Casiraghi, María
Música Griega / María Casiraghi. - 1a ed. - Florida : El Cedro Azul, 2020.
libro digital, EPUB
archivo digital: descarga / isbn 978-987-8439-03-7
1. Poesía Argentina. I. Título
CDD A861
Ficha técnicaImagen de portada: Arquitectura de la luz de la luna, de René Magritte (1956) Diseño y maquetación: info@textum.com.ar
Contactomariacasiraghi@gmail.com
Lugar de publicación: Florida, Buenos Aires, Argentina
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A mis hermanas Virginia, Paula y Carolina Casiraghi
Oráculos
Sí, retornaron al hogar, y se llevaron consigo
todo lo bello, todo lo grande,
todos los colores, todos los tonos de la vida,
y sólo nos quedó la palabra sin alma.
(…)
Lo que ha de vivir inmortal en el canto,
debe perecer en la vida.
Friedrich Schiller, “Los dioses de Grecia”
¿De dónde viene la música,
es griega?
¿Es una cajita que llora desde siempre?
Es que fue aquí
donde arropaban tu placenta los antiguos
y le daban mar a tu lengua
y te decían ¡Qué bella es tu tristeza!
Es música egea
y brota en tus ojos
hace siglos que no sufren por nada
tus ojos
tan apurados
en el nuevo mundo
olvidan
el canto nodrizo de estas islas
la cura de tus males
y el espejo.
Y te decían ¡Qué triste es tu belleza!
Y derramabas otra vez
y otra vez
y otra vez
música tibia en el fondo del mar.
Tibia es la melancolía
en la cal
y en la luz de las tardes griegas.
Fue aquí
no puedes huir de tu parto.
Aquí pujaba la piedra, y el alga gritaba
y se deshacía
para que salgas del pozo.
Aquí, toda tu vida
ese canto
de barco perdido.
Hay una única luz
en esta noche
hay un destello en el agua
que sólo vemos
entrecerrando los ojos
y dejando que el viento
vuelva a ser dios.
Te has preguntado
dónde nació el deseo
esa intemperie de los cuerpos
atorada en una cueva de Creta.
Hoy
es solamente un resto.
Si ya no puedes volar
deja de intentarlo todo
probaste cicuta
caminos sin salida
lagos falsos y espejismos.
Limpiaste las huellas
del arma
y repetiste mil veces
los errores de tu parto
has pujado en el mar y parido sirenas
y sin embargo
¿qué aprendiste, después de todo?
Acaso es ilusorio este balcón
este fuego de agua
de tu locura
esta trampa
que huele a hembra
y a caballo
y a campo
recordando las estrellas.
Es que el pasado no vive en la piedra.
El pasado está flotando en el Egeo
es un candil en la noche
y es el aullido del lobo.
Es tiempo de dar el salto.
¡Tan diminuta parece
de arriba
la historia
que con sólo mirarla
la domesticas!
Los pequeños puertos
en la noche griega
reflejan
las lunas perdidas de los dioses.
Siempre hay un barco que se aleja
siempre alguien vuelve
con las manos más viejas
y conversan en la orilla
los unos y los otros
de cada regreso
con el mar secándose
en los ojos de sus mujeres,
y de los adioses del amor astillado
en esos tiempos
cuando eran de lluvia
los amantes.
A veces sucede
que cae un rayo en el mar
y ruge el mundo
se anaranja el sol
sobre el agua
y las ancianas regresan
agachaditas
con sus frutos sin vender.
Todo se reúne en la resaca.
Los hombres
bebiendo hasta la última
ola
y esa tristeza de hotel
en los cantos rodados
de la playa.
Así son los puertos pequeños.
Iguales a vos
que vives y mueres en una caracola
a la espera de que alguien
te acerque a su oído
y por fin
puedas cantar.
A Rafael Oteriño y Silvana Ballarín
¿Es azul el barco?
¿Añil como el alma de tu casa?
¿Es blanca la casa?
¿Tu memoria es blanca?
Navega
contra la corriente que se lleva el horizonte
navega y olvida
que naciste con colores en el cuerpo.
En la bruma la eternidad
persigue a los viajeros
para que recuerden
que detrás del mar
está el final
y detrás del final
sigue, sin rendirse,
el océano.
Navega, más arriba,
a Santorini
en esta terraza sagrada
puedes mirar el mundo.
Sólo lo ves
si estás sola
sólo lo ves
si estás alta.
Verás cómo
los colores del agua
desaparecen en el agua
y en la superficie
sin tonos
descansarán tus ojos
de los ojos del siglo.
Anda. Es ahora o es nunca.
Todo lo que flota
es sustancia del olvido
la materia te abandona en los bordes
y el tiempo
siempre muere de mar.
A Gisela Galimi
Apaga la música
y ponte a escuchar
la calle
la voz del árbol que se mete en tu ventana
el llanto del hornero
que no encuentra su nido
y la rabia del barro
convertido en camino.
Apaga todo
en silencio y a oscuras
todo lo que no eres
cobra velocidad
las manos de nadie
en la fotografía
los ojos de la máscara
en la pared
en penumbras arrástrate
como niño en secreto
por la alfombra que absorbe
la pena de los fumadores.
Despídete de los ruidos
del crujir de la madera antigua.
Apaga todo
y huele
el mundo vacío.
Cuando querés volver
alguien comió las migajas que arrojaste en tu camino.
No te animaste a quemar las naves
un altruista, anónimo,
lo hizo por vos.
Alguien parecido al viento sigue tus pasos
para borrarlos.
Sucede diariamente.
Cuando llegas al filo de las escaleras
ya no te acuerdas
lo que estabas persiguiendo.
Algunos lo llaman estrés,
otros,
amnesia.
Es el ángel de la guarda
vigilando
que caigas hacia arriba.
¿Qué es
esa voz
difunta
que suena siempre más grave y más lenta
que la voz que sale de tu boca?
¿Es el eco
el primer habitante de la cueva?
Allí dentro
puedes hablar sin pudor
el eco no juzga
se alimenta de respuestas
y desoye las preguntas.
El río ya no pasa por allí
tu voz también
se seca
si no le das de llover.
El eco nunca sale de la madriguera
ermitaño
sólo repite
lo que los hombres sueñan.
El eco es anterior a la naturaleza.
Pudres aleros
pudres enredaderas
dejas heridas
las palomas sin techo
y algunas golondrinas que han perdido su norte
se mueren de frío en la puerta de tu casa.
Todos te piden limosna
en el balcón
y rezas por ellos
porque están vivos
y los vivos quieren que te arrodilles
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