Eiríkur Örn Norddahl - Illska

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Agnes y Ómar se conocen una gélida madrugada en el centro de Reikiavik. Tres años después, Ómar reduce su casa a cenizas y abandona el país. Pero esta historia comienza mucho antes, en 1941, cuando la mitad de los habitantes de la ciudad lituana de Jurbarkas son asesinados en un bosque de los alrededores.Dos de los bisabuelos de Agnes estuvieron en esa masacre —uno disparó al otro— y, tres generaciones después, Agnes ha convertido el Holocausto y los populismos xenófobos en el centro absoluto de su vida. Y su obsesión la lleva hasta Arnor, un neonazi cultivado… Traducida a siete idiomas y celebrada unánimemente por la crítica, Illska se sitúa en el corazón de la actual crisis de valores europea y explora, a través de un argumento adictivo, la preocupante deriva sociopolítica de Europa.

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—…

—… la gente discute acaloradísimamente sobre esas cosas. Las discusiones sobre la segunda guerra mundial giran en torno a las virtudes y los defectos de los distintos tipos de tanque, y la discusión sobre el Holocausto gira en torno a la posibilidad o la imposibilidad de compararlo con alguna otra cosa.

—¿Y no se puede?

—No, exacto. No se puede.

Agnes y Ómar pasaron a toda velocidad por delante del Jökulsárlón sin detenerse. Los azulados y antiquísimos hielos del glaciar se deslizaban por la laguna y desde la carretera se oían voces de focas excitadas.

***

«Alterización» se llama al arte de aparentar que el mundo está compuesto por personas fundamentalmente distintas de uno mismo. Los otros son peligrosos, tontos, malos, estúpidos, tienen intereses que ponen en peligro nuestra visión del mundo, y así sucesivamente. Curiosamente (y comprensiblemente, añadiríamos), los populistas (léase: «nazis») se ven repetidamente «alterizados» (y son, además, peligrosos, tontos, malos y estúpidos al mismo tiempo).

***

La serpenteante carretera de la costa sur le recordó a Agnes una película islandesa. Tenía la impresión de haber visto ya ese paisaje desde un helicóptero, con un tiempo magnífico, y los bancos de nubes apoyándose, como almohadones de plumas, sobre el horizonte, rodeados por un cielo lila, formando un increíble paisaje lunar que dejaba a los turistas sin respiración. Esta montaña es increíblemente bella, decían los turistas. Estamos a punto de echarnos a llorar, añadían unos mirando fijamente a Agnes, esperando que ella les mostrara su aprobación. Sí, es totalmente justificado que te eches a llorar por mis montañas, se supone que debía decir ella. Son las montañas más majestuosas del mundo. Un paraíso en la tierra. Pero sentía repugnancia ante semejante patrioterismo. Podía alzarse en defensa de la pequeña Islandia cuando la criticaban —y lo mismo le pasaba con Lituania—. Pero no podía compartir de ninguna forma, ni por lo más sagrado, los jadeos de los turistas.

Miró de reojo a Ómar, que estaba mirando por la ventana sin hacer ni el más mínimo gesto. Parecía haber dormido regular. A menos que la noche antes se hubiera metido en el cuerpo demasiadas cervezas. Ella decidió no preguntar nada y dejarle que siguiera mirando por la ventana para contemplar aquel paisaje de película.

***

Los «otros» de los populistas incluyen, entre otros, a modernas que apoyan el multiculturalismo, terroristas con turbante llegados de Kebabistán, burócratas de la Unión Europea, capitalistas «corruptos», la élite de los medios de comunicación, la élite universitaria, la élite cultural, la élite política, tíos blancos de mediana edad, siempre cachondos, sudorosos y de espaldas peludas, vecinos malcriados e impertinentes, «emigrantes económicos» (solicitantes de asilo y refugiados), heavies, minusválidos, feministas radicales y «mendigos agresivos» (gitanos).

***

A mediodía llegaron a Skriðuklaustur.

—Fue por aquí, en algún sitio —Agnes señaló la ladera.

—Absurdo.

—Ya lo sé.

—¿Y qué se supone que estaba haciendo él aquí?

—Nada. O, bueno. Ya lo sabes. Huir. —Agnes se encogió de hombros—. Solo fueron a comprobarlo. Pero, naturalmente, estaba en su búnker de Berlín, aunque entonces no lo sabían.

—… Y pensaban que un escritor islandés tenía a Adolf Hitler escondido en el sótano de su casa, en pleno culo del mundo, en los límites del mundo habitado…

—Podría haber sido así, perfectamente. Rudolf Hess se tiró en paracaídas sobre los campos de Escocia.

—Pero ¿esconderse en Islandia? Eso es totalmente absurdo.

