«[David] tenía su manera de describirlo; decía que aquellas personas eran artistas sustanciales », recuerda Bones Howe. «Un artista sustancial es un artista que crea su propia música, la graba y la produce. Aquellas personas lo creaban y producían todo ellos mismos. Y a él aquel proceso lo tenía fascinado.» «Lo que realmente quería decir con “artistas sustanciales” era cantautores», afirma Geffen. «Gente autosuficiente.»
Geffen-Roberts eran un tándem aterrador, como Charlie Greene y Brian Stone, pero con credibilidad y Levi’s. Elliot era el sociable, el encargado de cuidar a nivel emocional a las estrellas sensibles; Geffen era el mago de las finanzas que se escondía entre bambalinas y les daba sopas con honda a los titanes más avispados de la industria musical. «Los dos nos volcábamos mucho en los artistas, pero de manera distinta», afirma Geffen. «Elliot se iba con ellos de gira y yo no. Yo me encargaba sobre todo de gestionar sus carreras y Elliot de pasar tiempo con ellos.»
Elliot Roberts y David Geffen en su oficina, 26 de octubre de 1971.
© Henry Diltz Photography & Morrison Hotel Gallery.
«De algún modo, Elliot era lo que le permitía a David tener tanto éxito, porque fue su gusto musical el que definió todo aquello», dice Ron Stone, que fue contratado por Geffen-Roberts para ayudar con la gestión de los artistas. «Elliot tenía una sensibilidad pasmosa para este tipo de música y tomó algunas decisiones de lo más lúcidas. Le perdono todas sus demás debilidades, porque para aquellas cosas tenía un toque de genialidad.»
«En las zonas de Laurel Canyon y Topanga, Elliot era el mánager fuera de lo común que vivía allí y no en Beverly Hills», dice Joel Bernstein. «La onda que desprendía el despacho de Elliot, con su escritorio vintage de madera, te daba la impresión de que se habían empapado totalmente del ambiente del cañón, de toda aquella renovada fantasía occidental.» Sin embargo, los clientes de Geffen-Roberts tenían muy claro cuál era el plan magistral de aquel dúo. «Elliot Roberts es un buen tipo», declaró David Crosby a Ben Fong-Torres. «Sin embargo, en su calidad de mánager, es capaz de mentirle a la cara a cualquiera, donde sea y cuando haga falta.» Y si Roberts no conseguía engañarte como a un primo, proseguía Crosby sonriente, «entonces te enviaremos a Dave Geffen, que se hará con toda tu empresa y la venderá mientras tú te vas a comer, ya sabes».
Pero para Geffen no todo se reducía al dinero. Había una parte de él que se alimentaba de los egos y las inseguridades de sus estrellas, y trataba por todos los medios de hacer que todo fuera perfecto para ellas. Lo que motivaba a David, que permanecía sobrio y centrado mientras sus artistas se daban el gusto de desparramar, no era solo su propia inseguridad, sino también una codependencia voraz.
«Puede que David quisiera tener un negocio con éxito», afirma Jackson Browne, «pero también quería formar parte de una comunidad de amigos. Pasó a ser nuestro paladín, y años más tarde —después de hacer mucha terapia— consiguió por fin superar aquella necesidad de cuidar de la gente en detrimento de su propia vida.» Entretanto, había mucho ego frágil del que ocuparse y mucho talento extraordinario por explotar.
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