José Luís Ramos Blanco - Las serventias en Galicia

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Esta monografía se centra en el estudio de los distintos aspectos que conforman la historia, el desarrollo y los rasgos más significativos que caracterizan a las denominadas «serventías».
Se analizan con detenimiento y de forma crítica tanto las aportaciones doctrinales como jurisprudenciales con la finalidad de determinar la evolución y los rasgos más característicos que configuraron en el pasado, y los que configuran en la actualidad esta institución tanto en Galicia como en otras regiones de España en las que asimismo se reconoce su existencia o aplicación

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La mayoría de las tierras se disponían en bancales sujetos por taludes de tierra 117 , aunque excepcionalmente también había muros de contención formados con piedras. Estos bancales presentaban aspectos diversos.

En primer lugar, como pequeños bancales alargados con forma de “escamas de pez”. Su superficie quedaba comprendida, con carácter general, entre las 10 áreas y 1 hectárea. Dicha configuración de los bancales predominaba en los terrenos de reducidas dimensiones y muy discontinuos.

En segundo lugar, como bancales constituidos en largas tiras. El ancho de una misma tira no era constante y sus dimensiones presentaban importantes variaciones. El ancho de dichos bancales oscilaba entre los 40 y 80 metros, el largo entre los 200 y 300 metros, y su superficie entre 1 y 3 hectáreas.

En tercer lugar, como bancales constituidos en forma de cuadrilátero (de aspecto “reboludo”). La parte más larga de los terrenos, contrariamente a lo que sucedía en los casos precedentes, se disponía en el sentido de la pendiente. Su forma era bastante regular y su superficie variaba, habitualmente, entre 1 y 5 hectáreas.

El servicio general de estos tres tipos de bancales estaba asegurado por caminos de carro, que presentaban una configuración física muy variable 118 . A partir de estos, el acceso a los bancales se realizaba por rampas que desembocaban directamente en los predios, o que conducían a otros bancales a través de senderos llanos y más estrechos, pero lo suficientemente anchos como para permitir el tránsito de los carros.

El servicio interno de las fincas se regía por complejas reglas. No de forma sistemática y obligada, sino por acuerdos tácitos entre los usuarios, el bancal podía estar sometido a una disciplina global de cultivo.

El bancal también podía no estar organizado de ningún modo en particular, permitiendo a los usuarios cultivar sus predios como mejor les conviniera, garantizando el acceso recíproco mediante acuerdos parciales de vecindad.

El bancal podía, asimismo, estar configurado de tal manera que concedía una libertad total de cultivo a sus usuarios, sin necesidad de pactos que regulasen el paso. Según los lugares, su organización se encontraba en unos estadios más o menos avanzados.

La solución más sencilla (Pontedeume) consistía en dejar alrededor del bancal una tira de terreno a campo de 3 a 4 metros de ancho, denominada “cómaro” o “comareiro” en esta zona. El “cómaro” no era un bien comunal, sino que los usuarios de las fincas conservaban la propiedad exclusiva de las partes de la tira de terreno que se encontraba al principio o a lo largo de su fundo. Tampoco tenía, ni tan siquiera principalmente, la función de servicio de paso, sino de lugar de pasto. De este modo, el “cómaro” constituía, primero, una especie de complemento de los prados, y sólo accesoriamente se usaba para el paso a pie o para la circulación de los carros, bien únicamente en la parte acordada para asegurar el servicio de todos los predios; bien según itinerarios variables establecidos de tal modo que el ejercicio del paso no se viera perturbado.

Un aspecto un poco más evolucionado de la organización (Betanzos) consistía en completar dicha tira periférica a campo con otra central situada sobre el linde entre dos fincas. La existencia de esta franja de tierra central facilitaba el movimiento de las “xugadas” y tractores, al tiempo que permitía solucionar todos los problemas relativos a la comunicación de los fundos enclavados.

No obstante, las estructuras más avanzadas estaban en los bancales que adoptaban forma de cuadriláteros (“reboludas”). El paso a pie o con carros por los “cómaros” se efectuaba pisando una rueda un fundo y la otra el otro (“a duas rodas”). Cuando el tractor substituyó al carro, la regla general se mantuvo, aunque fueran varias las ruedas de cada lado las que pisaran la tierra. Como el servicio era mutuo, el acceso estaba garantizado en todo momento. Para no perjudicar la utilización de los “cómaros” como lugar de pasto, las idas y venidas se reducían al mínimo imprescindible y se hacían más cortas. En caso de partición de los predios, su división podía hacerse en bandas alargadas, en tiras o, incluso, en ambos sentidos, sin que el servicio se viese por ello perjudicado.

