Los vientos contrarios obligaron al navío a hacer escala en un puerto intermedio. Como allí no podían quedarse, y si lo hacían no llegarían a tiempo a su destino final, tuvieron que zarpar. Poco después, el buque, azotado por la tempestad, con el mástil roto y las velas hechas trizas, era arrojado de aquí para allá por la furia de la tormenta.
No había ni un momento de descanso para nadie. Durante catorce días, 276 personas (Hech. 27:37) fueron llevadas a la deriva (Hech. 27:16) bajo un cielo sin sol y sin estrellas. Como consecuencia lógica, habían perdido toda esperanza de salvarse (Hech. 27:20). ¿Todos? No. Había uno que tenía palabras de esperanza para la hora más negra y tendió una mano de ayuda en semejante emergencia. Era uno que se aferraba por la fe del brazo del poder infinito y su fe se apoyaba en Dios. No tenía temores por sí mismo; sabía que su Creador lo preservaría para testificar en Roma a favor de la verdad de Cristo. Aun en una situación límite, su corazón se conmovía por las pobres almas que lo rodeaban.
Ese uno era el gran apóstol Pablo, quien casi de manera ilógica ordena a todos que tengan buen ánimo; porque solo habría pérdidas materiales y ninguna humana. ¿Por qué? Porque se apoyaba en las promesas divinas: “El ángel del Dios del cual yo soy, y al cual sirvo, dice: Pablo, no temas; es menester que seas presentado delante de César; y he aquí, Dios te ha dado todos los que navegan contigo” (Hech. 27:23, 24). Estas palabras despertaron la esperanza, sacudieron la apatía y renovaron los esfuerzos. ¿El final? “Sucedió que todos llegaron a tierra y se salvaron” (Hech. 27:44).
Pablo era minoría, uno entre 276.Estaba enfermo, padecía en carne propia el fuerte viento y el agua helada, y estaba encadenado. Pero era prisionero de su fe y libre de sus pecados. Tenía identidad porque sabía de quién era y a quién servía. Ese uno fue determinante.
Puede que tus circunstancias no sean tan desfavorables como las de Pablo, pero tu testimonio y tu fidelidad con la esperanza necesitan ser los mismos.
30 de enero
Víboras al ataque
“Pero él, sacudiendo la víbora en el fuego, ningún daño padeció” (Hechos 28:5).
Aldi Novel Adilang, joven indonesio de 19 años, sobrevivió 49 días a la deriva en alta mar en una trampa flotante para peces, en la que trabajaba cuando los fuertes vientos rompieron las amarras y lo enviaron mar adentro. Lo rescató un barco carguero cuando se encontraba a más de 2.000 kilómetros de distancia del lugar, en aguas de Guam, y lo dejó en Japón. Durante su odisea, tuvo que lidiar con la soledad, el miedo, la sed y el hambre. Tenía una Biblia, y a ella y al Dios de la Biblia se aferró. Después del rescate, volvió con mucha alegría al seno de su familia.
La Biblia habla de otro naufragio, que dejó a Pablo y a sus compañeros de navegación en Malta, una isla rocosa a unos 100 km de Sicilia, Italia. Ellos son recibidos por los isleños, con clima frío, pero tratados con calidez. Acaban de emerger de un mar helado y están alrededor de una hoguera, calentándose. El servicial Pablo ayudaba a juntar ramas y fue justo en ese momento cuando una víbora se le prendió y quedó colgando de su mano.
“¿Había andado por el peligroso océano para morir en la orilla?”, sin duda pensó más de uno. De ninguna manera. ¿Acaso Dios no había prometido que testificaría de él, delante del César? Pablo tenía suficientes motivos para seguir confiando.
