Marina Adair - A Roma sin amor

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Annie cree que la única manera de dejar de sentirse fuera de lugar es crear su propia familia. Sin embargo, le está resultando bastante complicado, porque todos los hombres con los que sale encuentran el amor de su vida… justo después de romper con ella.Tras su último desengaño, decide que es hora de empezar de cero, sin hombres. Y se muda a Roma (Rhode Island, EE. UU.), y no a Roma (Italia), para trabajar en el hospital de la ciudad, donde, por sorpresa, acaba compartiendo casa con un compañero tan enigmático como corpulento y sexy.Tras cubrir una historia literalmente explosiva en China, el fotoperiodista Emmitt Bradley vuelve a casa herido y con la intención de afianzar el lugar que ocupa en la vida de su hija Paisley. Pero con un padrastro y un tío entregado, Emmitt parece tener que pelear por su sitio. Por no hablar de la adorable invasora que ocupa su casa, que supone un problema añadido, uno que a él le encantaría resolver en la intimidad. Demasiados frentes abiertos: Annie ha renegado de los hombres, Paisley está en pleno furor adolescente y el padre de Emmitt, con el que estaba distanciado, reaparece con un secreto que lo cambia todo.Annie y Emmitt están a punto de descubrir que el amor adopta muchísimas formas y que, a veces, las mejores familias son las que elegimos.

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Cuando Emmitt estaba en Roma, se cargaba el equilibrio natural de las cosas. Sabía que por ahora lo habían aceptado en el redil. Tampoco era un secreto que, cuando se iba a cubrir algún suceso, las vidas de todo el mundo se volvían muchísimo menos complicadas. Paisley no debía elegir en qué casa dormir. No iba a tener que correr antes de entrar a clase porque se había dejado los deberes en casa de Gray. Y no era necesario que dividiera su atención entre sus tres padres.

Gray siempre le daba la lata con que renunciara a más propuestas de reportajes de las que aceptaba y para que pudiera estar más en casa. Qué fácil resultaba opinar cuando tu trabajo reducía tu radio de acción a una sola manzana.

Emmitt había renunciado a muchas cosas en los últimos años. Al morir Michelle, quiso renunciar a más aún. Incluso le había propuesto a Paisley que se mudase con él. Para su desilusión, el psicólogo de su hija coincidió con Gray en que lo mejor era que ella viviera en el único hogar que había conocido.

Otro sueño que Emmitt había enterrado aquel día. El padre a todas horas no iba a ser él. Aquel honor recaía sobre Gray. Por tanto, Emmitt recuperó su rol de papá enrollado, el que entrevistaba a estrellas, el que hacía regalos extravagantes e indulgentes, y volvía a casa fines de semana y vacaciones aleatorios.

Era una mierda. Una bien gorda. Pero Emmitt era incapaz de hacer algo que le arrebatara la felicidad a su pequeña, aunque eso implicase compartir su educación con un tipo que era el paradigma del Papá del Año. Y con un tío que se erigía como el modelo de padre con el que debía compararse todo proyecto de progenitor.

Cualquier chica debería sentirse afortunada al tener tantísimo amor a su alrededor.

—No me costaría tanto estar con ella si no te empeñaras en mantenerme alejado de todo lo que ocurre. ¿Un ejemplo? Pues veamos… El baile de padres e hijas.

—He estado un poco distraído. Hace solo cuatro meses que enterré al amor de mi vida, y es el primer gran acontecimiento sin Michelle —susurró Gray—. Déjamelo a mí. A Michelle le habría gustado así.

Un largo silencio se instaló sobre la mesa.

—¿Vas a jugar la carta del viudo? —dijo al fin Levi.

—¿Ha funcionado? —Gray esbozó una lenta sonrisa.

—Ni de coña —respondió Levi, y los tres se echaron a reír.

—A Michelle le habría encantado vernos —dijo Emmitt—. Como si fuéramos un grupito de viejas que discuten sobre su carné de baile.

—Sí, le habría encantado. —Gray recobró la seriedad, igual que los otros dos.

De repente, el duelo que experimentaba cada uno de ellos se adueñó de la situación y les pesó hasta el punto de dificultarles la respiración.

Michelle fue el último pensamiento de Emmitt cuando explotó la fábrica china que investigaba como periodista. Era el pegamento que los unía a todos, la fuerza amable de la familia, y la única persona que nunca ponía a parir a Emmitt por ser Emmitt y perseguir una historia.

Levi perdió a su hermana, Gray a su alma gemela y Emmitt a la única persona que jamás lo había juzgado.

Y ¿Paisley?

