1 ...6 7 8 10 11 12 ...19 Patxi, a base de tratarle, se dio cuenta de que si el amo estaba de broma había que seguirle el juego y reírse de sus bromas, que si estaba enfadado había que agachar la cabeza, aguantar el chaparrón y esperar a que escampase y que si se encontraba ecuánime y magnánimo era un buen momento para plantearle cuestiones de hondo calado como la que tenía que afrontar con el bautizo de su recién nacido.
Cuando Patxi llamó a la puerta y fue requerido para que pasase se encontró con el dueño de la fábrica que, dirigiéndose hacia él, le dio un fuerte apretón de manos:
—Mi más sincera enhorabuena, Patxi —le dijo—. Ya me han informado del nacimiento de tu niño y de verdad que me alegro.
Patxi se encontró con el hombre coloquial y cercano con el que deseaba encontrarse y, sin más reparos, pasó a invitarle al bautizo:
—Verá, con todos mis respetos y en base a la amistad de la que hemos disfrutado quería invitarle al bautizo del próximo domingo —dijo Patxi con exquisita educación.
—No esperaba menos de ti, Patxi —le contestó el dueño de la fábrica—. Me agradaría mucho asistir, pero no sé si mis compromisos me lo van a permitir. Si me es posible no dudes que allí estaré.
Paka recibió con mucha ilusión la noticia de la posible asistencia del amo a la ceremonia. Llegado el domingo y llegadas las diez de la mañana todos los feligreses, amigos y familiares fueron entrando a la iglesia, pero «el amo» no apareció. Patxi pensó que quizás se presentase justo en el momento del bautizo, al final de la misa, y siguió la ceremonia intentando disipar sus pensamientos negativos para centrarse en lo que relataba Donostia desde el púlpito.
Aquel domingo de bautizo el sermón giraba alrededor de la fe como uno de los dones más importantes de los creyentes.
—Queridos hermanos —recitaba Donostia desde el púlpito—, la fe es para el cristiano lo que el agua para la vida. Sin agua no hay vida, sin fe no hay cristiano. ¿Y qué es la fe?, os preguntaréis vosotros desde vuestra ignorancia —proseguía Donostia—. Pues la fe es creer sin juzgar, creer simplemente porque lo dice la santa madre Iglesia. Fe es, por ejemplo, creer en el misterio de la Santísima Trinidad sin intentar comprenderlo, en el que un solo Dios verdadero está formado por tres personas diferentes, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y este dilema, imposible de entender para la mente humana, solo se puede asumir desde la fe.
Mientras Patxi escuchaba estas palabras se puso a pensar en lo incauto que había sido al tener fe en lo que le había prometido su jefe y que, en definitiva, lo de la Santísima Trinidad no era ningún misterio, que era como su jefe, que, siendo uno, a veces era jefe, a veces amo y a veces dueño de la fábrica. Que, siendo uno, a veces parecía un chiquillo juguetón, otras, un padre enfadado, y otras, un compañero que te ayudaba y te entendía. Que, siendo uno, a veces era irresponsable, otras, intransigente, y otras, mostraba una lucidez envidiable. Que en realidad era uno, pero a la vez era tres; un tres en uno. Así que aquello de la Santísima Trinidad no era tan complicado de entender como lo pintaba Donostia. Tal vez el ignorante fuese el «puto cura» y no los feligreses, como desde su púlpito lo proclamaba con total seguridad. Si es que la ignorancia es muy atrevida, siguió pensando Patxi.
Al finalizar la misa, la familia y los invitados rodearon la pila bautismal presidida por Donostia y por los padrinos, que sujetaban al niño para proceder al rito del bautismo. Con gran sorpresa, vio Patxi que se abría la puerta de la iglesia y se alegró pensando que sería su jefe, pero quien apareció fue una doncella del palacio; como diría «el amo», o una sirvienta de los amos; como pensó Patxi. La uniformada muchacha, sumida en la vergüenza por sentirse el blanco de todas las miradas, se acercó a la pila bautismal y les entregó una pequeña botella con el corcho lacrado que decía ser agua del río Jordán, bendecida por su santidad y que «el amo» se la entregaba como presente para el bautismo del niño recién nacido, rogando le disculpasen por no haber podido asistir.
