Y así llegamos a la conclusión, al fragmento decisivo, a la afirmación extraordinaria, que cierra la Vida Nueva y que, en mi opinión, custodia el gran secreto de Dante.
Después de este soneto se me apareció una maravillosa visión, en la cual vi cosas que me indujeron a no hablar más de aquella bendita mujer hasta tanto que pudiese tratar de ella más dignamente. Y en conseguirlo me esfuerzo cuanto puedo, como ella en verdad sabe. Así, pues, si le place a aquel por quien toda cosa vive que mi vida dure algunos años, espero decir de ella lo que nunca de nadie se ha dicho. 36
Aquí Dante tiene otra visión. Y yo aprovecho la ocasión para hacer un paréntesis muy personal. En mi opinión, Dante era un místico, alguien que realmente tenía el don de ver lo que va más allá del conocimiento humano. Las visiones de las que habla no son la consecuencia de una copa de más o, como querrían algunos críticos, de un género literario que entonces estaba en boga y al que él se adaptó. No. Yo creo que Dante veía, ¡vaya si veía!
¿Y qué es lo que vio? No lo sabemos, él no lo dice, pero podemos tratar de ponernos en su lugar. Lleva dentro de sí este grito, el mismo de Leopardi, el mismo de los antiguos: «De ninguna manera, no sería justo, no puede terminar así». Pero, a diferencia de los antiguos, para los que inevitablemente todo terminaba en la muerte, Dante se revuelve, es como si dijera: «Hay algo que no entiendo, pero no puede terminar así. ¿Por qué ha pasado esto? ¿Por qué se ha muerto? Hay algo en esta mujer, en este encuentro luminoso que se me escapa. Tengo que entenderlo, tengo que descubrirlo cueste lo que cueste. Entonces dice: «Juro que no escribiré nada más, que no diré una palabra más sobre esta mujer hasta que no entienda lo que hoy no entiendo». «Espero decir de ella lo que nunca de nadie se ha dicho».
Diez años antes de escribir la Comedia , Dante tiene una visión y se atreve a profetizar: «Si las cosas son como creo que son, si el Padre Eterno me deja vivir lo suficiente, espero poder decir de Beatriz lo que nunca —ni en religión, ni en literatura, ni en filosofía…— se ha dicho de ninguna mujer».
Por eso me pregunto cómo es posible empezar a leer la Comedia sin tener esta afirmación de Dante en los ojos y el corazón. Porque solo así se entiende que haga todo el recorrido con Beatriz. Al principio de la Comedia , el Dante autor finge que el Dante personaje no lo sabe; pero cuando Virgilio le va a rescatar —como veremos leyendo el primer canto— es enviado por Beatriz; y, después, Beatriz está ahí esperándole para acompañarle en el último tramo de camino, entonces el mensaje se vuelve palmario: el objetivo de la vida, el sentido y la meta de su travesía humana es la de ver a su Beatriz en la gloria de Dios, es contemplarla en su plena verdad.
Es cierto que también hay que trabajar, hay que esforzarse con paciencia a lo largo del tiempo, porque no se crece sin esfuerzo; se crece mediante un camino fatigoso, haciendo todo un recorrido personal. Por eso mismo pasarán diez años antes de que Dante empuñe su pluma para contar lo que ha descubierto.
«Espero decir de ella lo que nunca de nadie se ha dicho». Dante entiende que ha recibido tal gracia que puede esperar decir de esa mujer lo que nunca se ha dicho de ninguna en toda la historia universal, ni tampoco se dirá en el mundo entero. O mejor, se dirá siempre allá donde haya un cristiano. En la experiencia cristiana una mujer —o un hombre, un amigo, una compañía de amigos— es signo del Misterio, de esa presencia que nos acompaña en la vida incluso cuando el signo cambia o desaparece. Esta es la grandeza de la vida cristiana, la salvación que se anticipa en el tiempo.
Salvación: la vida está salvada porque la muerte no es la última palabra. Pero hace falta recorrer todo el camino, sin atajos, como veremos en el maravilloso primer canto.