Dios, Paisley no había perdido solo a su madre. Había perdido a su mejor amiga, a su consejera, a su defensora. El amor más esencial de su vida, con el que los demás amores iban a tener que rivalizar. Era una pérdida profundamente espiritual y Emmitt empatizaba con ella. Por eso, cuando lo trasladaron al hospital, se juró que Paisley no iba a perder a dos padres el mismo año.

Sabía lo desolador y lo doloroso que era perder a un padre. Su madre murió cuando él era un poco más joven que Paisley. Su padre se volvió introvertido, taciturno, y casi nunca soltaba la botella el tiempo suficiente como para comprobar que Emmitt estuviera bien…, y mucho menos para llenar la nevera ni llevarlo a clase en coche. El día que se colocó delante del agujero del cementerio, Emmitt enterró a su madre y a su infancia a la vez.

Cuando perdieron a Michelle, pues, se prometió hacer lo imposible para que Paisley no tuviera que crecer más rápido de lo necesario.

—¿El tajo que tienes en el brazo está relacionado con tu inesperado regreso? —Gray señaló el pedazo de piel arrugada por unos puntos recientes que asomaba bajo el puño de la camisa de Emmitt.

Él se bajó la manga.

—En la fábrica que estaba investigando hubo un pequeño incidente y me quedé atrapado entre varias planchas extraviadas de hormigón.

Reprimió el instinto de bajarse la visera de la gorra. Lo último que quería era que se fijaran en el corte que tenía en la cabeza. No si lo que deseaba era que el siempre prudente Dr. Grayson le diera el alta, la última condición que Emmitt necesitaba para que Carmen lo mandara de vuelta al campo de batalla. Gray no tenía por qué saber nada acerca del bloque de hormigón del tamaño de un meteorito que le hizo perder el conocimiento.

—Según la CNN, ese «pequeño incidente» derribó la fábrica entera —lo corrigió Gray.

—Ya sabes cómo exageramos los periodistas para ganar audiencia.

—Es lo que me dijo Carmen. —Mientras hablaba, los ojos de Gray no se apartaron de Emmitt ni un solo segundo—. Cuando no supimos nada de ti, llamé a tu trabajo. Según tu editora, por fin habías conseguido lo que merecías. Según Paisley, estabas disfrutando del viaje.

—Ay, si te importo y todo —bromeó Emmitt, sorprendido por lo mucho que le había afectado que Gray hubiera llamado para saber de él. Al despertarse en el hospital, vio que tenía varios mensajes de Paisley, pero ninguno de Levi ni de Gray. Emmitt no había contactado con ellos. El bienestar mental de Paisley le impidió avisar a los suyos.

Normalmente, a su pequeña ya le costaba dormir. No necesitaba visualizarlo a él maltrecho en una cama de hospital cuando cerrara los ojos. De ahí que mantuviera un hilo de mensajes con ella —con memes divertidos, fotos de China, los últimos vídeos del gato Maru—, sin mencionar en ningún momento la gravedad de sus heridas.

—Le dije a P que no eran más que…

—Arañazos y rasguños —lo interrumpieron los dos al unísono. Y entonces Gray añadió—: Eso comentó.

—Un arañazo. —Emmitt se señaló un brazo, antes de enseñarles el otro codo—. Y un rasguño. Lo demás quería contárselo en persona. ¿Está durmiendo?

—Está pasando la noche en casa de Owen —dijo Levi, refiriéndose al mejor amigo de Paisley.

—¿Entre semana? —quiso aclarar Emmitt. O sea, que los tres estaban preocupados por que una chica de quince años se quedara unas horas sola en casa después de clase, pero no había ningún problema con que pasara la noche en casa de un chico…, y entre semana, ni más ni menos.

¿Acaso era el único de los tres al que le inquietaba que el mejor amigo de su hija fuera un chico? Sí, sabía de sobra que Owen era el mejor amigo de Paisley desde que ambos llevaban pañal. También sabía que la madre de Owen había sido la mejor amiga de Michelle y que protegería a Paisley como si fuera su propia hija.

Pero muchas cosas habían cambiado entre ellos. La más importante, el tóxico nivel de sus hormonas, que arrastraría hasta al adolescente más centrado a perder la cabeza… y la ropa. Ahora estaban obligados a dormir en habitaciones separadas, así que a Emmitt no le importaba. Pero en cuanto Owen empezara a ver a Paisley como una chica, iban a tener que organizar una reunión de emergencia sobre la abstinencia, con Owen en primera fila.

—Mañana entran más tarde. Hay una especie de reunión de los profesores del distrito —le contó Gray, como si ese detalle fuera a mejorar la situación—. ¿Quieres que la llame y le diga que estás aquí?

—No, si quisiera que alguien la llamara, lo haría yo —dijo Emmitt, preguntándose cuán desconectado creían los otros dos que estaba de los asuntos que concernían a su hija—. Mañana le daré una sorpresa.

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