Adriana Bernal - Ni una gota de humedad

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"Ni una gota de humedad" es una novela sobre esa violencia intrafamiliar que se disfraza de amor. Es el proceso de concientización de una víctima, que ya adulta, logra entender su posición como tal, que se reconoce entre sentimientos ambivalentes que la han acompañado toda su vida; como el deseo de liberarse de un verdugo que odia, al mismo tiempo que sentir culpa y compasión por él.
Ni una gota de humedad es una muestra de la compleja relación entre distintas generaciones de mujeres que se aman, se hieren y se someten sin cuestionar sus propios dolores. Que optan por guardar en la privacidad los horrores autoestablecidos que rigen su vida de los que no pueden escapar sin culpa ni secuelas.

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Su testamento: dos páginas. “Yo, Dominique Apodaca dejo todas mis pertenencias a Dominga Giménez; si ella faltase, a Valentina Marín Giménez y, si ella faltase también, a su hija Tesia Marín Marín”. ¡Joder!, asunto arreglado, si nada aparece, todo es de mi madre, luego mío y luego de mi hija, ¡al carajo sus parientes! Vaya, pues ya está. ¡Que nada aparezca! ¡A por lo que sigue! ¡El muerto al hoyo y el vivo al gozo!

Ya he dicho que con Dominique nada era sencillo. Si ese hubiera sido su testamento, uno de ellos, no valdría la pena narrarlo. Al darle la vuelta a la hoja, de su puño y letra, una carta: “Querida Valentina, querida hija…” ¡Me chingó! ¡Hasta muerta, me chingó! El tono de la misiva trae consigo mi lista de deberes para con los otros, para con cada uno de los otros, nombres y objetos asignados. Precisión.

PRECISIÓN. Palabra para el Diccionario Familiar.

¿Y si me como la cartita esta, como en las películas? Soy un torrente de lágrimas para la segunda petición. Hija. Hija. Hija era una palabra que desde ella me trastornaba y, los ocho días anteriores la he escuchado hasta la saciedad en demasiadas bocas. Desde “Tu mamacita va a estar bien”, pasando por el “Tu mamacita preguntó cuánto faltaba para que llegaras”, hasta el “Es lo correcto para tu mamacita”, “Te quiso como a una hija” y en el peor de los casos: “Eras como su hija”. ¡La que me parió! ¡Que la que me parió fue otra! No es mi mamacita, no fue mi mamacita. Mi madre, mi madre está viva, en shock, pero viva, me daban ganas de gritarles. Antes y ahora. Fantasee con la idea de gritarles a doctores y enfermeras días atrás: “Mire, ahí donde la ve, no es ni fue mi mamacita, en dado caso fue como mi papacito y mire, tampoco, pero bajo determinado sistema establecido en mi familia —que es otra familia— pues sí soy como su hija, pero creo que eso va a ser complejo que ustedes lo entiendan. Ustedes no tienen tiempo y yo no tengo ganas de explicarles”.

HOMOPARENTAL: Palabra impronunciable. Indefinible en el Diccionario Familiar. No nombrar. No pronunciar. No definir. No incluir.

Hija. Hija. Muerta. ¡Sí, Dominique, estás muerta! Estuviste muriéndote hace veinticinco años y matándonos quince atrás. De tu puño: “Hija”. Con tu letra: “Muerta”. ¿Por qué he de seguir tu última orden? ¿Por qué yo, a tus órdenes otra vez?

Tu testamento en mis manos. No creo que estés muerta. No sé qué sentir de que lo estés. Vacía y tan llena de ti. Tú tan en mí. Yo tan en ti. ¿Por qué así? ¿Por qué ahora? ¿Cuándo es el tiempo de morir? ¿Puede uno irse sin morirse? ¿Puedo irme de ti? ¿Qué hacemos ahora, Dominique?

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Encontrar y entregar. Recomponerme. Enjugarme las lágrimas y seguir adelante. Como de común. “Levanta la cara. Yérguete. Levanta la cara”, decía.

A sabiendas de que en casa de mamá no voy a encontrar café de grano, y mucho menos una cafetera en óptimas condiciones a la mano, bajo a la cocina decidida a calentar agua en el microondas para un café instantáneo. Mientras la taza color humo gira dentro del electrodoméstico intento pensar y, más allá de las fantasías en torno a promesas incumplidas, entre resignada y preocupada por las consecuencias de la hasta ahora fallida búsqueda, le marco a Raúl, mi abogado de cabecera, quien solícito me responde:

—A tus órdenes, querida.

—Gracias, Raúl querido, ¿cómo estás?

—Bien, bien, a tus órdenes.

—Disculpa que te moleste, pero tengo un dilema y por ende una pregunta: ¿qué puede ocurrir si alguien muere y la herencia que deja no aparece, es decir, ya sabes, para fulanita, tal, para fulanito, lo otro y nada más no lo encuentras y no hay modo de entregarlo?

