—Me sorprendes, Ricitos de Oro. —Ofendido, se colocó una mano en el pecho—. Te tomaba por alguien que antes de juzgar al otro va más allá de las apariencias.
Era la segunda vez que se refería a lo mismo, por lo que Annie pensó si, tal vez, se había precipitado al tacharlo de egocéntrico picaflor. La parte de picaflor era cierta, pero ¿la otra? Ya no estaba tan segura.
—¿En serio? Mírate, ahí sentado como el gran lobo malvado, obstaculizándome el camino e intentando intimidarme para que vaya directa hacia ti.
—Creo que estás mezclando cuentos —dijo, aunque la sonrisa amplia y malvada que lucía dejaba claro que le había gustado la comparación—. Temía que estuvieras cabreada por lo de antes —siguió— y decidieras jugar al escondite con mis cosas. Por eso me he apostado justo delante del dormitorio, por si acaso te daba por evitarme y cerrar la puerta antes de que pudiera recuperar mis pertenencias.
Annie se lo quedó mirando durante un buen rato y, aunque su polígrafo interno estuviera preparado y al acecho, no percibía ni rastro de engaño en las palabras de él. Y cuando se lo explicó así, con tanta sinceridad y racionalidad, Annie vio que la imbécil era ella.
—Debo admitir que he tenido una mala noche y es probable que en parte lo haya pagado contigo, así que lo siento. Pero que quede claro que no soy una de tus chifladas monísimas que se comportarían así —dijo, avergonzada por que Emmitt creyera que se rebajaba a absurdeces tan inmaduras—. Pero sí que te he guardado todas las cosas del dormitorio y te las he dejado junto a la puerta del garaje, para que al marcharte mañana las tuvieras cerca del coche. Hasta te he dejado una nota.
—Me apuesto lo que quieras a que sé lo que pone. —Cuando Annie respondió con una sonrisa, él se echó a reír—. Pues supongo que ha valido la pena.
—Supongo que sí —dijo Annie, y también se puso a reír. Fue entonces cuando tuvo otra revelación, esta más impactante. Ya no estaba molesta por la llamada de Clark. De hecho, le dolían las mejillas de tanto sonreír.
—Imagina lo bien que te sentará soltarle todo lo que piensas a un tío que de verdad se lo merezca, como, no sé, el cabrón con el que hablabas por teléfono. Pero permíteme una sugerencia: yo de ti consideraría la opción de relajar un poco esa sonrisa y quizá evitar una risita, y seguro que te envía el cheque raudo y veloz.
—¿Cuánto oíste de la conversación? —Annie se tapó la cara con las manos.
—Lo suficiente para saber que es evidente que tienes un lado muy dulce y que él se está aprovechando. —Habló con tono suave y con expresión pétrea, casi como si quisiera defenderla. A ella.
—Soy la chica más dulce del mundo. Lo que pasa es que tú has sacado mi…
—¿Tu lado de chica mala? —Sonó esperanzado y todo.
—Iba a decir mi lado impaciente.
—Sea como sea, no estaría de más que, la próxima vez que el muy idiota te llame para pedirte consejos sobre su boda, canalizaras a la tía que no tiene ningún problema en mandarme a la mierda. De lo contrario, quizá debas decir adiós a la pasta.
—Que sea maja no me convierte en una pusilánime.
—Genial. —Emmitt se rascó el pecho como un oso que se preparara para el invierno—. Pues llámalo.
—¿Cómo?
—Venga —la provocó—. Llámalo y dile que no eres su Anh-Bon y que le exiges que te pague los diez mil dólares ya.
—Eh… Mi móvil se está cargando en el dormitorio.
Emmitt cogió el suyo del reposabrazos y se lo ofreció.
—Toma, usa el mío.
—No necesito llamarle delante de ti para demostrar que no soy una pusilánime. Me las apañaré yo solita.
—Me alegra saberlo —dijo, pero no parecía creerla.
Y lo que era peor, Annie empezó a dudar de si ella se creía a sí misma. No solo le había dado permiso a Clark para que le robara el sitio de la celebración y la fecha del aniversario de boda de sus abuelos, sino que además la llamada acabó antes de que le exigiera un día concreto para que le devolviera su dinero.
