Peter H. Wilson - El Sacro Imperio Romano Germánico

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Desde su fundación con
Carlomagno hasta su destrucción, un milenio más tarde, a manos de Napoleón, el
Sacro Imperio Romano Germánico, una entidad vasta y en constante expansión, tan antigua como única, formó el corazón de Europa. Motor de invenciones e ideas, estuvo en el origen de muchos de los Estados modernos europeos, desde Alemania a la República Checa, y sus relaciones con Italia, Francia y Polonia dictaron el curso de incontables guerras. La historia europea no tendría sentido sin él. En este sorprendentemente ambicioso libro,
Peter H. Wilson aborda la tarea ingente de explicar el funcionamiento del Imperio no desde un punto de vista cronológico, sino en un titánico ejercicio expositivo en el que demuestra su trascendental importancia, y cómo el Imperio mutó a lo largo del tiempo. El resultado es un
tour de force, un libro que eleva innumerables cuestiones sobre la naturaleza de su poder político y militar, sobre la diplomacia y la esencia de la civilización europea y sobre el legado del
Sacro Imperio Romano Germánico, que durante generaciones ha perseguido y obsesionado a sus vástagos, desde la Alemania imperial y nacionalsocialista hasta la Unión Europea. Ganador Libro del año en 2016 en
Sunday Times Ganador Libro del año en 2016 en
The Economist

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La Paz de Westfalia

En 1643, las localidades westfalianas de Münster y Osnabrück fueron declaradas neutrales para acoger el congreso de paz que debía poner fin a la Guerra de los Treinta Años en el imperio, la lucha de España contra los rebeldes neerlandeses (reiniciada en 1621) y la Guerra Franco-Española que se libraba desde 1635. Las operaciones militares prosiguieron para procurar a los beligerantes mejores bazas negociadoras. En el tratado concluido en Münster en mayo de 1648, España aceptó al fin la independencia neerlandesa, pero la Guerra Franco-Española continuó once años más, pues ambas potencias sobreestimaron sus perspectivas de futuros éxitos militares.

Aun así, los diplomáticos lograron concluir con éxito el conflicto en el imperio en dos tratados negociados en Münster y Osnabrück y firmados de forma simultánea el 24 de octubre de 1648. Estos tratados fueron conocidos, respectivamente, por la abreviatura de sus títulos latinos, IPM e IPO. 132 Los dos pactos, junto con la primera Paz de Münster, conformaron la Paz de Westfalia, que fue, a un tiempo, un acuerdo internacional y una revisión de la constitución del imperio. Francia y Suecia recibieron compensaciones territoriales, pero la paz ni convirtió a los príncipes en soberanos independientes ni redujo al imperio a la condición de débil confederación. Por el contrario, se mantuvo la tendencia hacia una monarquía mixta. Esto se puede observar en los ajustes a que fue sometido el papel de la religión en la política imperial.

La Paz de Augsburgo había sido renovada pero también revisada, pues se acordó que 1624 sería el año normativo. Esto permitió a los católicos recuperar algunas tierras eclesiásticas, pero no todas las que podrían haber recuperado de haberse aplicado en su totalidad el Edicto de Restitución o la Paz de Praga. 133 El calvinismo fue incluido junto al catolicismo y al luteranismo, pero las restantes confesiones quedaron excluidas, a excepción de los privilegios ya existentes de los judíos, que no quedaron afectados. Pese a la percepción de épocas posteriores de que Westfalia aumentó los poderes principescos, el Artículo V del IPO recortaba de forma notoria el derecho de reforma otorgado en Augsburgo, pues retiraba a los Estados imperiales la potestad de cambiar la confesión de sus súbditos. A partir de ese momento, la fe oficial de cada territorio quedó fijada de forma permanente, tal y como había existido en el año normativo de 1624. Para facilitar la aplicación de esta norma, se concedió libertad individual y se protegió a los heterodoxos de discriminación para asuntos de emigración, educación, matrimonio, entierro y culto. De nuevo, se proscribió la violencia a favor del arbitraje mediado por el sistema judicial del imperio. El programa palatino de cambios constitucionales se rechazó de forma definitiva. La fijación de la confesión religiosa oficial de cada territorio cimentó la mayoría católica permanente en las instituciones imperiales. No obstante, se introdujo en el Reichstag una nueva organización del voto (conocida como itio in partes ) que permitía a dicho organismo debatir las cuestiones religiosas, cuando era necesario, como dos cuerpos confesionales ( corpora ). 134

Tensión y tolerancia después de 1648

A partir de esta revisión de los aspectos clave, resulta obvio que el acuerdo westfaliano no desplazó la religión de la política imperial y menos aún inauguró un orden internacional plenamente secular. Pero lo que sí que hizo fue anunciar la derrota del confesionalismo militante. Entre 1648 y 1803, los Estados imperiales presentaron 750 protestas formales contra violaciones de las cláusulas religiosas, pero prácticamente todas estas trataban de cuestiones de jurisdicciones y propiedades. Muchas eran relativamente triviales: una quinta parte concernía a granjas o casas individuales y tan solo un 5 por ciento a distritos completos. 135 Iglesia y Estado no habían sido separados, pero las cuestiones de doctrina habían quedado en cuarentena para así permitir que las cortes de justicia del imperio resolvieran disputas «religiosas» como si se tratasen de discrepancias acerca de la delimitación de derechos y privilegios legales. El Reichstag no ratificó ninguna de las 74 acusaciones de sesgo religioso presentadas entre 1663 y 1788 contra sentencias del Reichshofrat. 136

