—Con el entusiasmo que muestras por tenerme por aquí, poco voy a tardar —le respondo mientras cojo asiento.
Brindamos con las copas y sin darme cuenta me la he bebido toda de un trago. Un cosmopolitan en su punto y realmente delicioso. Ahora mismo creo que le han dado un toque especial, pero no sabría decir qué lleva exactamente. Estamos en el bar del nuevo hotel, digo nuevo porque está completamente reformado y no tiene ni una sola similitud con la especie de hostal que teníamos antes.
Me gustaría saber a qué se debe todo este cambio. No somos un pueblo muy turístico, no por la falta de actividades por aquí, sino que siempre nos ha gustado conservar el espíritu que nos brinda el ser pocos y los pasajeros no suelen pasar más de un fin de semana por la zona. Además, no vivimos muy alejados de la ciudad por lo que cualquiera puede venir a disfrutar de la playa cuando le plazca. De ahí que a la empresa de la familia de Álvaro, con la escuela de surf, le vaya tan bien. Surf, esa es una de las cosas que más he echado de menos, aunque me haya escapado en alguna ocasión a las playas californianas, este lugar es mucho más especial.
Vanesa me cuenta un poco las novedades, tampoco es que haya muchas, porque a pesar de que se le había olvidado, digámoslo así, contarme el bombazo, del resto me ha ido manteniendo al día. Además de que nos vimos hace un par de meses. Por el coqueteo que se trae con el barman podría afirmar que este es ese tal Fede, del que he oído hablar mucho últimamente, pero ni he visto ni he tenido el placer de conocer aún. Sus ojos la delatan demasiado, pero soy egoísta, y hoy estamos aquí para ahogar mis penas. Para restregarme su felicidad, ya tendremos muchos días.
Con el cuarto cosmopolitan en la mano ya he perdido la cuenta de las veces que me he lamentado por no intentar que las cosas funcionaran bien con Álvaro. De no haber puesto más empeño. No sé si fue mi orgullo, o que esperaba que fuese él quien reaccionara, quien viniese a buscarme o quien intentara que yo no lo olvidase; pero estoy convencida de que podría haber hecho las cosas de otra manera si realmente quería que fuese el hombre de mi vida. ¿Y si tenía la historia idealizada pero realmente no era él? No, esto no es posible. Álvaro es el amor de mi vida, porque lo supe entonces y porque lo sé ahora.
Vanesa ha intentado prestarme toda su atención a pesar de que la vista se le escapara a la barra. Puede entender que esté hundida, y más cuando sabe lo mucho que significa Álvaro para mí, nuestra historia y lo que tenía pensado para un futuro con él. Me conoce y sabe que es mejor que hable yo y me deja expresar todo lo que me atormenta. Para aconsejarme o echarme la bronca, que seguro que encuentra razones para esto último, tendrá tiempo y lo hará cuando vea que sea el momento correcto.
Soy una mujer fuerte y ya he confesado que solo me permitiré llorar esta noche, por lo que cuando me termino la copa, lo hago. Necesito hacerlo. Tampoco estoy armando un drama ni estoy dando un espectáculo, somos las dos únicas en la sala. Bueno, y el camarero, que espero que Vanesa le haya hablado tan bien de mí que este episodio pase totalmente desapercibido en la imagen que pueda tener de mi persona. Pido otra ronda. El alcohol es el único que consigue que, al menos, pueda desplumarme. Ya lo sé, tengo muy bien aprendido que el alcohol no quita los problemas, y conozco mi capacidad de aguante, pero al menos me ayuda a desahogarme y eso es lo que necesito ahora. Lástima que no todo el mundo quiera contribuir a ello.
—Creo que ya han bebido suficiente —suelta una voz a nuestra espalda.
