Adriana Bernal - Ni una gota de humedad

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"Ni una gota de humedad" es una novela sobre esa violencia intrafamiliar que se disfraza de amor. Es el proceso de concientización de una víctima, que ya adulta, logra entender su posición como tal, que se reconoce entre sentimientos ambivalentes que la han acompañado toda su vida; como el deseo de liberarse de un verdugo que odia, al mismo tiempo que sentir culpa y compasión por él.
Ni una gota de humedad es una muestra de la compleja relación entre distintas generaciones de mujeres que se aman, se hieren y se someten sin cuestionar sus propios dolores. Que optan por guardar en la privacidad los horrores autoestablecidos que rigen su vida de los que no pueden escapar sin culpa ni secuelas.

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Ni una gota de humedad

Adriana Bernal

eISBN: 978-607-98668-0-8

Primera edición electrónica, noviembre 2020

Copyright DR etalcontenidos SC

Francisco Márquez 125A, Colonia Condesa,

Delegación Cuauhtémoc, C.P. 06140,

Ciudad de México.

Diseño editorial: Ana Paula Dávila

Cuidado editorial: María del Rayo Ramírez

Diseño de portada: Ana Paula Dávila

Fotografía de portada: Geetanjal Khanna en Unsplash

El proceso editorial de este libro se concluyó

en noviembre de 2020 y para su composición se utilizaron

las tipografías Palatino LT y la familia Didot.

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NI UNA GOTA DE HUMEDAD

Adriana Bernal

Ni una gota de humedad - изображение 4

Entonces se formó un abismo.

Los trazos sobre un lienzo en blanco,

un sinsentido.

Montar a caballo era imposible.

Hablar, moverse, era cada vez más difícil.

Vivir era relativo.

Poco a poco,

la soledad inminente.

El vacío y la angustia la consumían

Día tras día, soltó las riendas.

No pudo más.

Con su último suspiro,

comenzó a sentir de nuevo.

MARÍA FERNANDA BOLAÑOS MARTÍNEZ

Contenido

I. INHÓSPITA

II. OBJETOS ¿VINCULANTES?

III. MIRADAS

IV. ¿QUO VADIS, DOMINIQUE?

V. ELECCIÓN ES DESTINO

VI. RUINAS

VII. EL OTRO ENCIERRO

VIII. ¡TIMBIRICHE!

IX. EL DÍA DE TU MUERTE

X. LA SEMILLA DE LA LOCURA

XI. SANTA CLAUS NADA EN AGUA HELADA

XII. DE SISMOS Y PÉPLICAS: 19 DE SEPTIEMBRE DE 1985

XIII. DE CERCA, LA MUERTE

XIV. YO, ME LARGO

XV. MILAGRO ENVENENADO

XVI. EL PRINCIPIO DEL FINAL. Y VICEVERSA

XVII. ¿RESILI QUÉ?

XVIII. OTROS CAMINOS

XIX. OTRO COMIENZO. OTRO FINAL

I. INHÓSPITA

Ni una gota de humedad - изображение 5

Frente al umbral, dieciséis años después, no tenía la certeza de poder atravesarlo.

Aquella puerta, a veces muralla, a veces manto, esa tarde parecía infranqueable. ¿Inútil? ¿Era acaso necesario protegerse de la cotidianidad? ¿Sería capaz de adentrarme, desde mi presente, al mundo alterno que alguna vez ofreció?

Frente al umbral, la escisión.

Cuando aquella puerta se cerraba, jamás con cerrojo, la alteridad se hacía presente. Fuera desde mi escritorio o desde mi cama, era confiable construir otros espacios, otras historias y ausentarme del cotidiano. Tras ella, los gritos, la televisión con altísimo volumen, los cuchicheos, los rumores.

Frente al umbral, dieciséis años después.

¿He vuelto? Me trajeron. ¿He vuelto? Volví. Me trajo ella. La realidad. La otra realidad.

No hay tal umbral. No hay puerta. Sólo un marco de cemento que da cuenta de que hubo una. Alguna vez.