Solo hubo tres cuestiones que plantearon dificultades. Una concernía a la inquietud protestante con respecto al resurgir católico posterior a 1648. La derrota política del calvinismo en la Guerra de los Treinta Años se sumó a su incapacidad de atraer nuevos conversos después de 1613, fecha de la conversión del elector de Brandeburgo. El luteranismo también perdió terreno. La única excepción fue el activismo de base denominado pietismo, que, salvo en Prusia, era visto con desconfianza por las autoridades. 137 Por el contrario, los católicos, incluso abadías menores, se embarcaron en proyectos culturales y constructivos a gran escala asociados al Barroco y a la riqueza y prestigio del emperador (todos ellos pruebas de que no había perdido la guerra). Estos atraían a su servicio a nobles de todos los confines del imperio. La competición por el favor imperial llevó a 31 importantes príncipes a convertirse al catolicismo entre 1651 y 1769, entre los que se incluían Federico Augusto I el Fuerte, elector de Sajonia, que se convirtió en 1697; su hijo le siguió en 1712. Sajonia, cuna del protestantismo, se hallaba ahora bajo soberanía católica. 138 Cada una de estas conversiones causó tensión momentánea, pero estos problemas constitucionales fueron resueltos con relativa facilidad, lo cual indica que el imperio continuó siendo flexible hasta entrado el siglo XVIII. La revisión de los años normativos impidió a los príncipes obligar a sus súbditos a abrazar su nueva fe. Por el contrario, a la familia soberana se le permitía practicar el culto en la capilla de palacio, pero debía firmar un documento denominado Reversalien que garantizaba la gestión sin impedimentos de su Iglesia territorial luterana por cargos que hubieran jurado mantener esa fe, con independencia de las creencias del príncipe local. Estos acuerdos solían ser sancionados por la asamblea territorial y a menudo por otros príncipes protestantes. Esto ampliaba la base sobre la cual, en caso de disputas, podían presentarse alegaciones ante las cortes imperiales. 139

A pesar de las Reversalien , numerosos protestantes sospechaban que los príncipes fomentaban el catolicismo en secreto por mediación de los sacerdotes agregados a la capilla de corte. Esto ayuda a explicar el furor provocado por los acontecimientos del Palatinado, que constituyen la segunda de las dificultades mencionadas. Tras la extinción de la dinastía gobernante calvinista, en 1685 el Palatinado pasó a manos de una rama católica menor de los Wittelsbach. El nuevo elector colaboró con los franceses, que ocuparon sus tierras durante la Guerra de los Nueve Años (1688-1697), en la reintroducción del catolicismo. Acto seguido, Francia se aseguró el reconocimiento internacional de los cambios hechos en la Paz de Rijswijk de 1697, pese a que tal cosa quebrantaba el año normativo de 1624 (que Francia, como garante de la Paz de Westfalia, debía hacer respetar). El impacto lo magnificó la coincidencia con la conversión al catolicismo del elector de Sajonia y la expulsión de los hugonotes de Francia ordenada por Luis XIV, después de la revocación de sus derechos religiosos en 1685. El grado de preocupación suscitado lo evidencia el hecho de que 258 de las 750 quejas oficiales versaban en torno a esta cuestión.

Esta respuesta dio lugar a la tercera gran dificultad: los protestantes invocaron su derecho a «debatir por partes» y dividir el Reichstag en dos grupos confesionales. Aunque tal medida era legal con la constitución de 1648, se corría el peligro de enquistar el debate en un momento en que el imperio necesitaba reaccionar al estallido de la Gran Guerra del Norte (1700-1721) y a la inminente disputa de la herencia española, que le implicó en una nueva contienda con Francia (1701-1714). A pesar de la intensidad del debate público, había escaso interés político por abandonar los consolidados métodos de trabajo del Reichstag y de otras instituciones. Los protestantes se reunieron por separado, como Corpus Evangelicorum , de 1712 a 1725, en 1750-1769 y en 1774-1778, pero continuaron participando en las demás instituciones imperiales. Los católicos se sentían satisfechos con las estructuras existentes y nunca convocaron un cuerpo separado. Además, el corpus protestante quedó maniatado por la lucha por su liderazgo entre Prusia, Hanover y Sajonia (cuyo elector, a pesar de hacerse católico, se negó a cederlo). La práctica de debatir por partes solo se empleó en cuatro ocasiones (1727, 1758, 1761 y 1764); básicamente, se trataba de un recurso táctico de Prusia para obstaculizar el dominio Habsburgo del imperio. A largo plazo, la manipulación prusiana de las cuestiones religiosas erosionó su capacidad de ocasionar problemas, por lo que, a finales del siglo XVIII, la constitución se consideraba garantía suficiente de las libertades religiosas. 140

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