1 ...8 9 10 12 13 14 ...17 —Mamma, realmente ya no podemos esperar más —explotó repentinamente la hija menor—, Isabella y yo estamos dispuestas a viajar al Vaticano y hablar con el tío Giuseppe—continuó—. Tú prometiste que este año íbamos a viajar a Italia para conocer el resto de la familia, por eso, si ahora no puedes ir por tener que acompañar a Pilar y a la pequeña, Isabella y yo podemos hacerlo por nuestra cuenta.
—¡Hija mía, yo soy la más interesada en saber de nuestra querida Belén! Es tan solo que tanto dolor es difícil de asimilar y la alegría del nacimiento de mi primera nieta, ha sido como un bálsamo para mí.
—Lo entiendo, madre, pero ni Isabella ni yo creemos que Belén esté muerta. Y si lo estuviera, no descansaremos hasta confirmarlo. Así no podemos seguir. No es posible para nosotras disfrutar de otras cosas con tanta incertidumbre.
—Lo entiendo, hija, pero si tu tío no ha contestado es porque lamentablemente no hay novedades.
—No conozco personalmente a ese tío, madre, pero si no ha respondido es porque es un hombre insensible —sentenció la menor de las Pittameglio.
—¡Fátima! ¡No hables así de alguien que no conoces! Han pasado cosas entre él y yo que explican este silencio.
—Lo sabemos, madre. Pilar nos lo ha contado todo. Pero no nos interesa ahora entrar en esos asuntos familiares del pasado. Lo que no podemos es quedarnos aquí, de brazos cruzados, temiendo cada llamada telefónica que recibimos.
—Creo que en eso Fátima tiene razón —terció Isabella, con su aguda voz de cantante de ópera—. Nosotras podríamos adelantarnos e ir haciendo averiguaciones. Luego tú puedes unírtenos cuando Pilar se organice mejor con la pequeña. Ayer tuve otra de mis visiones —agregó la joven—. Yo sé que ustedes no creen en esas cosas, pero he visto a Belén caminando por el desierto hablando con mujeres vestidas de negro.
—¡Ay, Isabella! —exclamó Sara—. ¡Por favor, no sigas con eso, hija mía, es muy peligroso! Algún día te contaré más al respecto. Siempre temí que alguna de mis hijas tuviera ese tipo de visiones, que han tenido otras mujeres de nuestra familia.
—¿Así que a otras en la familia les pasaba lo mismo? ¿Quiénes? —cuestionó Isabella, complacida con aquella noticia.
—Pues no voy a decirte nada más de que son atributos muy difíciles de saber llevar, pueden causar desastres en la vida de quien los posea. Mi propia madre, tu abuela, era una de esas personas, y realmente no quisiera que lo desarrolles sin saber lo que implica—insistió Sara, con verdadera preocupación.
—Muy bien. ¡Entonces iremos a Roma con la pitonisa! —intervino Fátima con ironía—. Ella nos contará sus premoniciones mientras yo me encargo de investigar para encontrar a Belén.
—¡Fátima, no seas sarcástica! —recriminó Isabella.
—Sucede que ya no soy una niña a quien se puede callar como antes, soy mayor de edad y tengo ahorros de la herencia de nuestro padre. Por lo que de todas maneras, iré a Italia aunque sea yo sola.
—¡Fátima, no es así como se le habla a tu madre y a tu hermana! Comprendo tu desesperación, hija, pero créeme que no es más de la que siente Pilar, Isabella o yo misma. Cada una de nosotras lo manifiesta en forma diferente, pero todas compartimos ese dolor. Tienes mucho que madurar y debes empezar por controlar esa lengua—regañó Sara.
Fátima comprendió que de ese modo no iba a obtener nada de su madre, por lo que se apresuró a pedir disculpas y a mostrarse receptiva.
Por fin y luego de otro interminable silencio, Sara añadió:
—Está bien, creo que no es mala idea que vayan primero ustedes y consigan una entrevista con su tío en el Vaticano. Yo iré luego para encontrarme con Giuseppe y hablar personalmente con él. Mientras tanto, pueden quedarse en la casa de mi prima Sofía. Estoy segura de que estará encanta de recibirlas.