Pensad en la definición que da del paraíso: cuando por fin haya dicho de ella «lo que nunca de nadie se ha dicho», cuando haya escrito la Divina comedia ,
[…] quiera aquel que es señor de toda cortesía que mi alma pueda irse a ver la gloria de su señora, esto es, de la bienaventurada Beatriz, la cual gloriosamente contempla el rostro de aquel qui est per omnia saecula benedictus .
¿Qué será el paraíso? ¿Mirar a Dios sin ver la cara de los que hemos amado en la tierra? No, no me interesaría un paraíso donde no estuviera mi amada. Si existe un paraíso, tienen que estar allí también mi mujer, mi padre, mi madre, mis hijos, mis amigos y las cosas que he amado en esta tierra, hoy, ayer, mañana, y la estima que tengo por determinadas cosas, incluso la poesía. Hasta la hierba, diría san Francisco, y las nubes y la lluvia y el agua y la tierra y el cielo, y «un farol pintado de un típico verde amarillento, y un buzón rojo», 37diría Chesterton. Todo esto tiene que estar en el paraíso porque, si no, ¿qué clase de paraíso sería?
Esta es la promesa que hace Dante ante la muerte de Beatriz: si Dios me asiste, quiero comprobar cómo son las cosas de verdad, qué significa que nuestra vida está redimida, quiero ver mi vida salvada, quiero ver el rostro de Beatriz resplandeciente de la gloria de Dios, es decir, en toda su plenitud, en todo el esplendor de su verdad.
Recapitulemos sintetizando el camino de Dante en la Vida Nueva , la que nace para él en el encuentro con Beatriz.
Preguntémonos: ¿qué es lo más increíble que le puede pasar a un hombre de carne y hueso, a uno de nosotros? Si fuéramos realmente conscientes del deseo de verdad, bien y belleza que nos constituye; si entendiéramos que ese bien, verdad y belleza coinciden con algo infinito que llamamos Dios; y al mismo tiempo viviésemos el atractivo por una mujer de modo tan natural, tan verdadero, tenaz y fuerte, ¿qué tendría mayor capacidad de sorprendernos y dar un vuelco a nuestra vida? Descubrir o intuir repentinamente que podemos mirar a esa mujer a la luz de la encarnación —utilizo esta palabra porque no hay otra que sea adecuada— de Dios. Es decir, descubrir que amar a esa chica es amar al misterio del Dios que la crea; que hablar con Dios, estar con Dios, sentir a Dios como compañero de la vida, podría coincidir con el verdadero afecto a esa chica, con la relación que vives con ella. Entonces esa chica podría ser beatriz , es decir, portadora de la beatitud, de la verdad y del bien tan esperados y que parecían imposibles de encontrar en la historia.
Dante cuenta que vio por primera vez a esta chica con nueve años; y, desde entonces, es como si todo el atractivo del mundo —el sol, el mar, el cielo, comer, beber, dormir, el estudio, la política, las amistades…— se iluminara a la luz de ese acontecimiento. Porque estamos hechos así. Cuando venimos al mundo, experimentamos un atractivo infinito, que nos desborda el corazón, advertimos que estamos destinados a Dios, lo infinito y lo eterno; además, hay un asunto —la atracción por la mujer o por el hombre— que se percibe como determinante respecto a todo lo demás.
Toda la aventura de Dante y la razón de la Divina comedia arrancan de ahí, de un acontecimiento que se percibe como decisivo. Porque, al ir creciendo, es como si Dante con el rabillo del ojo custodiase ese acontecimiento, ese encuentro, que aún no sabe descifrar, pero que está, que es un hecho y en cuanto tal permanece para siempre. Hasta que, justo en su dieciocho cumpleaños, Dante ve otra vez a Beatriz; entonces tiene lugar el acontecimiento definitivo; según el relato de Dante, ella no le dirige una sola palabra, pero sí una mirada, un gesto de saludo, una sonrisa. Pero Dante se toma esa sonrisa totalmente en serio, la siente y la vive como una declaración, como si Beatriz le dijera: «Sí, tenías razón. Desde que viniste al mundo, tenías el presentimiento de que una mujer podría ser el cauce en el que se cumple la promesa de bien que es la vida. Muy bien, lo has adivinado, hiciste bien al esperarme; ahora puedes vivir todo el alcance de tu deseo».
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