Mientras tanto, los isleños, asustados, esperaban que el cuerpo envenenado de Pablo se desplomara ante sus ojos. Pensaban que estaban en presencia de un gran malhechor, todavía encadenado y que, habiéndose salvado del naufragio, era alcanzado por Diké (la diosa del Olimpo, hija de Zeus), que personificaba la justicia moral. Pero el tiempo pasó y, al ver que nada sucedía, cambiaron de opinión y consideraron a Pablo un ser especial, venerándolo como a un dios. Él mantuvo la calma y salió indemne y prestigiado, ya que no solo quedó demostrada su inocencia, sino también pudo dar testimonio del poder y el amor de Dios.
Este hecho no solo muestra el valor de confiar en el Señor, sino también cuán inestables son nuestros juicios, ya que los isleños pasaron de considerarlo un reo a considerarlo un dios. Por causa de Pablo, todos fueron muy bien tratados y suplidas sus necesidades, durante los tres meses que permanecieron en aquel lugar. “Pablo y sus compañeros en el trabajo aprovecharon muchas oportunidades de predicar el evangelio. De manera notable, el Señor obró mediante ellos” (Elena de White, Los hechos de los apóstoles , p. 356).
El compromiso de Pablo con la misión y la esperanza era tal que nada podía detenerlo. “La esperanza no es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte”(Vaclav Havel).
Como Pablo, cumplamos siempre el propósito de Dios.
“[...] Y recibía (en Roma) todos los que a él venían, predicaba el reino de Dios y enseñaba acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento” (Hechos 28:30, 31).
El libro de Hechos nos muestra el crecimiento del evangelio desde Jerusalén hasta Roma. Un tema central del libro es el rechazo del mensaje por parte de muchos judíos y la aceptación del evangelio por parte de muchos gentiles. El abanderado en llevar las buenas noticias a estos nuevos grupos fue el apóstol Pablo; por eso su anhelo por llegar a Roma era intenso. El camino no fue fácil, pero Dios lo sostenía para cumplir su misión.
Sin embargo, pensar en este gran hombre de Dios preso en Roma confunde mis sentimientos. Siento tristeza, aceptación y alegría. Dos años enteros pasó este gigante de la oratoria y la enseñanza en arresto domiciliario. ¡Cuántas predicaciones públicas podría haber hecho en ese tiempo! Sin embargo, fue durante estos dos años que escribió sus cartas a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses y a Filemón.
Dios siempre tiene un propósito para nuestra vida que va más allá de lo que nosotros podemos entender y percibir.No podríamos tener hoy el audio de los sermones de Pablo en esos años, pero tenemos sus necesarias e inspiradoras cartas. El Pablo escritor llegó más lejos que el Pablo predicador.
Siento admiración por la pasión sin límites de Pablo. Está encadenado, pero trabajando. Pusieron un cepo a sus pies, pero no a sus manos. El mensajero está preso, pero el mensaje está libre. Por la gracia de Dios, él convierte su celda en una iglesia; y su prisión, en un púlpito.El registro bíblico dice que recibía a todos, les predicaba y les enseñaba de Jesús. El evangelio estaba llegando al mismo corazón del Imperio y del mundo. ¡Cómo no admirar tamaña entrega y sublime compromiso!
¿Qué harías si estuvieras preso de manera injusta? ¿Te quejarías? ¿Te deprimirías? Mira lo que hizo Pablo: “No se desanimó mientras permanecía preso. Por el contrario, una nota de triunfo resonaba en las cartas que escribía desde Roma a las iglesias”(Elena de White, Los hechos de los apóstoles , p. 386).
Siento quepuedo aprender de Pablo la manera en que Dios está en el control de todo lo que nos pasa; que nada lo toma distraído y que todo lo que él hace o permite tiene destino de eternidad.
Siento que, como él, todos somos llamados por Dios como sus mensajeros, sin depender de la situación que estemos atravesando.
Siento quetengo que aprender a mirar más allá de lo que se ve.
Siento quetengo un deber y un honor: predicar y enseñar de Jesús y de su Reino.
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