Una buena parte de ellos se queda después de la salida de las tropas; son muy numerosos como para que la mayoría encuentre un hospedaje diferente a las calles de la ciudad. ¿Cuántos son? Ninguna fuente permite decirlo, tanto más que faltan los archivos parroquiales de este periodo en los cuales se registraron los decesos. Lo importante reside más bien en el hecho de que esos centenares —incluso miles— de estómagos hambrientos se agregan a una población que ya vive en la hambruna. Sobrepoblada, mal e insuficientemente alimentada, la ciudad es la presa favorita de la epidemia.
El consejo de la ciudad multiplica las órdenes para quitar las inmundicias que se amontonan en las calles, pero los equipos contratados son insuficientes frente a la amplitud de la tarea. Asimismo, el consejo debe aprovisionar a la ciudad; no obstante, se esconde el grano. Mientras los precios suben, la revuelta amenaza cada día —a comienzos de marzo de 1649 la rebelión popular contra el gobernador La Vieuville fue reprimida por las doce compañías de la milicia burguesa— y hace comprar grano en Normandía y en Bretaña. La fiebre tifoidea, según parece, se declara a finales del año 1650 y la muerte arrasa con facilidad en los rangos de una población debilitada sin que se pueda evaluar con precisión la mortalidad. Tampoco se sabe si las parroquias de San Hilario y de San Pedro el Viejo, donde vive una buena parte de los notables, se salvaron, como les había pasado en la peste de 1635, en especial la calle donde se establece la familia de Juan Bautista24.
Después del año 1652, el más difícil de todos, comienza una lenta recuperación que dura una década. Los atropellos de las tropas no cesan antes de la victoria conseguida el 4 de septiembre de 1657 en Sillery por Francisco de Joyeuse sobre los españoles del marqués de Montal, que saqueaban al país. Frente a la persistencia de la miseria, el consejo de la ciudad toma el ejemplo de París y ese mismo año decide encerrar a los pobres mendigos: «prohibido mendigar a quienes no quieren encerrarse, bajo pena de ser expulsados y de castigo corporal, si es necesario» (Desportes, 1983, p. 181). La población remense se caracteriza por esta fuerte proporción de obreros estrechamente ligados al campo, refugiados en la ciudad durante los años difíciles y residentes allí porque la manufactura les dio trabajo. Pero esta actividad depende de un aprovisionamiento que la coyuntura política puede perturbar provocando el desempleo y la miseria. Así, la pobreza es un problema permanente y lancinante en Reims durante la juventud de Juan Bautista.
Una ciudad emblemática de la evolución religiosa de la época
La Reforma protestante se ahoga con rapidez a partir de la década de 1650 bajo la acción de los Guisa que dominan en la Champaña y, con mayor exactitud, de los arzobispos de Reims que pertenecen a la familia.
Carlos de Lorena está en la sede desde 1545 a 1574 y pone por obra las decisiones tridentinas en su diócesis. Reims y la Champaña son el epicentro de procesiones blancas (hombres y mujeres vestidos de una camisa blanca caminan descalzos y llevan un cirio en signo de penitencia) que en el periodo 1583-1584 imploran la misericordia divina sobre el reino devastado por la herejía. En 1585 solo se cuenta una centena de familias protestantes en la ciudad.
Aunque la burguesía remense se muestre muy resistente, Henri el Balafré25, duque de Guisa, gana para su causa el consejo de la ciudad y una minoría de notables, lo que transforma a Reims en la capital de la Liga Católica. Lo apoya el arzobispo
Luis de Lorena, hermano y sucesor de Carlos, quien se apoya en el capítulo. La universidad y el Colegio de Bons-Enfants también toman ese partido. Pero mientras resuenan los sermones inflamados de los predicadores comprometidos por el prelado, como el teologal
Hubert Meurier, llamado Morus, doctor de la Sorbona, o el capuchino Juan
Brûlart, se continúan imprimiendo en la ciudad panfletos hostiles a los Guisa.
La liga, que no creó la unanimidad en Reims, se encuentra aislada después del asesinato de
Henri de Guisa. Antonio de Saint-Pol, gobernador de la ciudad y confidente del Balafré, mira cómo sus partidarios lo abandonan de modo progresivo para unirse a una coalición formada por criptoprotestantes y realistas «políticos». En 1592 Châlons, que permaneció realista, y Reims, que se enfrentaban desde hacía dos años por el control del viñedo, firman un «tratado de labranza» confirmado por Henri IV en el mes de enero siguiente. En 1594, después del asesinato de Saint-Pol por el joven duque de Guisa, solo quedan algunos capuchinos para rechazar la sumisión a Béarnais. Entre los notables que hablan con fuerza en favor de la paz se destacan los nombres
Frémyn, La Salle y Lespagnol. En octubre el duque de Guisa y el rey firman la rendición de Reims. Meurier, quien había sido nombrado gran maestro de Bons-Enfants, escoge el exilio. El año siguiente el castillo de la Porte Mars, que da acceso a la ciudad por el oeste, símbolo del poder de la Liga sobre Reims, se demuele.
Hasta finales de los años 1660 Reims vive, por así decirlo, sin obispo. Desde el comienzo del siglo los titulares de la sede casi nunca residieron allí y su episcopado marcó poco la ciudad.
Luis de Lorena, cardenal de Guisa, muere en 1621 sin haber recibido el diaconado. Su sobrino Henri, de quince años, lo sucede en 1629 y renuncia a su sede en 1641 para tener una vida más aventurera: se le vuelve a encontrar al lado del conde de Soissons en la batalla de Marfée en 1641 y en Nápoles, en 1647, con ocasión de la revuelta de Masaniello. La sede de Reims se le confió entonces a
Léonor d’Étampes de Valençay, un fiel de Richelieu. Comenzó viviendo en su diócesis y visitando sus parroquias, pero como era muy gastador casi no se hizo apreciar por la población, si se creen los juicios de Coquault en su Periódico:
es un hombre agudo y de espíritu, pero de mal ejemplo por su lujo […]. Engañó a todos con quienes tuvo negocios; si no lo hizo fue porque no pudo […]. Ruego a Dios de todo corazón que le perdone sus faltas. (Poutet, 1970, t. I, p. 92, n.º 40)
Murió en París en 1651, después de haber dejado su diócesis para ir a vivir en Poitou. Su sucesor, Henri de Savoie-Nemours recibió solo la tonsura. Convertido en el último de su prestigioso linaje, dejó el estado eclesiástico en 1657 para casarse con María de Longueville, la famosa amazona de la Fronda. El matrimonio casi no perduró porque murió pronto: en 1659. El cardenal Antonio
Barberini, titular desde 1657 hasta su muerte en 1671, tomó posesión de su beneficio muy tarde, puesto que sus bulas de investidura fueron rechazadas por
Inocencio X y Alejandro VII. Solo las recibió en junio de 1667 de manos de Clemente IX, apadrinado por
Urbano VIII, «el papa
Barberini». Llegó a Reims el 22 de diciembre de 1667 para tomar posesión de su sede, que había visitado con rapidez en septiembre de 1664, «en vestido de hombre privado y no como eclesiástico» (Poutet, 1970, t. I, p. 136). Cardenal camarlengo desde 1638, despreció a los canónigos de la catedral y terminó contrariándolos al querer imponerles la liturgia romana.
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