De los tres sistemas anteriormente descritos, los dos primeros eran los más comunes. Las antiguas obligaciones recíprocas comenzaron a desaparecer en favor de la libertad de paso a través de la apertura de más senderos. En algunos lugares la evolución fue tan rápida que los usuarios de las parcelas contiguas, pero situadas a distinto nivel en bandas adyacentes, se esforzaron por asegurar el paso de un plano a otro allanando el desnivel existente. Estas operaciones de reagrupación parcelaria y de liberación del espacio cultivado permiten apreciar la importancia del auténtico corsé agrario que cumplían los “ribazos” como elemento de conservación y de cierre.

Algunos bancales tenían un nombre propio, pero lo más común es que se integrasen en conjuntos más amplios formados por dos, tres, cuatro o cinco bancales, frecuentemente circundados por caminos de servicio general. Por tanto, el bancal no constituía una unidad agraria básica, aunque estuviese sometida a una estricta disciplina de cultivo, por lo que el mantenimiento de las restricciones en el marco del bancal parecía más bien un testimonio relicto de una organización de otro tiempo más general.

4.2. EL SUROESTE LITORAL Y MIÑÁN

En esta zona geográfica el grado de fragmentación de los terrenos era elevado y predominaban las fincas muy alargadas (de tipo “lanière”) con una superficie inferior a 10 áreas. El servicio de los bancales estaba asegurado por redes jerarquizadas de caminos y senderos. Al igual que en la zona de las Mariñas, también aquí el acceso a los bancales se efectuaba a través de rampas abiertas. A partir de estas, las escaleras de piedras construidas en la pared de los muros de sostén permitían el paso a pie a personas.

De forma similar a lo que sucedía en el seno de las “agras”, muchas terrazas (“socalcos”) se encontraban automáticamente sometidas a una disciplina general de trabajo como consecuencia de la uniformidad del sistema de cultivo que en ellos se practicaba, basado en una sucesión de maíz sobre maíz, con un pequeño lugar reservado para las patatas. En todos los fundos, la siembra y recolección se realizaba al mismo tiempo. Además, los cuidados que requería el maíz durante su crecimiento se efectuaban a mano, por lo que no existían durante dicho período problemas para el desplazamiento de los carros o de los vehículos de tracción, puesto que la circulación de personas tenía lugar, de “socalco” en “socalco”, a través de caminos de tránsito general, por las escaleras de piedras instaladas en la pared de los muros de sostén, por los propios “socalcos”, por las sendas provisorias situadas en las extremidades de las fincas que cambiaban de ubicación de un año para otro, o simplemente por pasos entre las plantas de maíz.

La recolección de los frutos y el transporte de las patatas eran las únicas operaciones de cultivo pesadas ubicadas fuera de las concordancias generales de las fechas. Para evitar eventuales perturbaciones en el buen funcionamiento del sistema, no se plantaba el tubérculo más que en los predios situados en la parte final del “socalco” o en el borde del camino, garantizando así un servicio cómodo.

En los bancales, generalmente de secano, en los que el maíz entraba en rotación con un cereal de invierno, de conformidad con ritmos más o menos complejos, se respetaba también la regla de la unidad de cultivo en todos los fundos.

Dichas prácticas consuetudinarias se complementaban, durante las épocas destinadas a la siembra y recolección, con caminos “serventíos” que permitían el acceso a las fincas y el laboreo con el arado en todas las fincas, aunque esto no significaba que existiera una obligación de labrar en una fecha fija. Cada usuario, con tal de permitir el tránsito de los demás usuarios por su(s) finca(s) y no abusara de los derechos de paso a los que pudiera aspirar, disponía de una cierta libertad y de una selección de días suficientemente amplia para realizar sus tareas, aunque siempre dentro de los límites marcados por el calendario agrícola habitual. En todo caso, no existía una obligación de esperar indefinidamente. Aquellos que se demoraran excesivamente tenían la posibilidad de cavar las fincas a mano, sistema empleado también por todos los que carecían de medios de tracción mecánica o animal.

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