1 ...8 9 10 12 13 14 ...23 El reconocimiento de la importancia de una epidemia requiere que cada una de ellas sea evaluada desde una perspectiva histórica y a través del prisma de la ecología de los saberes, combinando escalas temporales con escalas espaciales (Santos, 2014a). Esta opción implica articular, por un lado, el análisis del brote a corto plazo con el estudio de las implicaciones y condiciones predisponentes a largo plazo; y, por otro, la escala del cuerpo enfermo individual, infectado, con la escala global.
Propongo que partamos del siglo xv, el inicio del capitalismo y la reconfiguración de dos formas de dominación, que ya existían antes, pero fueron profundamente reconfiguradas para ponerse al servicio del capitalismo. Me refiero al colonialismo y al patriarcado. El efecto más característico de este triple conjunto de formas de dominación es crear una línea abismal que separa radicalmente a los seres considerados plenamente humanos de los considerados infrahumanos: cuerpos racializados y sexualizados. Este sistema de poder está en la base de la distinción actual entre el Norte global y el Sur global (Santos, 2019a, 2020a).
Detengámonos un poco en la naturaleza del virus. Se trata de un poder insidioso e imprevisible, muy superior a los medios que podríamos utilizar para combatirlo. No tenemos otra defensa que la huida, el confinamiento, el distanciamiento físico. Huimos del virus porque no somos capaces de afrontarlo. En los tiempos modernos, la primera vez que algunos grupos humanos se enfrentaron a una situación similar fue cuando los colonizadores europeos llegaron a las remotas tierras de América y África. El poder del que eran portadores fue probablemente sentido por los pueblos nativos de una manera semejante a como estamos experimentando este nuevo virus. El poder colonizador era un poder insidioso y sorprendente, y extremadamente superior al poder con el que los pueblos originarios podían resistirlo. Claro que, a diferencia del virus, era un poder muy visible; pero, al igual que el virus, no les dejaba otra alternativa que escapar, esconderse. Como sabemos, hubo una resistencia admirable, pero gran parte de ella se articuló con evasión. Muchos de los pueblos indígenas de las Américas vivían en sus territorios ancestrales, pero muchos otros tuvieron que huir a otros lugares, donde los colonizadores no llegasen. Posteriormente, los esclavos encontraron en la fuga (runaway, slaves, quilombos, palenques) la única forma de escapar del poder del señor de los esclavos. De alguna manera, el mundo hoy está compartiendo, finalmente, estos primeros movimientos y estrategias de los pueblos invadidos al inicio de la era moderna. Curiosamente, el Norte global, ahora invadido por este nuevo coronavirus, demuestra ser tan impotente como los pueblos del Sur global que invadió en siglos anteriores. ¿Fin de un ciclo? ¿Cierre de un círculo? ¿Ironía del destino? En cualquier caso, para comprender la naturaleza contemporánea del virus, debemos retroceder varios siglos. Para sorpresa de muchos, los virus estuvieron presentes en el proceso histórico de colonización, y no siempre por accidente.
Las epidemias son parte constitutiva de la historia de la humanidad y producen ciclos de amenaza para la humanidad. Aparecen principalmente asociados a poblaciones que viven en casas fijas, en pueblos o ciudades. La forma en que estas poblaciones utilizan sus fuentes de agua convierte esta en un elemento potencialmente transmisor de diversas enfermedades. Además, en general, la mayoría de las personas que vive en espacios urbanos tiene una dieta menos cuidada y variada. Las grandes epidemias del pasado, como la peste del siglo xiv, enseñaron la necesidad de la cuarentena y revelaron los orígenes de las guerras biológicas. Es importante rescatar esta historia desde la perspectiva de quienes no pueden olvidarla, considerando que el proyecto de modernidad eurocéntrica busca borrar de la memoria muchos desastres del pasado, lo que Veena Das llama «violencia aniquiladora de mundo» (2007: 8). Revisitar esta historia es crucial para repensar las alternativas a la pandemia de la covid-19.
