—Me parece estupendo, Paka —respondió Edurne con sorna—. Así me aparto un buen rato de esta pesada, que me tiene harta, y charlamos tú y yo de nuestras cosas.
—Anda, sí, idos las dos de una vez y dejadme tranquila, que me estáis dando el día de la Virgen —contestó Cari.
—Oye, a mí no me metas en vuestras historias, que yo hasta ahora no he abierto la boca —puntualizó Paka.
Gorri se divirtió mucho recogiendo palitos para hacer la hoguera, colocando el mantel en el suelo con unas piedras para que no se volase con el aire; luego puso platos y cubiertos. Todo esto era nuevo, y como todo lo nuevo que aparecía en su vida, se encontraba fascinado por el descubrimiento. Se reía con las cucañas y las carreras de sacos y se asustó con el ruido de los pequeños motores de los aviones en miniatura que, cogidos por el extremo de una de sus alas con una larga y fina liza, volaban en círculo alrededor del especialista manipulador de aviones en miniatura.
A la hora de la comida, Paka le colocó a Gorri una gran servilleta de tela para cubrir su inmaculada ropa blanca compuesta por camisa con chorreras, pantalón corto con cinturón blanco y zapatos blancos con calcetines blancos; era el niño más blanco de todos los niños blancos allí presentes y Paka estaba orgullosa de ello y quería mantenerlo así de blanco todo el día.
Gorri probó un poco de casi todo lo que le ofrecieron y pronto aparecieron algunos miembros de otras familias para hacer las catas de lo mejor de la casa y cómo no; allí estaban los primeros Gotzi y el Riojano, que enseguida saludaron a Gorri con todo su cariño ante la sonrisa cómplice de las dos hermanas —cómplice con sus respectivos, que no entre ellas—. También apareció un perro desconocido de esos que se pasean de pueblo en pueblo viviendo de la caridad, de pelo marrón y mirada dulce. El perro se acercó, fijando su vista en los trozos de comida que Patxi se llevaba del plato a la boca hasta que los engullía, tenía una expresión tan tierna aquel perro que Patxi no pudo menos que compartir su bocado con él, operación que se repitió varias veces y que prosiguió, invitándole a Gorri a que diese con su mano unos trocitos de filete empanado al agradecido perro. Gorri se entretuvo en aquella operación que le resultó de total agrado, era la primera vez que le dejaban alimentar a un animal de un modo tan personal, hasta que el perro, cansado de tanto filete empanado, se fue a probar suerte en otra familia y Gorri lo siguió con el trocito de filete, ofreciéndoselo para que no se marchase. Cuando llegaron donde los Madinabeitia le dieron a Gorri un trocito de filete ruso que este compartió con el perro ante las risas de todos los asistentes. Cansados de filetes rusos, probaron suerte donde los Asurmendi, que habían preparado espinacas con besamel y le dieron un platito a Gorri que se lo ofreció a su acompañante, al que había bautizado como Perro, llamándolo de este modo constantemente, al final Perro se comió las espinacas con besamel a lametazos sin dejarle nada a Gorri, y así fueron pasando y compartiendo de una familia a otra hasta que llegaron a la de los Otegui y allí había jamón y aguavinito en abundancia. Gorri se sentó cómodamente y fue agasajado durante un buen rato con lo que más le gustaba y compartió los taquitos de jamón con Perro, que también los encontró muy de su gusto.
De tanto comer taquitos de jamón y otros sabrosos preparados, Perro acabó sintiendo sed y, como Gorri no compartió su aguavinito con él, Perro decidió marcharse, con la panza bien llena, a buscar un lugar donde calmar su sed y reposar un buen rato tumbado a la sombra en algún lugar fresco. Gorri, viendo que Perro se alejaba, se fue tras él, pensando que irían a cambiar de familia y de viandas, pero se fueron alejando del grupo de romeros y metiéndose entre los arboles del bosque, siguiendo el camino que, desde el monte Amézaga, lleva hasta Iduia. Los dos caminaban juntos y Perro se adaptó al paso lento de Gorri mientras escuchaba los relatos que este le iba presentando en su paseo.
