Álvaro: Puedo a las 20, si quieres, estaré en el pub.
Vale, esta no es la clase de respuesta que esperaba. Tampoco es que tuviese que ser muy efusivo, pero no ha mostrado ni una pizca de ilusión. Ni siquiera se ha molestado en preguntarme si me apetecía hacer algo o si me iba bien a mí. Como si no fuese nadie especial. Gracias, mundo, por tratarme de esta manera. Si es que ya sabía yo que volver no podía traerme nada bueno. O es que soy muy estúpida. Cierto es que podría haber avisado de mi visita, eso hubiera facilitado las cosas, seguro. En fin, que voy a tener que conformarme con esto, con no robarle mucho tiempo y a ver si en persona me transmite otras sensaciones.
Como tengo un par de horas, aprovecho para perderme un rato por la playa y para una visita rápida a mis abuelos. Perdonad, he dicho que mi abuela salía del hospital, pero tampoco es nada grave. La operaron de la cadera la semana pasada y debe mantener reposo durante unos días. Yo, que soy más de por si acaso, he preferido venir a echar una mano ya que necesita tener cuidado todo el día. Así mi abuelo puede ir a su partida del dominó en el bar, mi madre puede ir a trabajar tranquila y mi hermano no tiene que venir en todas sus horas libres. Y ¡qué demonios!, me apetecía venir unos días y desconectar del ajetreo de la ciudad. Después de seis años, creo que sobran las explicaciones. Es más, lo necesitaba, sentía como que me tocaba hacerlo, aunque llego a saber lo que me esperaba y me lo hubiese pensado dos veces. Tal vez sea cosa del destino, y la necesidad que sentí de venir era justo para enfrentarme a todo esto. Eso que llaman una señal.
A la hora en punto estoy entrando por la puerta, nunca me ha gustado hacerme esperar y aunque no sea una quedada oficial, el mensaje marcaba una hora exacta. Cuando entro puedo observar que Álvaro tiene una cerveza en la mano y no deja de mirar el móvil. Va vestido con una camiseta de manga corta negra y unos tejanos. Siempre me ha gustado su indumentaria casual y su despreocupación por arreglarse. Poco a poco se me va formando un nudo en el estómago y me doy cuenta de que estoy sintiendo nervios de los que hacía mucho tiempo que no presenciaba. Está de espaldas a la entrada por lo que dedico unos segundos a contemplarlo. Está lejos de la barra, así que tampoco me ha oído saludar a Ramón, y el bar está bastante desierto. Observarlo me invade de recuerdos, los buenos, todo lo que pudimos vivir aquí y me apena pensar que no podremos repetirlos. No quiero ponerme nostálgica, ni llorar antes de tiempo. Hace mucho me prometí que no derramaría más lágrimas de las necesarias, que ya estaba bien de sufrir por otra persona y que no permitiría que nadie me viera débil. Así que, antes de que se me empapen los ojos, prefiero dirigirme hacia él y darle un pequeño susto como saludo, para destensarme un poco. Claro que su cara no refleja precisamente lo que esperaba.
—Hola —me saluda de la manera más seca posible, casi ni me he atrevido a darle dos besos.
—Hola —respondo por cortesía, aunque se me ha borrado la sonrisa de golpe.
—Podrías haber avisado que venías, ¿no? —Veo que la simpatía va a ir en esta línea.
—Podrías haberme avisado que estabas prometido, ¿no? —Y mi problema es que, siendo borde, nunca me va a ganar nadie.
—Vamos, no me jodas, Lara. ¿Tengo que esperarte toda la vida? Mientras tú disfrutas de medio Nueva York, yo me quedo aquí esperando a ver si algún día decides volver. Y si llega ese día, debo esperar a que vengas a por mí. —No sé si habla la rabia, el dolor, el resentimiento, el enfado o… yo qué sé.
—Lo que está claro es que soy estúpida, porque sí que tendría que haber disfrutado de medio Nueva York.
—¿Perdona? —Sí, encima se va a hacer el sorprendido.
—Nada, que seas muy feliz con Teresa, un placer volver a verte. —Que me disculpe, pero no me apetece esta clase de conversación.
