—Mira, Cari —dijo Edurne en tono serio—. No merece la pena que sigamos discutiendo por ver quién se casa antes, lo importante es que todos estamos bien. Si quieres vosotros os casáis primero y nosotros lo haremos al año siguiente.
—Yo, si Edurne cree que es lo mejor la apoyo en lo que decida —añadió Gotzi.
—Bueno, a mí se me ocurre que podemos casarnos los cuatro a la vez —propuso el Riojano—. De este modo se ahorrarán molestias a los familiares que vengan de lejos y yo puedo encargarme de toda la pitanza y los caldos, por supuesto de Rioja, y vosotros podéis planificar los pormenores del evento.
—¡Qué buena idea! —exclamó Cari.
—Yo creo —comentó Gotzi— que mi padre puede hacerse cargo de los gastos de la orquesta y de otros gastos, dado que tú cubres la comida. Si os parece bien.
—Me parece estupendo —concluyó Edurne—. Nosotras nos preparamos los vestidos y nuestro padre que ayude a don Gotzón con el resto de gastos.
Y de este modo, todos contentos por la excelente solución, se pusieron a bailar ante la atenta mirada de Donostia.
X
DE CÓMO GORRI LLEVÓ LAS ARRAS
Tras las decisiones tomadas el día de la romería al monte Amézaga todos los involucrados informaron a sus familiares y amigos y comenzaron los preparativos para la boda. El Riojano no tenía a nadie, ya que había sido hijo único de un matrimonio con el que se cebó el infortunio, dejándolo huérfano justo con la edad de poder hacerse cargo del negocio, viéndose obligado a abandonar sus estudios, así que para él su boda era el acontecimiento más importante de su vida y estaba dispuesto a echar la casa por la ventana, negociando con todos sus proveedores los mejores productos para tan importante acontecimiento. Por su parte, las hermanas se hicieron con las telas y los patrones, pagados con los ahorros que habían ido acumulando para su ajuar para confeccionarse los vestidos. Los padres de las novias se reunieron con el padre del novio para hacer cuentas sobre el resto de gastos descontada la comida. La misa la celebraría Donostia a las doce en la parroquia y de allí irían al convite en el casino, donde se servirían los manjares aportados por el Riojano. Finalizarían con bailables, también en el casino, amenizados por la banda de música del pueblo, que tocaría desde el escenario.
Gorri era el responsable de llevar las arras, hicieron algunos ensayos con resultados que distaban mucho de ser lo que se esperaba, ya que el niño se dispersaba con facilidad y le costaba centrarse en su cometido, pero como aún quedaba mucho tiempo estaban seguros de que conseguirían hacerle aprender bien su labor.
Gotzi se esforzaba en encontrar trabajo, pero en el pueblo o encontrabas faena en la fábrica o lo tenías difícil, salvo que fueses ganadero o agricultor, lo que estaba lejos de los conocimientos del recién estrenado contable. Tampoco sus estudios y aptitudes eran las necesarias para poner un bar o una tienda, y con esto finalizaban todos los caminos que podía recorrer para ganarse la vida en el lugar donde nació y conseguir así contraer matrimonio con Edurne en la fecha fijada.
Las oficinas de la fábrica no disponían de plazas vacantes, solo si se apuntaba como peón, a la espera de que surgiese un puesto mejor, podría comenzar su vida laboral. El problema de ser peón es que el salario no le daba para crear una familia y el trabajo era muy duro. Podías ir a la cantera de Arrazpi subido en uno de los baldes aéreos que te llevaban al lugar de trabajo y que luego bajaban cargados de piedra picada o podías ir a picar piedra a la cantera de San Miguel y subir en una vagoneta de las que van por raíles, que también bajaban cargadas de calizas. Si el destino no eran las canteras y te quedabas dentro del recinto fabril, puede que trabajases en el alto horno o en la laminación cogiendo los hierros al rojo vivo —según salían de la laminadora— con unas grandes tenazas para volver a meterlos en otro rodillo que reducía el diámetro del serpenteante espagueti rojo hasta darle la longitud y las medidas adecuadas, tarea que no solo era dura, sino que, además, resultaba peligrosa. También podías ir a las carboneras ocho horas al día, seis días a la semana, para transportar el carbón vegetal que alimentaba los hornos, acarreando carretillas llenas del negro combustible.
