1 ...6 7 8 10 11 12 ...17 —Buenos días, excelencia —saludó con una tímida sonrisa su joven secretario, tras golpear la puerta.
—Buenos días, Mario, pasa, per favore —le animó Baglione.
—Disculpe el apuro, eminencia, pero tengo algunas consultas sobre asuntos de gobierno y la posición que tomará la Iglesia al respecto.
—Dime, Mario, ¿cuáles son las de mayor urgencia?
—La prensa nuevamente nos está hostigando y debemos dar una versión oficial acerca de la extraña muerte del cardenal Hailler. Se están elaborando conjeturas que no son convenientes para el Vaticano —explicó nervioso el secretario.
—¿Y cuáles son estas conjeturas y de quién provienen, caro Mario? —increpó el camarlengo alzando la ceja izquierda.
—A decir verdad —continuó el secretario—, es algo que escuché decir a los nuncios apostólicos. No sé si tiene mayor relevancia, pero se comenta que el cardenal Hailler fue asesinado, más concretamente envenenado por alguien perteneciente a la Santa Sede. Esa es la hipótesis que maneja la policía y algunos medios de prensa. Todo ha empeorado con el incendio del laboratorio del cardenal, colocándonos en una posición no solamente sospechosa e incómoda, sino además peligrosa.
—¿A qué te refieres concretamente, Mario?
—Como Ud. sabe, excelencia, la falta de credibilidad en nuestra Iglesia debido a los escándalos de corrupción, sumado a las denuncias de pedofilia, nos están costando caro. Por otra parte, el tema de las acciones del Banco Vaticano en fábricas de armamentos, tampoco es algo que hayamos podido blanquear.
—Caro mio, vayamos resolviendo los temas por partes —apuntó con un suspiro de hastío el camarlengo—. En cuanto a las sospechas de corrupción, como bien sabes, no existen pruebas contundentes para incriminarnos. Respecto al tema de la pedofilia y las acusaciones sobre distintos obispos y sacerdotes, es un asunto que está encaminando el cardenal Petteri y, por el momento, es mejor no pronunciarnos fuera de su discurso. En conclusión, no creo que estos rumores sean algo de lo que debamos preocuparnos. Tal y como está el mundo debido a los últimos atentados, estos asuntos pasarán a un segundo plano, ya lo verás.
—Va bene —anotó el secretario, quien sacaba apuntes de las respuestas del camarlengo, para luego organizar la estrategia de comunicación del Vaticano—. Pero ¿qué hacemos con respecto a las habladurías sobre la muerte del cardenal y el laboratorio?
—La gran pregunta para esas lenguas ponzoñosas sería: ¿quién podría querer la muerte del favorito para ocupar el sillón papal, cuando la Iglesia necesita más que nunca un santo padre?
—Lo que se rumorea, excelencia, es que sería alguien que quisiera quedar en ese lugar de privilegio.
—Mario, tú sabes muy bien que no existe consenso para ningún otro candidato. Por el momento, el cónclave ha quedado nuevamente suspendido por tiempo indeterminado y absolutamente fragmentado. De hecho, como se sabe internacionalmente, han sido suspendidas todas las reuniones por ese asunto hasta que se calmen un poco las aguas. Es importante transmitir que nadie en su sano juicio hubiera querido matar al cardenal Hailler. Tal vez, eso sea lo que debemos expresar más claramente para quitarnos de encima cualquier sospecha. Ha sido un lamentable accidente que sume a la Iglesia en la más profunda tristeza. La prensa debe comprender que nos demos un tiempo de luto hasta superar lo ocurrido y tener mayor claridad sobre este lamentable incidente —concluyó Baglione, arqueando nuevamente una ceja—. ¿Alguna otra consulta?
—El resto no parece importante —manifestó el humilde secretario—. Bueno, tal vez haya algo que sí podría tener cierta urgencia, pero es relativo a su familia —indicó el joven tragando saliva—. Esta mañana ha llegado una comunicación desde el Uruguay.
—¿Uruguay? — Respondió Baglione, intentando esconder su perturbación.
—Sí, excelencia. He recibido primero un mail en el que solicitaban la dirección de su correo electrónico y, al no responder por ese medio, recibí esta mañana una carta certificada que dice provenir de su señora hermana. Disculpe por no haber comentado antes acerca del asunto, pero me ha tomado también por sorpresa que su hermana insistiera en comunicarse. Es decir, no pensé que su excelencia tuviera más relación con su familia de Uruguay.
Baglione palideció ante esos comentarios, pero en pocos segundos volvió a tomar control de sus emociones.