Joder, no pedía tampoco que me estuviese esperando con los brazos abiertos. Podría haber disfrutado con las que quisiera, a poder ser, no de este pueblo, pero disfrutar. ¿Por qué tiene que sentir por alguien que no soy yo? A ver, que los sentimientos no pueden controlarse y nadie me dice que por mí sintiese lo que hay que sentir, pero joder, duele y duele más de lo que hubiese imaginado después de tanto tiempo. Y seguramente lo que más me jorobe es no haber visto un ápice de ilusión en su rostro al verme. Que si no estaba suficientemente hundida, ahora todavía tengo más ganas de llorar.
Álvaro me agarra del brazo antes de que pueda marcharme y antes de que me pueda dar cuenta mi cuerpo reacciona a él. Todavía lo siento como el primer día. Todavía me transmite todo lo que necesito y mi cuerpo sabe que él es el adecuado para mí. No me hacen falta señales, solo sentir la electricidad que corre por mi cuerpo con un simple roce como este. Y más aún cuando me abraza y puedo sentirme como en casa, igual de protegida que siempre. Ojalá no me hubiese marchado nunca de estos brazos. Me atrapa por completo y aunque estoy tentada de mostrarle lo que me afecta este contacto, tengo que hacerme la fuerte, lo que no quiere decir que no me deje llevar por su cercanía y me funda entre sus brazos.
—Perdóname. —Se separa de mí y parece un poco abatido—. Entiende que tu visita me ha pillado por sorpresa, no te esperaba por aquí y… da igual, déjame que avise de que no voy a ir a cenar y aprovechamos para ponernos al día, y, si me permites decírtelo, estás espectacular. —Viven juntos, un detalle que no había contemplado. Al menos, por fin ha sonreído.
¿El abrazo le habrá transmitido lo mismo que a mí? ¿Le habrá hecho recordar? ¿Despertar sentimientos? A veces sucede que crees que has dado un paso hacia delante, que puedes haber olvidado a alguien o dejado un trozo de tu pasado atrás y, cuando te rencuentras con ello, todo se te desploma porque te das cuenta de que está mucho más vivo de lo que pensabas. A mí me ha sucedido un poco lo mismo, solo que yo estaba segura de que ninguno de mis sentimientos estaba muerto.
Nos quedamos en el pub. No es el mejor sitio para una cena, pero es suficiente para nosotros dos. Y más porque lo importante es la compañía y en estos momentos yo tengo a la mejor de todas. Lástima que para él no sea lo mismo. De todas maneras, no soy una egoísta egocéntrica y puedo entender su postura. De ser al revés, probablemente yo hubiese reaccionado mucho peor. Es decir, si llega a ser él el que se marcha, yo le hubiese recriminado que no luchara por lo nuestro y no hubiese tenido todas las conversaciones que tuvimos al inicio. Así que, en términos generales, no puedo quejarme.
—Voy a intentar explicarme lo mejor que pueda, porque estoy más nervioso de lo que aparento, esto es lo último que me esperaba.
—Me imagino que esta cerveza no es la primera que te tomas hoy —intento bromear un poco.
—Llevo aquí desde que me has dicho que estabas en el pueblo. —En el fondo nos conocemos demasiado bien—. Sinceramente, creía que no volverías.
—Y no he dicho que vuelva para quedarme, he venido a pasar una temporada con la familia… —Tengo que ser realista también.
—Vaya, así que te volverás a ir… —¿Dolor?—. Lara, ¿cuánto tiempo llevamos sin hablar?
—Dos años, diez meses y seis días. —Soy una friki de las fechas y recuerdo perfectamente mi último mensaje.
—Cuatro días. Te envíe un mensaje después de nuestra última discusión, al que no respondiste jamás —cosa que dudo, puesto que siempre tengo la última palabra, pero no es momento para debatir esta chorrada— y me acuerdo como si fuera ayer de cómo lo pasé. No quise hablar con nadie, seguramente porque todos estaban de tu parte y sabes que el orgullo me pierde, así que me cerré conmigo mismo. Estuve casi dos meses sin salir con los chicos, solo iba de casa al trabajo y del trabajo a casa.
Читать дальше