Edurne veía cómo los meses pasaban y Gotzi no comenzaba a traer un salario, por lo que las esperanzas de casarse en primavera, al mismo tiempo que su hermana Cari, se iban desvaneciendo, además, no tenían a quién recurrir, ya que no era cuestión de tener buenas relaciones, sino de que los posibles puestos de trabajo que les servirían para llevar adelante su proyecto y para los que Gotzi estaba formado se encontraban todos ocupados y sin una posibilidad clara de que pudiesen quedar vacantes en breve, salvo catástrofe, lo que no era su deseo.
Ante un panorama tan poco halagüeño y tras varios intentos fallidos por resolverse el futuro dentro del pueblo, Gotzi decidió ir a buscar fuera lo que le hubiese gustado encontrar dentro y se dirigió a la capital, donde había estado estudiando los últimos años y donde las posibilidades de encontrar un puesto eran mayores, ya que el número de empresas, los contactos y amistades que había establecido en su época de estudiante, y la diversidad de trabajos a los que podía acceder, aumentaban considerablemente sus posibilidades de tener éxito. Nuevamente, cogía el coche de línea por la mañana y regresaba en el último de la tarde, donde todos los días le esperaba Edurne a ver si había tenido suerte y por fin podían hacerse planes de boda.
Gotzi se dirigía a los polígonos industriales, preguntaba si necesitaban personal para administración y dejaba sus datos. En alguna de las empresas le hicieron pasar para entrevistarlo, pero su falta de experiencia era un obstáculo contra el que chocaba una y otra vez. Por las tardes, volvía a sus rutinas de estudiante, visitando el frontón, jugando alguna partida de mus y tomando unos txikitos para mantener viva su activa vida social.
Edurne quería ser optimista y le alentaba diciendo aquello de «no te preocupes que algo saldrá», pero en el fondo se desesperaba al ver que las semanas se sucedían sin que se obtuviese ningún resultado, incluso comenzó a dudar de que la búsqueda fuese tan activa como Gotzi le decía, dudas que se vieron acrecentadas cuando, a mediados de octubre, Gotzi se fue de caza de palomas con sus compañeros de batidas y estuvo casi un mes tiro arriba tiro abajo, merendola va merendola viene, sin apenas dedicar tiempo y esfuerzo al que debiera haber sido su principal objetivo y objeto de su caza, que no era otro que el de obtener una buena presa llamada trabajo.
Mateo, el de la goitibera, que hacía de taxista, era cartero y vendedor de periódicos, se acercó a Edurne a primera hora de la tarde.
—Hola, Edurne, ¿has visto a Gotzi?
—Está cazando en Palorzas, no creo que regrese antes del fin de semana —contestó Edurne con gesto de desaprobación.
—Es que tengo una carta para él, si te la entrego, ¿se la darás?
—Por supuesto, Mateo, dámela —extendió la mano Edurne.
Edurne, viendo que la carta era de la empresa Michelin de la capital, pensó que podía ser importante y estuvo a punto de abrirla, pero como la habían educado para no leer la correspondencia de los demás se abstuvo y con lo puesto decidió irse a Palorzas a entregársela a Gotzi.
El camino a Palorzas, donde cazaba Gotzi, no era fácil ni corto. Primero tenía que ir hasta Kukuma, que era una zona relativamente conocida y por donde solían pasear e ir a pescar cangrejos con retel, de allí tenía que subir hasta la txabola de Martín, en las faldas del pico Umandia, que es una parte dura, ya que el desnivel es de varios cientos de metros. Finalmente, había que internarse en el bosque de Apota y atravesarlo, al final del bosque se encontraba Palorzas, donde, siguiendo el sonido de los tiros, daría con Gotzi.
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