—Híjole, pues sí es una bronca, los familiares pueden acusar al albacea de “retención de objetos”.

—No me jodas, la última vez que oí el pinche terminajo legal “retención” yo tenía una orden de aprehensión, ¿remember?

—Lo que te recomiendo primero es que te calmes, busca en cualquier sitio, revuelve la casa, habla con quienes frecuentaban el sitio, agota todas las posibilidades. Si nadie se los robó, tienen que estar. Busca hasta donde no buscarías. Y si no encuentras las cosas, llámame por la noche. Entonces vemos. No te preocupes.

—Te llamo, pues. Gracias.

картинка 11

Entre sorbo y sorbo de café camino sin poner atención alrededor de la estancia. En automático me detengo a los diez pasos, al centro, entre el comedor y la sala. Antes de continuar mi recorrido hacia la incertidumbre, giro la mirada a la derecha: una muñeca geisha antigua dentro de su capelo y, después hacia la izquierda: la lámpara de garzas del siglo XVII. Dos de los apreciadísimos, anticuados y horrendos objetos que tienen afortunadas destinatarias. Las dos gárgolas se irán de casa pronto. Dos preocupaciones menos, pero faltan once pesares. Continúo mi trayecto hacia la desesperación.

“Tara ra rán, pum, pum; tara ra rán, pum, pum…”. Inhalo. Exhalo. “… tara ra rán, tara ra rán, tara ra rán/ Si quieren divertirse…”. ¡ Fuck !

—¿Qué pasó, má? No má, nada, relax. Sí, ya sé, pero bien podrías calmarte, he de encontrarlas (o no). ¡Ya, caray, mejor apúrate y ven a ayudarme!

¡Qué caray con la que se cayó por asomarse! En algún momento, crédula en el diálogo descubro que ya es monólogo. Madre ha colgado sin que me dé cuenta.

Buscar. Encontrar. Entregar. Cortar. Partir. Encontrar escondites, hallar las cerraduras, cotejar llaves. Enciendo el radio de la recámara. Opus 94 era su estación. Ol-ví-da-lo. Ol-ví-da-lo. Hoy necesito letras en español, música, a mi volumen. Sorry, Darling . Es más, te propongo: yo localizo la estación de música que más odiabas y tú a cambio mejor me ayudas. Sé que sigues por aquí, no te has ido. Sóplame. ¿Cómo era? Había un método. Tenías tus mañas. No tengo tiempo para Santa Cordulita, para veladoras o sesiones espiritistas. Dominique, no puedes hacernos esta putada. Algunos de tus parientes nos van a linchar, y con mala suerte se les va a ocurrir chingar a mi madre. Por tus joyitas sí las creo bien capaces, a más de una, de alguna trastada. Ándale, démosles sus chingaderas y no me prives del gozo de entregárselas y no verlos nunca más; no me prives del inmenso placer que me dará cerrarles la puerta de esta casa por el resto de mi vida. Al menos de la mía. Sabías bien que su amor —la garantía de este— estaba en la posibilidad de heredar aquello que creen que vale. El valor sentimental era tuyo, ellas le darán el valor que les otorgue el Monte de Piedad. Y lo sabías muy bien hace años. Y tan lo sabías que a ellas no les has heredado joyas, sino símbolos. Detalles que también los nombran. Las personas que valen la pena de tu familia estuvieron siempre; aunque se alejaran volvían, te llamaban, te procuraban. A pesar de ti.

Hablar sola. En voz audible. Para escucharme, para entender, para ordenarme. ¿Si yo fuera Dominique, dónde las guardaría? ¡He tratado de no ser Dominique los últimos dieciséis años de mi vida! ¡No quiero pensar, sentir ni ser empática con ella; no quiero estar en esta casa ni ver sus cosas ni su ropa ni encontrar sus objetos! Esta casa no es la casa familiar, no es nuestra casa, ni casa de mi madre; es su casa, su espacio. Esta casa es ella, de la puerta de entrada al tinaco en la azotea. Esta casa es la memoria del olvido.

Focus , Valentina, focus . “Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”. ¿Cuáles eran tus lugares, Dominique? Levanto la mirada hacia el librero (¡qué lámpara más horrenda esa de las uvas, habríamos de regalarla o de dársela al camión que compra usado!). Sigue ahí (acompañada de un llavero de un calendario azteca, una pluma, un pequeño desarmador para lentes y una foto en la que aparecíamos, Tesia y yo; ella era una bebé de brazos), mi antigua cajita de música obsequio de mi tía Martha, con su bailarina de ballet al interior. Funciona aún. La representación de treinta años en una sola repisa, y debajo de ella un cajón alargado con puerta y, por supuesto, cerradura. Una más.

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