Pedro Lobato Mancebo - Óxido

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La ciudad, suspendida a doce metros de altura, daba cierta seguridad y solía librarse de los impactos de las rocas, ruinas de otras edificaciones y demás objetos que la Tierra arrastraba o expulsaba de sus entrañas…

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ÓXIDO Pedro Lobato Mancebo de las imégenes interior y de cubiertas Pedro - фото 1

ÓXIDO

© Pedro Lobato Mancebo

© de las imégenes interior y de cubiertas: Pedro Lobato Mancebo

Iª edición

© ExLibric, 2020.

Editado por: ExLibric

c/ Cueva de Viera, 2, Local 3

Centro Negocios CADI

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ISBN: 978-84-17845-92-6

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EXLIBRIC ANTEQUERA 2020 A mi hija Blanca Prólogo Tras la Tercera Guerra - фото 2

EXLIBRIC

ANTEQUERA 2020

A mi hija Blanca.

Prólogo

Tras la Tercera Guerra Mundial, el mundo está sumido en un caos: menos del 1 % de los humanos ha sobrevivido e intentan reagruparse. Al problema de obtener comida y agua no contaminada se suma la amenaza de violentos robots, cuyo único propósito no es otro que exterminar por completo al hombre en la Tierra. Pero quizá el mayor peligro es que el planeta está roto: cada pocos días se agrieta un poco más, amenazando con engullir todo cuanto esté en la superficie.

Solo

Un pequeño ruido fue lo que me despertó; abrí los ojos tras varios intentos, ya que el sol, muy alto, me deslumbraba con fuerza. Volví a escuchar aquel sonido y, dolorido, miré hacia mi derecha: un roedor parecía entretenerse mordisqueando una rama seca. Me miró unos segundos y rápidamente se ocultó entre la maleza.

Me puse en pie con lentitud y, al hacerlo, pude atisbar que eran varias las zonas de mi cuerpo que estaban maltrechas por la caída; nada grave. Observé el saliente de roca: unos cuatro metros de altura. Había tenido suerte, ya que podría haberme herido mucho más. Me toqué la parte posterior de la cabeza y noté un pequeño bulto. Tenía sangre seca y una brecha no muy grande, por lo que decidí no darle importancia: se cerraría sola sin necesidad de puntos de sutura. Sacudí el polvo del pantalón y me quité la chaqueta y comprobé que no estaba rota, pero sí el forro algo manchado; volví a ponérmela. Noté entonces un intenso dolor en el hombro derecho.

Me acerqué al acantilado y un fuerte viento me golpeó de frente; a punto estuve de caer de espaldas, débil como me encontraba. Desde esa altura pude ver la inmensidad del páramo y el cielo de un azul apagado, con esa extraña tonalidad que lo caracterizaba tras la última gran guerra. Podía contemplar con claridad la ciudad, muy pequeña desde aquella distancia que podría rondar los treinta kilómetros.

Con cuidado, me acerqué un poco más al saliente y miré hacia abajo: allí estaba, completamente destrozado, mi coche o lo que quedaba de él; al parecer, tras impactar contra el suelo, había ardido. Tardé unos minutos en llegar hasta él. El olor a quemado, unido a la alta temperatura, era insoportable; nada de lo que había guardado en su interior se había salvado a excepción de algunas herramientas metálicas. Hice un hatillo con un trozo de mi camiseta y me las eché al hombro. Me esperaba un duro camino.

Aullidos Caminé lo más rápido que me era posible deteniéndome solo para beber - фото 3

Aullidos

Caminé lo más rápido que me era posible, deteniéndome solo para beber un poco del agua que a veces se acumulaba entre las grietas. Un sonido estremecedor, como un lamento, surgió de las entrañas de la tierra y me preparé para lo que en pocos segundos sucedería: todo el suelo a mi alrededor, hasta donde alcanzaba la vista, crujió y se desgarró provocando que unos instantes después se formasen nuevas y enormes fisuras, montículos de roca y dunas que parecieron surgir de la nada, y algunos árboles de formas imposibles que se inclinaron en posturas aún más increíbles. Cada pocos días nuestro planeta parecía querer recordarnos quién tenía la última palabra y que los pocos humanos que habitábamos en él vivíamos solo porque lo permitía.

Conseguí mantenerme en pie a duras penas. Un minuto más tarde se hizo de nuevo el silencio. Tenía que seguir y entretenerme lo menos posible: en unas ocho horas oscurecería y los malditos hojalatas saldrían de caza; pero escuché, no muy lejos de donde me encontraba, unos aullidos. Inútil correr o tratar de ocultarme: ya me habían olido y no pararían hasta localizarme y devorarme. Con rapidez, anudé una tira de tela al extremo de una de las herramientas y empuñé otra con mi mano izquierda. No tuve que esperar mucho: la manada de perros ya estaba a tan solo unos metros de mí.

El disparo Todo ocurrió muy rápido Atacaron ferozmente desesperados y - фото 4

El disparo

Todo ocurrió muy rápido. Atacaron ferozmente; desesperados y hambrientos como estaban, parecían no afectarles los golpes que yo les daba para protegerme. Eran muy fuertes: debían serlo si querían sobrevivir en este mundo hostil. Conseguí herir a dos de ellos lo suficiente para que se alejasen unos metros y un tercero me dio varias dentelladas en el tobillo, desgarrando y atravesando el pantalón, pero no mi bota de cuero, que resistió las tarascadas e impidió que los enormes colmillos se clavasen en la carne. Le asesté con la herramienta al animal y quedó aturdido; unos segundos después se desplomó.

Agotado como me sentía, débil por la reciente caída, el calor extremo y la falta de comida, no pude hacer frente a la cuarta bestia, la más grande; corrió hacia mí a gran velocidad. Mis brazos ya no me obedecían: no tenía fuerzas ni tan siquiera para ponerme en una postura defensiva. Justo cuando se disponía a abalanzarse sobre mí, un disparo zumbó de entre las dunas, intuí, a no demasiada distancia. El enorme animal cayó inerte a mis pies y los que seguían con vida emprendieron la huida, uno de ellos bastante herido; los perdí de vista entre las dunas. Antes de caer al suelo, inconsciente, pude ver otras tres figuras, humanas o robots, que caminaban hacia mí.

Sarah Matt Escuché pronunciar mi nombre sin duda era una voz de mujer - фото 5

¿Sarah?

—Matt. —Escuché pronunciar mi nombre; sin duda era una voz de mujer. Me llegó de forma muy lejana, como en un sueño—. Matt, despierta. Debes comer un poco. —Hice un amago por incorporarme y me ayudó. Junto a ella había otras dos personas: un hombre de color de mediana edad y otra mujer que a diferencia de la que me habló era un androide, un modelo extraordinario de los que años atrás se consideraban «de última generación». Los pocos que aún quedaban en funcionamiento solían ser los construidos en especial para el combate y la lucha cuerpo a cuerpo, y seguían siendo fieles a los humanos, nos protegían en caso de peligro; muy diferentes a sus predecesores, los ahora temidos seres azules—. Toma, come un poco de esto.

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