Pero, bien visto, también los monólogos del narrador están trabados, desde adentro, por el discurso ajeno. El discurso de Sainz, en efecto, rebosa de citas textuales y no textuales, entrecomilladas y no entrecomilladas. Trozos de canciones, fragmentos de novelas, citas de Paz o de Fuentes, poemas completos (a veces en otro idioma), intervenciones en italiano, portugués, inglés, francés, instrucciones de los aviones fasten seat belts entreveradas dentro del ritmo de la prosa, poemas de protesta viet soul/viet cong, lemas o consignas de la rebelión juvenil durante la década de referencia, capitulares de los periódicos, los gritos de la multitud en un concierto de Morrison, la voz estentórea del mismo Morrison diciendo i want to kill you father, impresionantes listas de películas o de novelas, referencias a otros libros del propio Gustavo Sainz, frases de Borges convertidas en monedas del saber generacional. El texto se convierte en un prodigioso tejido intertextual. Todos los discursos están disponibles, a la mano. Chin chin para el que no sepa cómo apropiárselos. Cómo incorporárselos. El operador de este texto se los ha devorado todos sin ningún conflicto con el súper yo. Es decir: sin sentimientos de culpa.
No sería extraño, dentro de la campaña del escándalo en la que se ha metido desde hace tiempo Sainz, que esta peculiar disposición textual le traiga problemas con sus colegas escritores. ¿Quién tiene el copyright en efecto de una carta de Fuentes? ¿Es que la carta es del destinatario y él puede hacer con ella lo que quiera, incorporarla, por ejemplo, a la novela que está escribiendo? ¿Puede volver asunto literario y, por lo tanto, poner a la vista de todos lo que era intimidad, correspondencia de persona a persona? ¿Qué dirán Gabriel Careaga y Jorge Aguilar Mora, otros de los signatarios adivinables tras los pseudónimos de Kastos y Athanasio Bustamante? ¿Se reconocerán en esos textos? ¿No tendrían alguna reclamación sobre las regalías?
No menciono lo anterior para buscarle problemas a Sainz, sino para indicar los límites de su audacia. Todo lo sabemos entre todos, decía Reyes. Todo lo hacemos entre todos, podría enmendar Gustavo. Las nuevas formas literarias, creo, están muy por encima de cualquier preocupación de tipo legalista. Sainz hizo bien en saquear cuanto texto le pareció saqueable. En literatura, los resultados son los que cuentan. La verdadera legitimación se finca ahí, y sólo ahí. Asumiéndose menos como un autor que como un operario de los discursos, menos como un iluminado que como un ensamblador, Gustavo Sainz ha logrado tejer un texto impresionante, un texto que seduce por su pluralidad y por su potencia, por su fidelidad a los tiempos así como por su capacidad para adulterar y para poner a su servicio el infinito de los discursos.
El hecho de que cada capítulo se abra con textos tomados de los periódicos le otorga, además, una interesante dimensión sociológica a su libro. Sociológica y autorreferencial, si lo puedo decir así. Resulta que Sainz inserta con el nombre y la fecha de un periódico fronterizo (El mexicano, La voz de la frontera, Sol del valle) los dimes y diretes que se originaron cuando un profesor de preparatoria dio a leer a sus alumnos una novela “inmunda, obscena, llamada Gazapo”, escrita por un redomado lépero de la hez metropolitana que respondió al nombre de Gustavo Sainz y murió en 1940. A partir de este discurso ajeno, manipulado o no, inventado o no, Sainz explora un doble dispositivo. El primero de ellos, histórico-generacional, detecta los efectos de la literatura de la onda en un sector de la sociedad mexicana de la época. No es que Sainz necesite teorizar acerca de esta novelística. Le basta con mostrar las ronchas que produjo. He aquí un indicador sociológico de primera importancia. No sé si esto ya lo haya adelantado alguien, pero creo que la estrategia narrativa de Sainz estimula la conclusión: la aparición de la llamada novela de la onda es paralela o concomitante con el surgimiento de lo que había de ser la rebelión juvenil contra el sistema político mexicano.
