es solo que soy quien está aquí y eso me convierte en receptora colateral de tu enojo... y de tu miedo –agregó. Intuía que al perder a su padre, Tiziano necesitaría pruebas constantes de que no había quedado desamparado, de que no se había vuelto invisible. Él nunca había sido invisible para ella, y jamás lo sería; no necesitaba hacerse notar por medio de esos arranques de furia y caprichos sin sentido–. Te veo, Tizi. No estás solo. Y sabes que también te quiero, con mi alma entera.

–Gracias –susurró tras algunos segundos de un abrazo reparador que Caeli reforzó al oírlo. Al separarse, ambos asintieron con la cabeza en un mudo consentimiento de continuar–. Se te va a quemar el risotto –apuntó él, señalando hacia la cacerola.

–¡Oh, por Dios, es cierto! –corrió a revolver la comida, que empezaba a pegarse en el fondo de la cacerola. Mordiéndose el labio inferior, volvió a cruzar una mirada con su hijo y exclamó con una risa compartida–. ¡Por poco!

Todavía sonriendo, Tiziano recogió la cáscara de plátano que había quedado sobre el mantel y la arrojó al cesto de residuos; después barrió las migas que habían caído al suelo. Caeli sintió que el pecho se le expandía de orgullo.

–Ve poniendo la mesa que a esto no le falta mucho –le pidió, procurando que en la voz no se notara la emoción.

картинка 25

Unos diez minutos después, madre e hijo compartían el risotto de calabaza y queso parmesano que, Tiziano tuvo que reconocer, estaba delicioso.

–Entonces fuiste a la fábrica... ¿y cómo está todo por ahí? –se interesó, ahora sí, por lo que su madre le había dicho.

–Bueno... –Caeli dejó la cuchara a medio camino y esbozó una mueca en tanto la regresaba a su plato–. No fui capaz de entrar. Solo llegué hasta la puerta... Para mí también es muy difícil esto que estamos viviendo, cariño...

–Sí, lo sé... –se quedó pensativo.

–Dejaré pasar unos días antes de volver –dijo Caeli. Inclinó el rostro y, sin quitarle la vista de encima a su hijo, le preguntó–: ¿Y tú cuándo quieres regresar a la escuela? Recién empieza el semestre, por lo que si quieres tomarte unos días, no creo que te atrases mucho. Aunque regresar a la escuela también puede significar nuevos aires para ti... No sé, creo que podría ayudarte. De todos modos, debes decidir tú qué prefieres hacer.

Tiziano parpadeó repetidas veces.

–Estuve pensando y... –con la cuchara jugueteó en su plato. Inhaló profundo para darse valor antes de exponer su idea–: No creo que regrese al colegio... No me refiero a no regresar esta semana o la entrante, sino a no hacerlo nunca.

–¿De qué hablas, Tizi? –inquirió Caeli con el ceño fruncido.

–Ahora que papá no está... –se le quebró la voz. Carraspeó para continuar–: tendré que ir a la fábrica.

–No, hijo, ¡claro que no! Tu lugar está en la escuela, no en la fábrica; de eso tengo que ocuparme yo –todavía no sabía cómo lo haría, aunque esto prefirió guardarlo para sí.

–Pero...

Caeli lo detuvo y le apoyó la mano en el antebrazo, a la altura de la muñeca para lograr su completa atención.

–¿Eso es realmente lo que quisieras hacer? –lo interrogó. No es que fuera a acceder, por supuesto, solo necesitaba saber cuál había sido el detonante de esa idea. A los catorce años, había iniciado la secundaria de segundo grado, cuando los chicos eligen la especialización que prefieren. Tiziano no había tenido oportunidad de opinar al respecto dado que, de manera arbitraria, Paolo lo había inscrito en el Instituto Técnico Agrario. Tras cinco años de formación práctica y teórica, Tiziano saldría con una instrucción que le permitiría trabajar en Collina del Sole y, si era de su agrado también, iniciar sus estudios agrarios en la universidad. A pesar de que Tiziano no había podido decidir al respecto, no se había opuesto y acudía al instituto con gran entusiasmo, por eso le resultaba extraño que quisiera abandonar los estudios.

–No, pero...

–¿Pero qué, Tizi?

Se lo veía inquieto.

–Es que en el funeral de papá, la abuela dijo que ahora yo soy el hombre de la casa y que debo asumir su lugar.

Caeli suspiró.

–Detente, Tiziano. La abuela se equivoca. Tu rol no debe ser el de ocupar el lugar de tu padre. Eres un chico de quince años, un adolescente que debe seguir siéndolo –recalcó–. Esto significa que debes seguir con tu vida de la manera lo más normal posible. Tienes que continuar con tus estudios y, cuando termines la escuela, decidir si sigues alguna carrera en la universidad. La fábrica es tu herencia, pero ahora no tienes obligación de hacerte cargo de ella y, cuando llegue su momento, podrás decidir qué hacer al respecto.

–Pero no puedo dejarte sola... ¿Por qué está bien que tú tengas que asumir esa responsabilidad y yo no?

–Ya te lo he dicho: tú debes seguir con tu vida, de eso no se hable más. Mi situación es distinta porque, al fin y al cabo, en mi juventud me preparé para desempeñar las tareas que requieren el olivar y la fábrica –esto era cierto, aunque Caeli temía que sus conocimientos ya fueran obsoletos–. Si tu padre me lo hubiese permitido, yo podría haber trabajado a su lado; sin embargo, quiso que me quedara en casa...

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