—Yo solo digo que no vengas a buscarme para que sea tu acompañante cuando te pida ser la dama de honor. Si me vieras con traje, darías codazos y empujones para coger el ramo.
—Ni lo sueñes.
—Bromas aparte, manda a todo el mundo a tomar por el culo y céntrate en ti —dijo Emmitt sin un solo rastro de provocación en la voz—. En serio. No le debes nada. Coño, es él el que te debe a ti, y no solo dinero. Te debe unas disculpas de cojones por haberte puesto en esa situación. Y después tiene que pedirles disculpas a tus amigos y a tu familia por lo del vestido y por haber robado la fecha de la boda de tus abuelos.
«Toma ya», no solo lo había oído casi todo, sino que había reflexionado largo y tendido, y tenía una opinión al respecto. A Annie le dio un vuelco el estómago.
Lo que la impresionó no fue lo que le había dicho Emmitt, ni tampoco cómo se lo había dicho. Era el hecho humillante de que fuera la primera persona en proferirle esas palabras, en animarla a defenderse. «¿Qué significaba que un perfecto desconocido fuera capaz de entender lo que sus mejores amigos y familiares habían dejado a un lado en pro de la cortesía? ¿En qué lugar la dejaba eso a ella por habérselo permitido?».
—¿Crees que todo eso cabrá en un pósit? —le preguntó.
La mirada de Emmitt la recorrió de arriba abajo con suma lentitud, y Annie sintió chispas al sentirse observada por él.
—A mí me pareces el tipo de mujer que, cuando ha tomado una decisión, no deja que nada la aparte de su camino.
La manera confiada en que se lo dijo le provocó una oleada de escalofríos que le recorrió el cuerpo más rápido que su madre comprando en las rebajas.
—Muy atrevido por tu parte sacar esa conclusión de alguien con quien has hablado solo dos veces.
—Qué quieres que te diga, han sido conversaciones profundas. Además, eres muy fácil de interpretar.
Annie resopló dos veces, porque era tan fácil de interpretar como una señal en una calle oscura para un paciente con glaucoma.
Nacida en Asia y criada por padres blancos, Annie llegó al mundo como un oxímoron con patas. De hecho, cuantas más personas la conocían, más prejuicios se tornaban erróneos. Annie era la prueba viviente de que no hay que juzgar un libro por la cubierta. De ahí que le diera vergüenza haber hecho eso mismo con Emmitt.
Ser misteriosa se consideraba interesante, pero ser una interminable caja de sorpresas resultaba muy poco atractivo. A la gente le gustaba confiar en su propio juicio, y a Annie a menudo la juzgaban mal.
—Tú, ríete, pero me juego lo que quieras a que te conozco mejor que un tío con el que hayas tenido seis citas.
—Pues me impresionas, porque dudo que tú hayas tenido seis citas consecutivas en los últimos seis años. —Cuando Emmitt abrió la boca para protestar, ella añadió—: ¿Con la misma mujer?
—Soy tan observador que no necesito ni la mitad de tiempo que los demás para saber si algo va a durar para siempre o no —aseguró. Algo que la sorprendió porque, cuando pronunció «para siempre», no parecía que fuera a vomitar ni a salirle urticaria.
—¿Me quieres decir que estás abierto al compromiso?
—¿Si se presenta la persona adecuada? —Emmitt se encogió de hombros—. ¿Por qué no? Pero no necesito engatusar a nadie para saber si es adecuado para mí. A las personas que están en mi vida no les propongo jueguecitos ni las hago pasar por el aro para descubrir qué lugar ocupan. No, eso es inmaduro y bastante mierder , en mi opinión.
Annie vio un reflejo de dolor reciente cruzar el rostro de Emmitt y reparó en que, debajo de su confiada arrogancia, latía una inseguridad que la atraía. Su instinto le decía que alguien en quien él confiaba y a quien quería lo había engañado. Y a tenor de la nueva tristeza que teñía las palabras de Emmitt, alguien le había hecho muchísimo daño. Y recientemente.
Читать дальше