La novela de la onda implica, de hecho, una verdadera revolución lingüística. Consiste en rescatar y en valorar, en cuanto literatura, una jerga que carecía de prestigio y legitimidad. Plebeya y muy acá, la subversión encabezada por Agustín y Sainz alcanza con A la salud de la serpiente una consagración sin precedentes. Se vuelve ella misma objeto de reflexión literaria. Como que ya es parte de nuestra historia.
El otro dispositivo es puramente narrativo. Sainz usará cada vez algún fragmento del discurso exógeno para referirse a su propia persona. Sabotea, con este recurso, el indudable egocentrismo de su relato. Durante el primer capítulo, por ejemplo, para referirse a sí mismo, el narrador empleará la fórmula “el redomado lépero de la hez metropolitana”. En otra parte dirá “el inmundo y multiplicado”, “el autor de turbios y repugnantes tratados de bellaquería”. En otra “el autor del libro de marras”, a quien se había hecho una propaganda mejor que a la Cocacola, o bien “el Príncipe de los gandules cien por ciento irresponsables de sus actos, informales y que no merecían confianza ni respeto”. Técnica de distanciamiento, se diría evocando a Brecht, y que le funciona a la maravilla como una suerte de mecanismo multiplicador. Sainz es y no es Sainz. Es él mismo y es el otro: el que ven los demás. El que se ve a sí mismo como un otro acomodado precariamente entre los demás. Paranoia y esquizofrenia. Cercanía y alejamiento. Endogamia y tabú del incesto. Es como si Sainz, el cinéfilo, estuviera provisto con un zoom de la palabra, y que lo usara a capricho, pero siempre de modo calculado.
Cuando el procedimiento está a punto de volverse estereotipo, Sainz cambia las reglas del juego y elimina las entradas periodísticas. La literatura, ese mustang sin problemas de estacionamiento, de parqueo, como dirían en el Norte, se mueve como quiere y por donde quiere. Con A la salud de la serpiente, Sainz ha conseguido para sí y para nosotros, sus lectores, un texto libérrimo, un vehículo que transita ad libitum, sin hacer caso de señalamientos o restricciones de tránsito. Sainz rompe la camisa de fuerza de la novela y nos descubre un fascinante universo discursivo del que no dan ganas de bajarse nunca. ¿Libérrimo? Sí, libérrimo, lo que no quiere decir que carezca de estructura o de planeación. La mejor libertad, quizás, es la que el artista calcula poniendo el ojo en los resultados. El artista, pues, tiene que ser el visionario de su propia obra. Tiene que poseer ese don de ver hacia adelante, un poco más allá, tal vez, y de adelantarse así a las reacciones del lector, al que ha de tener en un puño. Con este texto, Gustavo Sainz ha demostrado que lo tiene.
A la salud de la serpiente, a la salud de esa víbora que se muerde la cola: México, el lugar del que ya te conté. Enhorabuena. Otra vez: enhorabuena. Que se repita.
* Este artículo se publicó en Sábado (suplemento cultural de Unomásuno) el 11 de mayo de 1991.
Periódico El Mexicano
Mexicali, Baja California
Jueves 7 de noviembre de 1968
Página Editorial
Prostituyendo a la juventud
por Cristóbal Garcilazo
El señor doctor don Miguel Serafín Sodi, caro amigo nuestro, anda indignado con toda justicia. Sucede que una amiga particular de su familia, cuyo nombre nos reservamos por elemental discreción, fue a consultarle si, en su opinión, era debido que en un conocido colegio particular de estudios superiores obligaran a su hija, una señorita de 18 años, a leer en alta voz, ante sus compañeros de clase, varones y señoritas, una sucia obra pornográfica, dizque en práctica de literatura “moderna”.
La “obra” literaria es una novela inmunda, obscena, llamada Gazapo, y su autor un redomado lépero de la hez metropolitana que respondió al nombre de Gustavo Saiz y murió en 1940.
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