—Tía Cari y tía Edurne —le contaba Gorri a Perro—, querían mismo chupete y lloraban y un día tía Cari y otro tía Edurne paseaban con Gotzi y luego tía Cari estuvo con diojano y me daba chocolate y un día mama se enfadó por tener chocolate en la ropa.
Perro le escuchaba atento y sin opinar mientras seguían acercándose a Iduia. Poco antes de llegar a las primeras casas de Iduia, Perro giró por el camino que lleva a Orrao mientras Gorri le seguía contando su vida.
—Lo que más me gusta es jamón, y cuando me den pa’ mí y pa’ ti.
Así, fueron caminando hasta llegar a la poza que el Zirauntza forma bajo el puente de Orrao, los dos bajaron por el sendero que empleaban los paisanos para acarrear agua desde el río hasta sus huertas. Una vez junto al río, Perro caminó hacia el agua para saciar su sed seguido por Gorri, que, conforme avanzaba, se iba metiendo en el lodo hasta que este le llegó a las rodillas y se quedó inmovilizado. Perro bebió abundantemente y volvió sobre sus pasos al encuentro de Gorri, que se encontraba atrapado, pero observando Gorri que Perro se movía debido a su apoyo en las cuatro patas, se echó hacia adelante todo lo que pudo para emplear sus manos hasta que cayó de bruces y el lodo le llegó hasta las orejas. Viendo que dentro del lodo no se puede respirar, estiró sus dos manos para levantarse y estas se hundieron hasta los codos, mientras Perro daba vueltas alrededor de Gorri también con el lodo cubriéndole las patas hasta la panza, consciente de los apuros del niño por liberarse de su cárcel.
Como pudo, Gorri se incorporó, tirando hacia atrás hasta quedar sentado, hundido hasta la cintura y Perro, al observar cómo el niño con sus movimientos estaba desapareciendo bajo el lodo, utilizó sus dientes para cogerlo del cinto, por la zona de la espalda, y lo arrastró con todas sus fuerzas hasta llevarlo a la orilla, allí donde el lodo era menos profundo. Gorri y Perro se quedaron sentados en ese sitio, recuperándose del esfuerzo mientras Gorri, tranquilo, continuaba relatándole historias a Perro, que le miraba inclinando la cabeza a derecha e izquierda sin apartar su vista.
—Ahora mamá me pone para poner huevo, pero no sale bien. Las gallinas les sale mejor.
La primera en darse cuenta de que Gorri no estaba con el resto de los participantes en la romería fue Paka y enseguida se lo comunicó a su familia, que se dividió para buscarlo, preguntando a todos si habían visto al niño. Obtuvieron diferentes informaciones que lo situaban junto al perro, ambos dirigiéndose de una familia a otra. Al no encontrarlo entre las personas que componían todos los allí presentes, se desplegaron en grupos entre los que se encontraban amigos y conocidos, quienes fueron en diferentes direcciones gritando «Gorri», «Gorri», con la esperanza de que diese alguna señal de vida. Los padres, abuelos, tías y sus novios estaban especialmente preocupados, entendían que no andaría lejos y que, seguramente, se habría perdido por el bosque siguiendo al perro, pero conforme pasaba el tiempo sin noticias, la intranquilidad fue en aumento y la duda de si podía haberle pasado algo comenzó a ocupar sus pensamientos.
El tranquilo murmullo del discurrir del agua y de la serena conversación que mantenían Gorri y Perro se vio rota por un grito como de trueno emitido por Gotzi diciendo que allí estaba Gorri y que estaba bien, grito ante el que Perro se asustó y salió huyendo, nunca más fue visto y Gorri se quedó aturdido, mirando cómo su madre se acercaba descompuesta por haberlo perdido y arreándole unos azotes en el culo, los cuales Gorri no entendió a qué venían y que se veían amortiguados por el lodo que lo cubría en abundancia.
Todos los romeros se fueron comunicando que el niño perdido había aparecido y estaba bien, y todos respiraron con alivio y volvieron a sus quehaceres mientras Cari, el Riojano, Edurne y Gotzi subían de vuelta al monte Amézaga a los bailables que estaban a punto de dar comienzo. Edurne, todavía acongojada por la incertidumbre de que a Gorri le hubiese podido suceder algo, y viendo que había cosas mucho más importantes que su discusión por la boda, sintió la necesidad de hacer las paces.
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