—No te preocupes, Mario, yo mismo había olvidado tener una familia luego de la muerte de mi madre. Deja por favor, esa carta en mi dormitorio. Luego del almuerzo la leeré, cuando me retire a descansar.
—Como Ud. prefiera, eminencia —afirmó el eficiente secretario, bajando nuevamente la mirada.
Hacía casi diez años que aquel muchacho ejercía como asistente personal al servicio del cardenal Giuseppe Baglione, pero pocas veces lo había visto turbado, excepto cuando algo se refería a su familia en Uruguay. Mario Porto conocía bien a ese alto clérigo de ojos pequeños y huidizos, que brillaban ante la intriga y la corrupción. Sabía incluso de algunos negocios «poco católicos» de su excelencia, que convenía llevar consigo hasta la tumba. Cada gesto de ese rostro tenía para el joven una interpretación sobre los deseos de su jefe. Sin embargo, tal vez lo que Mario conocía mejor, era esa boca de labios finos y lujuriosos, que temblaban de excitación en los momentos íntimos.
CAPÍTULO 10
EL NACIMIENTO
—Falta el último pujo, hija mía —avisó Sara emocionada.
—Tú puedes, querida —añadió David, admirado de la fortaleza de su mujer.
La sala de partos había sido transformada en un lugar íntimo. El padre de David era un reconocido obstetra, actualmente accionista principal de ese hospital, donde eran muy conscientes de la importancia del acompañamiento familiar al momento de dar a luz.
Por otro lado, era tradición en la familia de Pilar, que las mujeres tuvieran conocimientos como matronas y acompañaran los partos. Sara había ayudado a muchas parturientas y la mayoría de sus hijas habían asistido en alguna ocasión a algún alumbramiento.
Quienes tenían mayor destreza eran la propia Sara e Isabella, que, además, tenían conocimiento sobre hierbas y preparados caseros para facilitar esos procesos. Por este motivo, ambas estaban acompañando a Pilar, una a cada lado de la cama.
Isabella sonrió.
—Ya está coronando, hermana. Es el último esfuerzo, tú puedes, nuestra Señora te está acompañando —alentó en un susurro.
Pilar estaba como en un trance, pero la voz segura de su hermana con las indicaciones finales le hicieron reaccionar. Entonces, con fuerzas que hasta el momento desconocía, dio un último pujo que fue bendecido por el llanto de un recién nacido. Una hermosa niña había llegado al mundo y con ella, todas las bendiciones para los suyos.
David recordó en aquel momento, cuando rogó a su madre para poder casarse con Pilar. Tuvieron que hablar con un rabino amigo, para que instruyera a su futura esposa sobre lo que implicaba convertirse a la religión de su familia. Muchos obstáculos habían tenido que superar juntos, pero gracias al amor que sentían el uno por el otro, sobrellevaron las pruebas.
Quizás por esto, Pilar había cambiado su actitud con respecto a la espiritualidad. El rabino les había explicado acerca del Zohar y la Torá, la cual es muy clara con relación a los diferentes roles impartidos por Yahvé para el hombre y para la mujer.
—El hombre es un conquistador —había dicho el religioso—. Es a quien se le encarga enfrentar y transformar el mundo. Con ese fin, a los hombres se los ha dotado de una naturaleza extrovertida y agresiva, que debe aplicar constructivamente en la guerra cotidiana de la vida. La mujer, en cambio —señaló—, es su opuesto diametral. Su naturaleza intrínseca es la «de no confrontar», por eso debe ser humilde e introvertida —sostuvo. Mientras el hombre enfrenta a los peligros del mundo exterior, la mujer cultiva la pureza dentro de sí misma. Ella es el sostén del hogar, quien nutre y educa a la familia. Es la encargada de cuidar todo lo que es bueno y santo en la vida cotidiana. «Toda la gloria de la hija del rey de los cielos es interior». Pero «interior» no significa necesariamente entre cuatro paredes—agregó el rabino—. Algunas mujeres para los judíos de nuestra estirpe tienen un importante papel que se extiende más allá del hogar. Si esta fuera la misión de sus futuras hijas, ella tiene que llegar con su prédica a la más lejana de las tierras. La mujer que ha sido bendecida con la aptitud y el talento de influir sobre las demás, puede y debe convertirse en una «saliente», abandonando periódicamente el refugio de su hogar. Pero ha de hacerlo solamente con el objetivo de alcanzar y movilizar a quienes han perdido el rumbo en sus vidas.
Читать дальше