—Gracias madre. Ya mismo nos pondremos en marcha—afirmó Fátima con tono triunfal, mientras Isabella asentía con la cabeza.
El objetivo había sido logrado.
CAPÍTULO 13
PALMIRA
Ayman Al Said mandó destruir todo templo contrario a la fe musulmana en los territorios bajo su comandancia. Así quedaron reducidos a escombros monumentos y santuarios considerados patrimonio cultural de la humanidad y parte de la identidad de diversos pueblos y civilizaciones antiguas. Entre ellos cayó el histórico templo de Baalshamin y el hermoso santuario de Bel, dedicado a la deidad suprema de Babilonia, en la antigua ciudad de Palmira.
La bella ciudad de los siglos I a. C. a II d. C. que había sido uno de los centros más importantes del mundo, punto de encuentro de las caravanas de la seda, estaba desapareciendo entre las arenas del desierto.
De todo el antiguo esplendor no quedaba más que el recuerdo. Pero la mayor desgracia, era que junto a la caída de templos y monumentos, se derrumbaba también la cultura de pueblos avanzados, que ahora eran obligados a morder el polvo de una derrota brutal.
Parecía como si los hombres del Estado Islámico quisieran hacer que la historia volviera a escribirse a partir de su llegada. Pretendían provocar una amnesia colectiva, para perder cualquier tipo de referente contrario al régimen.
Tarik estaba consternado. Desde el encuentro con la religiosa católica, muchas cosas habían cambiado con respecto a su comprensión de la guerra santa. Le había impactado que alguien tan distinto a sus creencias fuera capaz de transmitirle tan profundamente la fe y el amor por un Dios desconocido.
Aquella no era una mujer corriente, en esa mirada azul habitaba un espíritu especial que trascendía cualquier religión. Quizás por eso decidió ayudarla de forma tan inexplicable.
Todo ese episodio había generado un gran revuelo en el campamento. Cuando los hombres de Ayman se percataron de la falta de una motocicleta y algunos víveres, comenzaron las investigaciones y el ambiente se había tornado tenso. Pero con el fragor de la lucha y las últimas victorias obtenidas, el asunto había quedado en el olvido.
Poco después de la quema de la iglesia de San Agustín siguieron la de otros templos religiosos, sinagogas y santuarios de distintos credos. Cada una de esas destrucciones eran celebradas como triunfos en el nombre de Alá.
Pero él ya no podía sentir satisfacción en eso. Tarik percibía que algo no estaba bien en lo que allí sucedía. No sabía precisarlo exactamente, pues había sido adoctrinado durante años. Pero matar y torturar personas indefensas, solo por profesar una fe diferente, era algo para lo que aun con el duro entrenamiento militar no estaba preparado.
Tal vez, si hubieran sido solo hombres en combate, se hubiera sentido honrado y merecedor del paraíso junto a las setenta y dos huríes. Pero las muertes que veían sus ojos diariamente, eran mucho más de lo que un hombre como él podía soportar.
Su pensamiento nuevamente se perdió rememorando a su familia y los ojos azul noche de su prometida.
Cómo le hubiera gustado haber escuchado a tiempo las súplicas de su madre, cuando le decía que no podía seguir a una religión que glorificara la muerte y la guerra. Ella había insistido en que debía optar por el camino recto que tenían los cristianos armenios como parte de su familia o los yazidíes kurdos como ella, pero Tarik decidió abrazar la religión de su difunto padre.
Abdulá había dejado la vida en pos del ideal suní y Tarik quería ser su continuador.
Por eso, o quizás por su falta de conocimiento de la política y la historia, había decidido enrolarse en el ejército del Estado Islámico. De esta manera y casi sin percatarse, se convirtió en una marioneta de intereses muy turbios. No solamente para el ejército terrorista, sino funcional a otros poderes que ni siquiera podía imaginar y que distaban mucho de la religión musulmana tradicional.
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