—Radovan Karadzic se escondió en Belgrado haciéndose pasar por médico homeópata. Los caminos de la maldad son inescrutables. ¿Vamos a echar un vistazo? Cogió la manilla de la puerta y la abrió; el frío de febrero entró a raudales en el coche.

***

La regla de oro del periodismo es esta: Es noticia que un hombre muerda a un perro; no lo es que un perro muerda a un hombre. La regla de oro del periodismo amarillo («la regla amarilla del periodismo») es esta: Todo lo que yo desee es un-hombre-muerde-a-un-perro, aunque sea un-perro-muerde-a-un-hombre. Esto se consigue haciendo que parezca que todo lo que escribes y publicas es algo único y especial, aunque sea la regla (un-perro-muerde-a-un-hombre) y no la excepción (un-hombre-muerde-a-un-perro).

***

Agnes se sentó sobre la nieve y encendió un cigarrillo. Ómar le cogió otro.

—Siempre estoy intentando dejarlo —dijo—. Siempre estoy dejándolo. Y volviendo a empezar. —Dio una calada—. En realidad, me da asco. No sé por qué siempre vuelvo a empezar.

—¿A lo mejor porque fumar es adictivo?

—¿Crees tú?

—Ya lo sabías, ¿no? Ya te habías enterado, seguro.

—Bueno, sí, lo oí en algún sitio. Y que es malo para la salud.

—Terriblemente letal. La gente muere.

—Todo el mundo muere.

—La gente muere antes.

—¿Antes de qué?

Agnes calló.

—Qué curioso —dijo al poco—. Mira. —Echó el aire por la boca y, con el frío, el aliento se transformó en neblina—. No importa si soplo humo o aire. Son exactamente iguales.

***

Por lo que a mí respecta, se podría proclamar la siguiente afirmación: Quien vive en una sociedad donde un-hombre-muerde-a-un-perro es siempre noticia, pero un-perro-muerde-a-un-hombre no lo es nunca, podría pensar que, prácticamente en todos los casos, la sociedad en la que vive está mucho más trastornada de lo que lo está en realidad. Pensará inevitablemente que la excepción es la regla y que los perros corren gran peligro por culpa de las personas.

***

En el viaje de vuelta aparcaron el coche al lado del Jökulsárlón. Agnes sacó del maletero los sacos de dormir, bajaron el respaldo del asiento trasero y se echaron a dormir en el maletero.

—¿Por qué se tiró en paracaídas Rudolf Hess sobre Escocia?

—Uf. —Agnes levantó los brazos—. Ojalá lo supiera. Entonces podría escribir un libro y ganaría montones de dinero. —Se quitó el jersey dentro del saco y se entretuvo en desabrochar el sujetador en la oscuridad. Ómar se limitaba a mirar la noche.

—¿Nadie lo sabe?

—Del todo, no. Algunos dicen que quería negociar la paz con los ingleses. Otros, que se había peleado con el Führer y decidió desaparecer. Lo único que se sabe es que, en plena guerra, el líder número dos del Tercer Reich apareció en un lugar perdido de Escocia y pidió que lo llevaran ante lord Hamilton.

—¿Lord Hamilton? —Ómar se volvió hacia Agnes, que estaba hecha un ovillo con la espalda hacia él, sin conseguir soltarse el sujetador. Ómar cogió el cierre y tiró, uno de los cierres se soltó y la golpeó.

—¡Ay! —gritó Agnes cuando la tira le golpeó la espalda. Se dio la vuelta con un gesto de fastidio.

—Perdona.

Agnes hizo un gesto para decir que no pasaba nada.

—Lord Hamilton tenía muchos amigos alemanes —sonrió.

—Vaya. —Ómar se quitó el anorak y bostezó.

—Pero Hamilton reconoció a Hess, que había dado un nombre falso, así que lo metieron en la trena. Y allí tuvo que seguir hasta que murió de viejo en algún momento de los años noventa. Se había vuelto senil mucho antes del final de la guerra. Ya sabes, lo declararon loco. Quedó libre de todos los cargos. En Núremberg. Dijo que no recordaba nada. Dijo que no reconocía a su hijo ni a su propia esposa. Hasta sus colegas del Tercer Reich estaban convencidos de que se había vuelto loco. Totalmente gagá. Solo decía cosas sin sentido, soltó algo así como que le habían echado veneno en las galletas, y mencionó una conspiración de los judíos —que habían envenenado a Hitler y lo habían obligado a construir campos de exterminio y a matar judíos para detener el avance del nacionalsocialismo de una vez por todas—. Y los jueces de Núremberg lo declararon inimputable. Y fue un escándalo, claro, eso de no condenar al número dos del régimen. Pero entonces pidió que le dejaran hacer una declaración, confesó que lo recordaba todo y que a partir de ese momento diría la verdad sobre todo lo que había pasado. Y que todo había sido una simple broma.

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