Omar Casas - Octógono de Hallistar

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Dos ancianos que se encuentran de forma casual en un puente, son los protagonistas de esta historia. La inquietante luna de plata genera la apertura de un portal que los lanza hacia mundos extraños y peligrosos, donde investigan y aprenden secretos de los antiguos; una raza extinta cuya tecnología no sólo les confiere poder, sino también juventud.

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OMAR CASAS

EL OCTÓGONO

DE HALLISTAR

картинка 1

Editorial Autores de Argentina

Omar Casas

El octógono de Hallistar / Omar Casas.- 1a ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-1091-4

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas de Ciencia Ficción. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina- Printed in Argentina

A mi estimado y querido amigo, Daniel Salgado,

porque le debo esta historia desde hace tiempo,

cuando cursábamos ingeniería civil, y charlábamos

sobre: matemática, física, música, leyendas y...

¡ Ciencia ficción...!

¡Y a mi nieto Valentín Casas! Con todo mi corazón...

1— PRELUDIO

Cómo olvidar aquella increíble e inquietante noche, la que abrió el portal de la aventura, de la locura sin freno y de las temerarias decisiones. Cómo olvidar ese estado de agitación en mi alma, momentos antes de mi supuesto descanso para comenzar otro supuesto día. Cómo olvidar al deslumbrante rayo de plata, que viscoso se derramó por la ventana y reptó por el comedor, desplazándose con lentitud como si quisiera encontrarme. Quedé paralizado, con el vaso en la mano que casi suelto. Pero todavía reinó algo de cordura y no perdí el valioso néctar de mi medida de whisky. En lugar de retroceder y encerrarme en el dormitorio, cometí la estupidez del curioso y decidí contemplar el fenómeno. Me encontré con una inmensa luna, reflejando la fría luz del sol, recortada en un hueco azul entre los rascacielos. Quedé fascinado por el intenso brillo, como si fuera propio, como si lentamente ella tuviera deseos de convertirse en estrella. Mi cuerpo vibró y una tibia gota se deslizó por mi mejilla.

— ¡Brindo por vos... magnífica perra, tremendo susto me diste!- exclamé y elevé mi vaso hacia el camino de plata. Sí, eso parecía el rayo que por los caprichosos jirones de niebla se extendía en tortuoso sendero hacia mi departamento. “Si tan sólo pudiera caminar hacia ella...” pensé en un posible escape de la rutina. Jamás sospeché que un deseo pudiera tomar tanta fuerza y proclamarse en victoria de los sueños contra el pesado imperio de la realidad.

Tras el sorbo de whisky y el grato fuego en el paladar, se encendió otro en mi alma, engendrado por el baño lunar, aventado por el contraste de brillo y oscuridad, alimentado por la magia del momento. Visiones fantasmales se arremolinaron contra la cara redonda, convertida en una pálida pantalla. Me acerqué a la ventana, casi hasta chocar mi frente contra el cristal. En una pradera resonaban las espadas blandidas en batalla. Expresiones de ira, angustia y agonía ensombrecían rostros desconocidos. Esferas de fuego caían del cielo en medio de la contienda, explotaban contra la tierra y la sacudían en temblores. Decenas de hombres, como escupidos por el suelo, volaban envueltos en llamas, trazando víboras de sangre. Gritos de dolor y rabia resonaron en mi cabeza. Y de pronto... todo se desvaneció. Me afirme contra el marco de la ventana cuando mis piernas se doblaron. Ocho puntos rojos, distribuidos en el borde de la luna apocalíptica, fueron el vestigio de semejante escenario. Poco a poco fueron tragados por el brillo de plata que esta vez, me hizo retroceder. Todavía conmovido y a pesar del temor creciente que generaba, no podía apartar la vista del círculo blanco. Giré la cintura y estiré el brazo para alcanzar la silla más cercana. La arrastré hacia mí y me dejé caer, con una fatiga inusual, como si hubiera estado en ese combate. Un frío sudor emergió de mi frente ardiente, mientras contemplaba aquella superficie nevada que congelaba mi cuerpo. Con un sorbo de whisky descongelé la escarcha acumulada en mis huesos. No recuerdo cuánto tiempo necesité para recuperarme del evento, pero en un comienzo lo atribuí al agotamiento o a la posible locura que puede afectar a un hombre de 80 años. Y quizás hubiera sido víctima fácil del sueño, si cierto deseo no aflorara y me obligara a cumplirlo. Tenía que salir del departamento y caminar hacia el puente “Unión”, para contemplarla mejor y absorber sus secretos. ¿Acaso ella me obligaba? Así lo sentía, y lo peor de todo, era presa de su atractivo. En un momento de lucidez quise escapar de la alucinación y enfilar directo hacia el dormitorio para acostarme. Y lo logré, conseguí llegar victorioso al borde de la cama. Pero su imagen redonda, brillante e imborrable me obligó a abrir el ropero y coger el abrigo.