El pasado puede ayudar a hacer frente a las crisis epidémicas contemporáneas, especialmente en la prevención de enfermedades futuras. Con el fin de identificar pistas que contribuyan a un conocimiento en profundidad de la crisis de la covid-19, analizamos con más detalle tres pandemias que marcaron la historia de la humanidad: la peste, la viruela y la influenza. Un análisis más completo debería incluir el análisis del cólera, la malaria y la fiebre amarilla, que tuvieron un gran impacto en la economía colonial.
Este capítulo está estructurado en torno a tres preguntas fuertes. ¿Qué factores históricos y político-económicos explican los orígenes y las escalas de impacto de los grandes brotes epidémicos en el mundo, con especial atención a los últimos cinco siglos? Frente a las epidemias, ¿qué respuestas fueron dadas por diferentes formas de organización (instituciones), en diversas escalas (desde el individuo, pasando por la comunidad, a la dimensión nacional e internacional)? ¿Cuál es la relación entre estas epidemias y la memoria histórica y qué subjetividades políticas han generado?
La peste: un fantasma que viaja con los contactos comerciales
Una de las primeras epidemias documentadas es la plaga de Justiniano, un episodio de peste bubónica que se produjo en el siglo vi y que mató a cerca de 20 millones de personas, afectando principalmente a la región mediterránea (Rosen, 2007). «Peste Negra» fue el nombre con el que quedó conocida la epidemia que marcó a Europa en el siglo xiv, probablemente provocada por el mismo patógeno[1]. Esta epidemia se considera uno de los mayores desastres de salud pública conocidos y uno de los ejemplos más dramáticos jamás registrados de enfermedades emergentes o reemergentes. Este brote, que se originó en Asia posiblemente en la década de 1330, tuvo efectos terribles: se estima que murieron en total entre 75 y 200 millones de personas en Europa y Asia (Benedictow, 2004: 383). El tremendo impacto de esta pandemia, que afectó a Túnez en 1348-1349, es relatado por Ibn Jaldún en Muqaddimah (1377). El filósofo, cuyos padres murieron a causa de la peste, escribe que fue como si la civilización hubiera sido devorada y el mundo cambiado por completo. Giovanni Boccaccio, cuyo padre y madrastra también murieron en la peste, escribió el Decamerón (1448-1452) durante este periodo. En la introducción a los diez cuentos del libro, producidos durante la cuarentena en las afueras de Florencia, Boccaccio también habla del terrible impacto de la epidemia[2].
La Peste Negra trajo consigo chivos expiatorios, la estigmatización de diversos grupos minoritarios, como judíos, frailes, extranjeros, mendigos, peregrinos, leprosos y gitanos (romaníes), acusados de propagar la epidemia. Según David Nirenberg (2015), quien estudió en detalle los territorios que hoy son Francia, España y Portugal, hubo episodios de violencia contra miembros de estos grupos, incluyendo persecución y muerte. Estos hechos contribuyeron a establecer los términos y límites de la convivencia de las minorías, una lección sobre los riesgos de discriminación y episodios de violencia asociados al estallido de epidemias.
La cuarentena, como medida de contención epidémica, surge en un contexto europeo asociado a esta epidemia (Sehdev, 2002: 1072). La región mediterránea, una zona de intensos contactos comerciales, se vio afectada con frecuencia por brotes epidémicos que provocaron enormes pérdidas humanas y socavaron la integridad territorial de los Estados. Varias ciudades del sur de Europa buscaron soluciones para combatir y prevenir epidemias que todavía se utilizan en la actualidad (Cipolla, 1981; Tomic y Blažina, 2015). Cuando sonaba la alarma sobre la «peste» –término que en la Edad Media europea era usado para referirse a otras varias enfermedades–, las puertas de la ciudad se cerraban y sólo podía pasar la barrera de protección quien presentara prueba escrita de que no había tenido contacto con la enfermedad. Cuando la enfermedad ya estaba propaganda en la región, varias medidas sanitarias eran rápidamente implementadas para reducir el riesgo de contagio. Destaca el aislamiento de la ciudad y el uso de desinfección como métodos efectivos para controlar la propagación de las epidemias (Abreu, 2018)[3]. Por otro lado, la noción de contagio[4], que se venía desarrollando, está en el origen de varios episodios de guerra biológica.
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