Debo tener una cara horrible. Pienso en mi supermaquillaje waterproof, que espero que haya hecho su trabajo mejor de lo que imagino, puesto que lo que tengo delante me deja sin palabras. Un hombre que debe rondar los treinta, de un metro noventa aproximadamente, castaño, con la barba arreglada pero un poco más larga que de tres días y unos ojos azul gris que me acaban de hacer contener todas mis lágrimas. Va vestido con un traje gris oscuro y una camisa blanca con sus dos primeros botones desabrochados. Un claro ejemplo de la clase de hombres que he frecuentado últimamente. Todos ellos con un físico y un aspecto espectacular, pero que, a la hora de profundizar, no me aportan los sentimientos necesarios. Un muy buen empotrador, de eso puedo estar segura, y que me pondría a mil en otras circunstancias. Lástima que también sea de esos que abre la boca para pifiarla. Perdonad que haga tanta introducción, pero si Vanesa hubiese reaccionado, hubiera sabido que es de la zona; si no fuera con traje, hubiera sabido que sabe dónde está, y, si no hubiese interrumpido, hubiera sabido que sabe con quién está hablando.
—Me parece que eso no es decisión tuya —interviene Vanesa viendo que yo me he quedado sin reaccionar.
—Lo sea o no, se acabaron las copas —dice muy seguro de sí mismo.
—¿Acaso no sabes quién soy? —A mí nadie en este jodido pueblo me dice lo que puedo o no hacer.
—¿Debería? —Esta chulería me mata. Y sí, claro que debería, si ha abierto una puta revista en seis años ha tenido que ver mi cara en algún lado.
—Espero que su estancia sea confortable, porque mañana se las va a tener que ver con el alcalde —le amenaza Vanesa cogiéndome del brazo para que salgamos de allí.
A ver, no es que en nuestro estado seamos las mejores haciendo amenazas, pero nadie se mete con la pequeña de los Samperio, o sea, yo. Mi padre lleva como unos veinte años en la alcaldía y aquí todo el mundo le tiene un respeto tremendo, por lo que nunca nos han tratado mal ni nos han prohibido nada, a lo que ni mi queridísimo hermano ni yo nos vamos a oponer. Eso sí, este hombre ha tentado demasiado la suerte porque me ha pillado en el peor de mis días y esto no va a quedar así. Claro que, Vanesa exagera y ya no tengo diez años como para chivarme a mi padre y que venga él a arreglar mis problemas, pero una sabe aprovechar las cartas cuando las tiene, y este turista ha dado con el hueso equivocado. Si venía para disfrutar de una estancia tranquila en la costa, aunque viendo su indumentaria lo dudo, se le acaban de torcer las vacaciones.
—Puedes volver dentro y esperar a que Fede termine su turno —le digo a Vanesa como intento de despedida.
—¿Cómo?
—Vanesa, te conozco casi más que a mí misma, y más cuando disimular no es lo tuyo…
—Quería presentártelo, de verdad, pero…
—Pero hoy nos prometimos que seríamos la una para la otra y necesitaba poder desahogarme de lo que me ha pasado, y tú eres la mejor amiga del mundo. No, espera, esa soy yo, por eso, mueve tu culito y disfruta de tu noche, mañana bajaré a hacer surf un rato, por la noche podemos cenar en el porche de casa; tráelo y así le hago un tercer grado.
Acto seguido me abraza y me da un besazo en la mejilla. Esas somos nosotras y nos entendemos demasiado bien, sabemos qué queremos en cada momento. A mí el impresentable ese me ha quitado todo el buen rollo que tenía. Vale, no, buen rollo precisamente no traía, pero me ha serenado de golpe y ahora solo me apetece meterme en la cama y dormirme. Ahora mismo tengo dos frentes abiertos en mi supervuelta a mis orígenes. Uno, olvidarme de Álvaro y aceptar que no soy la princesa que siempre pensé. Dos, vengarme de que alguien en este pueblo se haya atrevido a prohibirme algo. Quizás lo segundo me ayude con lo primero. De momento lo que sí que va a ayudarme es descansar y salir a coger olas a primera hora.
Capítulo 3
Probablemente sea un poco masoquista por mi parte meterme en la playa. Confío en que a estas horas, que la escuela sigue cerrada, no habrá moros en la costa. Además, surfear siempre ha sido mi pasatiempo favorito. Me ayuda en muchos sentidos y ahora, que es cuando más lo necesito, no puedo quedarme sin él. Entiendo que en este trozo de la playa manden los Velasco, pero yo también tengo derecho a disfrutarla.
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