A. Pink - La soberanía de Dios

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¿Quién gobierna todas las cosas?La situación actual exige a gritos un nuevo examen y una nueva presentación de la omnipotencia, suficiencia y soberanía de Dios. Es preciso que desde todos los púlpitos se predique a gran voz que Dios vive todavía, y que todavía reina. La fe está actualmente sometida a la prueba del fuego, y no hay lugar alguno de reposo firme y suficiente para el corazón y la mente sino en el Trono de Dios. Lo que ahora se necesita, como nunca antes, es un énfasis pleno, positivo y constructivo en el hecho de que Dios es Dios. A grandes males grandes remedios. Las congregaciones están hartas de palabras huecas y simples generalizaciones; es preciso que se les de algo concreto y específico. El jarabe tranquilizante quizá pueda servir para los niños de carácter nervioso; pero los adultos necesitan un tónico de hierro, y no conocemos nada mejor para infundir vigor espiritual en nuestro ánimo que una comprensión espiritual del pleno carácter de Dios. Está escrito: «El pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará» (Daniel 11:32).

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Reconocemos que la vida es un problema profundo, y que por todas partes nos rodea el misterio; pero no somos como las bestias del campo, ignorantes de su origen e inconscientes de lo que está ante ellas. No; «tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones» (2 Pedro 1:19). Y es a esta Palabra de Profecía que ciertamente hacemos bien en «estar atentos», a esta Palabra que no tuvo su origen en la mente del hombre sino en la de Dios; «porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 Pedro 1:21). Al volvernos a la Palabra y ser instruidos por ella, descubrimos un principio fundamental que es preciso sea aplicado a todos los problemas: en vez de empezar con el hombre y su mundo y retroceder hasta Dios, es necesario que empecemos con Dios y descendamos luego hasta el hombre. «En el principio (...) Dios » (Génesis 1:1). Apliquemos este principio a la situación actual. Comencemos a partir del mundo tal como está hoy y tratemos de retroceder hasta llegar a Dios y todo parecerá demostrar que el Supremo Hacedor no tiene relación alguna con el mundo. Pero si empezamos con Dios, siguiendo después hacia abajo, la luz, y luz en abundancia, iluminará el problema. Debido a que Dios es Santo , Su ira se enciende contra el pecado. Debido a que Dios es justo , Sus juicios descienden contra los que contra Él se rebelan. Debido a que Dios es fiel , se cumplen las solemnes amenazas de Su Palabra. Debido a que Dios es Omnipotente , ninguno puede resistirse a Él con éxito y menos aun destruir Su Propósito. Debido a que Dios es Omnisciente , no hay problema que escape a Su conocimiento ni dificultad que confunda Su sabiduría. Es precisamente porque Dios es Quien es y lo que es, que ahora contemplamos lo que está ocurriendo en la tierra: el principio del derramamiento de Sus juicios. Conociendo Su inflexible justicia e inmaculada santidad, no podíamos esperar otra cosa que lo que hoy contemplan nuestros ojos.

Sin embargo, conviene decir muy enfáticamente que el corazón solo puede hallar consuelo y gozo en la bendita verdad de la soberanía absoluta de Dios en tanto que se ejercite la fe . La fe se ocupa continuamente de Dios, ese es su carácter; eso es lo que la diferencia de la teología intelectual. La fe se sostiene «como viendo al Invisible» (Hebreos 11:27); soporta los desengaños, las dificultades y todos los pesares de la vida, reconociendo que todo viene de la mano de Aquel que es infinitamente sabio como para errar e infinitamente amante como para ser cruel. Si atribuimos lo que ocurre a cualquier otra causa que no sea Dios mismo, no habrá reposo para el corazón ni paz para el espíritu. Mas si recibimos todo cuanto afecta a nuestras vidas como de Su mano, entonces, sean cuales fueren las circunstancias o lo que nos rodea, tanto si estamos en una choza como encerrados en una prisión o en la hoguera del martirio, nos será dado poder para decir: «Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos » (Salmo 16:6). He aquí el lenguaje de la fe , y no el de la vista ni de los sentidos.

