Todo fue bien hasta Kukuma, pero se complicó en la subida a la txabola de Martín, con las prisas y las ganas no se había aprovisionado de alimento alguno ni de ropa adecuada y arriba el viento frío del norte y la niebla la hicieron sentirse frágil y a merced del clima, pero donde realmente se complicaron las cosas fue en el bosque de Apota. La niebla apenas dejaba ver el camino y el húmedo rocío la empapaba, helando sus huesos hasta el tuétano. Al poco de entrar en el bosque, ya se encontraba desorientada y sin rumbo, congelada y asustada, sin entender muy bien cómo había llegado a aquella situación.
Con niebla no pasan las palomas y sin pasar palomas los tiros pierden su sentido, y sin el sonido de los tiros, no hay forma de orientarse en la oscuridad de la espesa y húmeda niebla. Así que Edurne deambulaba sin rumbo ahora hacia la derecha, ahora hacia la izquierda, ahora al frente, ahora retrocediendo, le asustaba la posibilidad de que anocheciese, con niebla y de noche podría no salir de allí con vida, además, no había informado a nadie de hacia dónde se dirigía por lo que, aunque la echasen de menos, difícilmente podrían dar con ella. Una posibilidad era bajar y buscar el cauce de un arroyo y seguirlo, pero esto le podía llevar a las simas de la Lece, donde nunca nadie podría encontrarla.
Empapada, llegó por casualidad a la fuente Culeca donde alguna vez había estado con su madre recogiendo frascos de aquel agua por sus cualidades sanadoras —especialmente para los problemas con la piel—, la reconoció enseguida por su olor a huevos podridos y allí pudo orientarse, sabía que siguiendo el sendero que subía serpenteante llegaría a Palorzas y tiró camino adelante sin mirar hacia atrás hasta alcanzar el alto de la loma donde pudo encontrar el primer puesto de palomas y los primeros seres vivientes cuya presencia la llenó de alegría.
Viéndola con tan desaliñado aspecto, como si se tratase de una aparición de un ser de los que habitan los bosques y nunca se dejan ver, los cazadores allí presentes enseguida la llevaron junto al fuego y la cubrieron con una manta, ofreciéndole un buen caldo de gallina con una yema y abundante vino tinto, lo que la hizo revivir casi de inmediato y le permitió relatar las circunstancias que la habían llevado a encontrarse de aquella guisa tan poco ortodoxa.
—Gracias por atenderme —dijo Edurne en cuanto se encontró algo recuperada—. Es que tengo que encontrar a Gotzi, ha llegado una carta para él que creo que puede ser importante y sin pensármelo dos veces he decidido venir a su encuentro sin darme cuenta de que estaba cometiendo una locura.
—Locura de amor, alma de cántaro —dijo uno de los cazadores—. Yo sé el puesto en que se encuentra y voy a buscarlo, tú quédate aquí recuperándote que aún tenéis que bajar hasta el pueblo.
—Yo os puedo dejar mi mula —añadió otro cazador—. Así llegaréis antes de que se haga de noche y aquí no me hace falta, la necesité para subir todo el material, pero ahora puede dormir en el establo.
Así, entre unos y otros, todo quedó organizado, y Edurne, por primera vez tranquila tras tan desagradable y arriesgada experiencia.
Cuando llegó Gotzi, se dieron un abrazo y él le reprochó la locura que acababa de hacer.
—¡Pero a quién se le ocurre!, podría haberte ocurrido cualquier desgracia.
—Bueno, lo importante es que he dado contigo —contestó Edurne.
Gotzi abrió la carta y enseguida comenzó a leer en voz alta:
Muy señor nuestro:
Como continuación a las conversaciones mantenidas con Ud. para optar al puesto de comercial que estamos ofertando, nos es grato comunicarle que debe presentarse para ocupar dicho puesto el próximo miércoles 19 de noviembre a las ocho de la mañana en nuestras oficinas, entendiendo que de no hacerlo renuncia usted al puesto.
Atentamente...
—¡Dios mío!, el 19 de noviembre es mañana —exclamó Edurne, ilusionada por el trabajo y nerviosa por la situación.
—Menos mal que se te ha ocurrido venir —dijo Gotzi.
Cuando llegó la primavera, las dos parejas tenían nido, salario e ilusión y dedicaban gran parte de su tiempo a los preparativos para el momento tan deseado, preparativos en los que Gorri sería protagonista, pues llevaría las arras al altar, si es que era capaz de aprenderse el ritual, como agradecimiento de los contrayentes por su colaboración desinteresada y que tan importante fue para llegar al día esperado.
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