¿He vuelto? No hay tal regreso prodigioso. No hay tal hija pródiga. No hay vuelta al hogar. He llegado apenas sostenida por un hilo muy frágil de cordura dolorida.

Frente al umbral, que no es tal, pasado y presente confluyen.

Frente al umbral, tras de él, fabulé cientos de versiones relacionadas con este instante. Aquí, ahora, donde no hay tal lugar, esgrimo la Teoría de la Pérdida, petrificada ante el dolor de su ausencia.

Frente al umbral, dieciséis años después.

¿He vuelto?

¿Cómo se vive cuando quién ha muerto es tu verdugo?

UMBRAL: Palabra para incluir en el Diccionario Familiar.

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Nuestro correlato estuvo marcado hasta el final por el dolor disfrazado de profundo amor. “Es por tu bien” —aunque no lo fuera—, era una de sus frases. Aquello tardé en entenderlo décadas y tras muchas lecturas e incontables sesiones de psicoanálisis. Hoy, poco importa.

Dominique fue quien me enseñó, entre otras muchas cosas, que “pagar es corresponder”. Sin embargo, sus últimos treinta días en este plano fueron los momentos más complejos de nuestro convivir. Y de vivir.

Mientras ella partía —¿a dónde?—. Yo regresaba —¿de dónde?—.

Las explicaciones metafísicas afortunadamente no eran sino fabulaciones acotadas, pues un año antes entre charla y charla con mi madre —a quien veía con cierta regularidad en cualquier otro espacio que no fuera su casa— sin demasiado preámbulo le dije a bocajarro: “Sí voy a estar, madre. No estás sola. Tú no. En cuanto te sea posible, dame un juego de llaves, las traeré conmigo”. Así fue. Los meses transcurrían y de una argolla extra de mi llavero, pendían las llaves antiguas que abrían la puerta de la casa materna. Antiguas no sólo por añejas y de hierro, sino porque —literal— eran lo más semejante a ese llavero al que aludía el Grillito Cantor. Pesaban. Me pesaban y, a pesar de ello y de lo vivido detrás de las cerraduras, debía estar. Mi educación familiar a la antigüita, dura, firme, que me hizo “una mujer de bien” indicaba que me tocaba estar. Debía estar, pero ¿podría estar? No lo sabría hasta que lo viviera, aunque Dominique había sido contundente: “Pagar es corresponder”.

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“No hay tiempo que no llegue ni plazo que no se cumpla”. Dieciséis años sin girar la llave por la cerradura y, de pronto, en diez días lo hice en dos ocasiones: nueve y cinco días antes de su partida, respectivamente.

Hoy, tres días después de su funeral, estoy aquí. He vuelto a utilizar las llaves. Madre me ha pedido ayuda. Ella se ha ido y lo primero que he hecho es solicitarle al cerrajero de la colonia que cambie la chapa de entrada.

PARTIR: Palabra para incluir en el Diccionario Familiar.

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Dieciséis años después. De golpe. Frente a las escaleras y sus diecinueve escalones hacia el vacío. Atónita. Recuerdo el divertimento infantil de subirlas “de cojito”, zigzagueando como si jugara Twister. De golpe y porrazo . En aquel entonces, debía sostenerme e impulsarme con una mano, los escalones estaban alfombrados y no es que pudiera “agarrarse vuelo”. Corría el riesgo de que, si brincaba más de lo común, me ganaría un golpe. Otro. De golpe y porrazo. Autoinflingido. El diseño de la escalera no era precisamente ergonómico. Una sonrisa nostálgica me reconforta. No subo como en antaño. Un paso a la vez. Un escalón a la vez. Reaprehender aquel espacio era algo que debía hacerse de a poco. No de golpe y porrazo.

Llego al segundo piso. Frente a mí una recámara. Aquella que alguna vez fue mi recámara. La de mi primera niñez. Al costado izquierdo su recámara. Dudo en entrar. ¿Realmente quiero seguir adelante? Inhalo decidida a saciar mis pulmones de fuerza esperanzadora y lo que recibo es una bocanada de humedad. La casa apesta a humedad. Un olor muy peculiar entre el encierro, el polvo acumulado, el olor a medicina y maderas viejas.

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