— Viejo idiota- murmuré en la desolada habitación frente a la puerta o quizás fue la advertencia, de lo poco que quedaba de la voz mi conciencia. Ahí me encontraba, parado mientras cavilaba sobre los peligros de la noche. De todas formas, el sonido del cierre de la campera que ascendía hasta el cuello, me informaba que algo o alguien dominaba mis manos. Al pasar frente al espejo, de repente me pareció ver un rostro joven, pero después de un parpadeo involuntario, ahí se encontraba el mismo y conocido mapa de arrugas.

Antes de tocar el picaporte, me frené otra vez, pero una inexplicable ansiedad por llegar al puente, hizo posar mi mano en él, girar y abrir la puerta. Caminé por el pasillo casi con desesperación. Y supuse que no quería llegar tarde a la hora de mi muerte.

Un ascensor vacío me esperaba. Cuando atravesé el amplio hall frío y desértico de la planta baja, supuse una helada caminata en el exterior. Mis pasos arrancaban graves sonidos acompasados contra la cerámica. Los ecos que revotaban contra las paredes, atravesaban mi cabeza para vibrar en presagios nada alentadores. Tras el golpe seco de la puerta del acceso principal, me recibió la brisa glacial de la medianoche. Tras los primeros pasos, imaginé que a media cuadra de mi edificio me atacarían. No fue a media cuadra, fue a dos cuadras. Dos siluetas oscuras se desprendieron de una pared como si hubieran sido parte de ella. Imposible correr a mi edad. Solo atiné a aminorar el paso y prepararme para lo peor. Para colmo, la calle estaba increíblemente desierta, y era imposible gritar para pedir ayuda. Además, ¿si alguno pasaba por ahí, defendería a un inconsciente que paseaba a esa hora? Ya escuchaba sus risas, como saboreando su fácil atraco. Entonces... Cuando estuvieron muy cerca y desenfundaron las relucientes navajas, los vi directo a los ojos como si tratara de fulminarlos con la mirada. Vibré de miedo y bronca por mi insensatez. De repente se detuvieron, yo también lo hice, apretando mis puños. Gratis no me iban a matar, algún diente se iban a tragar antes de que recibiera sus estocadas. Pero entonces observé la transformación de sus rostros, como si hubieran observado al mismo diablo. Dieron media vuelta, y echaron a correr.

— Mierda... ¿qué carajo les pasó?- me pregunté tocándome el rostro. Tan horrible no era.

Proseguí por mi desolado camino, apurando el paso en la brillante acera donde caían las cortinas plateadas de la luna. Recorrí las veinte cuadras para llegar a la intersección con la avenida Rivadavia, que a un kilómetro se transformaba en el puente Unión.

— Ya queda poco- murmuré a la cómplice noche, encargada de borrar todo vestigio humano. Ni vagabundos, ni asaltantes, ni transeúntes, ni autos se divisaban en aquel sector de la gran metrópoli, como si la oscuridad los hubiera tragado.

A pesar del abrigo, el excesivo frío junto a los cachetazos del viento, atravesaron mi cuerpo como espadas de hielo. Pero la ansiedad las derretía en un torbellino de llamas, y alimentaba el fuego de una voluntad irracional para seguir.

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