Sin embargo, si en vez de someternos al testimonio de la Sagrada Escritura, si en vez de andar por fe, andamos en pos de la evidencia de nuestros ojos y razonamos sobre esta base, caeremos en el lodazal de un virtual ateísmo. Asimismo, nuestra paz se acabará si somos guiados por las opiniones y los puntos de vista de otros. Aún admitiendo que hay muchas cosas en este mundo de pecado y sufrimiento que nos desaniman y entristecen; aun admitiendo que muchos aspectos de la providencia de Dios nos sobrecogen y aturden, no es razón suficiente para que nos unamos al incrédulo y al hombre del mundo que dice: «Si yo fuera Dios, no permitiría esto ni toleraría aquello». Es mucho mejor, en presencia del misterio que nos deja perplejos, decir con el salmista: «Enmudecí, no abrí mi boca, porque tú lo hiciste» (Salmo 39:9). La Escritura nos dice que los juicios de Dios son «insondables», y sus caminos «inescrutables» (Romanos 11:33). Así debe ser si la fe ha de ser probada, si la confianza en Su sabiduría y justicia ha de ser fortalecida, y la sumisión a Su santa voluntad ha de ser sostenida.

Esta es la diferencia fundamental entre el hombre de fe y el incrédulo. El incrédulo es «del mundo», todo lo mide por la vara de lo mundano, considera la vida desde el punto de vista del tiempo y los sentidos y todo lo pesa en la balanza de su propio entendimiento carnal. Mas el hombre de fe tiene la mente de Dios , todo lo mira desde Su punto de vista, valora las cosas según la medida espiritual, y considera la vida a la luz de la eternidad. De esta forma, acepta todo como proviniendo de la mano de Dios, su corazón vive tranquilo en medio de la tormenta y se goza en la esperanza de la gloria del Altísimo.

A continuación presentamos la línea de pensamiento que se sigue a lo largo de este libro: Nuestro primer postulado será, que debido a que Dios es Dios , Él hace lo que Le place, solo como Le place, siempre como Le place; asimismo, que Su interés máximo está puesto en el cumplimiento de Su deseo y la promoción de Su Gloria. Él es el Ser Supremo, y por lo tanto el Soberano del universo. Partiendo de este postulado contemplaremos el ejercicio de la soberanía de Dios, primeramente en la Creación; en segundo lugar en Su administración gubernamental sobre las obras de Sus manos; en tercer lugar en la salvación de Sus elegidos; en cuarto lugar en la reprobación de los impíos, y en quinto lugar, en la operación externa e interna en los hombres. En seguida consideramos la soberanía de Dios en cuanto a su relación con la voluntad humana en particular, y la responsabilidad humana en general, y mostraremos cuál es la única actitud apropiada que debemos tener a la luz de la majestad del Creador. Se ha apartado un capítulo separado para considerar algunas de las dificultades al respecto, y para responder a algunas de las preguntas que muy probablemente surgirán en las mentes de nuestros lectores. Otro capítulo se ha dedicado a una examinación más cuidadosa (aunque breve) acerca de la relación entre la soberanía de Dios y la oración. Finalmente, hemos tratado de mostrar cómo la soberanía de Dios es una verdad revelada en la Escritura para nosotros, con el fin de consolar nuestros corazones, fortalecer nuestras almas y bendecir nuestras vidas. Una comprensión debida de la soberanía de Dios, promueve un espíritu de adoración; provee motivación para la piedad práctica, e inspira celo en el servicio. Es profundamente humillante para el corazón humano, pero glorifica a Dios, pues rebaja al hombre hasta el polvo delante de su Creador

Sabemos perfectamente que lo que acabamos de escribir está en abierta oposición a la mayor parte de lo que normalmente se enseña hoy en día tanto en la literatura religiosa como en los púlpitos. Admitimos gustosamente que el postulado de la soberanía de Dios, con toda su consecuencia, contradice en forma directa las opiniones y pensamientos del hombre natural. En verdad, la mente carnal es completamente incapaz de pensar en estas cosas; no está capacitada para evaluar debidamente el carácter y los caminos de Dios, y es por esto que Dios nos ha dado una revelación con toda claridad: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos» (Isaías 55:8–9). A la luz de este texto, solo cabe esperar que gran parte del contenido de la Biblia choque con el sentir de la mente carnal, que es enemistad contra Dios. Por consiguiente, no apelamos a las creencias hoy día populares, ni a los credos de las iglesias, sino a la ley y al testimonio de Jehová. Todo lo que pedimos es un examen imparcial y atento de lo que hemos escrito, y que esto se haga en oración, a la luz de la Lámpara de la verdad. Que el lector esté atento a la exhortación Divina: «Examinadlo todo, retened lo bueno» (1 Tesalonicenses 5:21).

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