Donostia puso una sonrisa de alegría como quien recibe una botella del mejor vino de La Rioja y la descorchó con sumo cuidado sin derramar ni una gota, mientras la abuela dudaba del contenido de la botella:
—Esta agua del río Jordán nada —dijo la abuela—. Seguro que es agua del Nacedero.
—Water Nacedero good for pedo —dijo el doctor H. Nike mientras el agua era derramada sobre la cabeza del bebé.
Los asistentes, sorprendidos, miraron al doctor con rechazo, pensando que a qué venía hablar de wáteres y de pedos en un momento tan transcendental.
Patxi entendía que el doctor había querido decir que aquella agua del Nacedero era buena para el pelo y pensó que, en aquel momento, los asistentes, al escuchar lo que consideraron una chiquillada, reaccionaron enojados por lo inoportuno del comentario, del mismo modo que cuando su jefe estaba en un estado de ánimo y él contestaba en otro.
Posiblemente, todos fuésemos como Dios, siguió concluyendo Patxi, con tres personalidades en cada uno de nosotros que se mezclan y nos dificultan la comunicación, haciéndola imposible cuando las personalidades que se muestran no coinciden con las respuestas adecuadas a esas personalidades, como si se hablase en idiomas diferentes y, encima, sintiendo que lo que escuchas es una falta de respeto.
Mientras Donostia hacía varias veces la señal de la cruz en la frente del niño e invitaba a los padrinos a repetir su gesto, se oía el griterío de los niños en el pórtico, esperando a que saliese el padrino y les tirase las perras gordas y las perras chicas acompañadas de caramelos, como era la costumbre en los bautizos del pueblo.
V
DE CÓMO GORRI EJERCIÓ DE PSICÓLOGO
El pequeño pueblo del interior del País Vasco en el que había nacido Joseba Gorrikoetxeabengoa disfrutaba de un paisaje siempre cambiante y siempre hermoso. Había llegado a este mundo en una primavera explosiva, como meretriz preparada para recibir a su mejor cliente, llena de colores, de aromas, prometiendo fertilidad y vida por doquier, ofreciendo desenfreno sin límite a todos los sentidos; olores dulzones, colores vivos, sonidos de miles de pájaros, frutos silvestres pequeños pero sabrosos hasta hacer daño al paladar, hierba fresca y pétalos de mil flores. Luego llegó el verano, lleno de risas que se oían allí donde hubiese un niño, noches cálidas de solano con los abuelos tomando la fresca y contando mil historias, las eras con las vacas arrastrando el trillo y los mozuelos montados en él como si de un barco surcando los mares se tratase, dando vueltas sin fin. Le siguió el otoño de soles bajos y rojos, con árboles y suelos alfombrados de hojas amarillas, rojas, verdes, naranjas y arcoíris, y estruendo de cazadores y perros en el paso de palomas cobrándose sus piezas. Finalmente, el invierno lleno de nieve, de chupones de hielo que colgaban de los tejados, de silencios blancos, luminosos, donde el río dejaba de sonar y los pájaros callaban sus trinos y la brisa helada curtía el rostro y las piernas desnudas de niños con obligados pantalones cortos. Todo esto tenía el pequeño pueblo donde había nacido, aunque aún no era consciente de ello. Del primer año de su vida nada quedaba en su memoria.
En numerosas ocasiones se había esforzado en rescatar alguna imagen, cerrando los ojos y apretando, como si estuviese estreñido, pero lo que había conseguido ver son apenas unos recuerdos desvaídos y difíciles de situar en el tiempo. Creía recordar que le acostaban en la misma habitación donde dormían sus padres, en un espacio que se abría entre el pie de la cama del matrimonio y la pared, y recordaba también unos filamentos rojos como de una resistencia de calefacción eléctrica, que brillaban en la oscuridad. Vagamente, tenía consciencia de haber visto a sus padres desde su cuna acostados en el mismo lecho, tan vagamente como creía recordar cuando su madre le bañaba en la cocina, en una especie de bañera de lona plegable que rellenaban de agua caliente y que vaciaban soltando un tapón que se encontraba en la parte inferior.
Читать дальше