Haimi Snown - Sencilla obsesión

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Un deseo pensado al ver una estrella fugaz resultará ser el principio del fin de su satisfactoria vida. Jared estaba seguro de haber dejado atrás los más oscuros días de su vida, pero el pasado vuelve para atormentarlo. Íria, su amor de la adolescencia, regresa después de trece años. Y a partir de ahí nada es lo que parece. Él no la quiere cerca. Ella no se deja alejar. Fuerzas más allá de sus deseos parecen mover sus existencias. ¿O acaso los deseos son tan poderosos que se imponen sobre cualquier obstáculo? Cuando los verdaderos propósitos se ocultan, cuando los pensamientos no llegan a transformarse en palabras, cuando los planes de uno son contrarios a los del otro, empieza la guerra. Dos historias, dos periodos de tiempo, los mismos protagonistas en busca de un final. Un relato de pasión, de orgullo tonto, de miradas inocentes, de amor obsesivo. De querer poseerlo todo sin tener en cuenta que existe el peligro de quedarse sin nada. A veces, lo que está escrito en las estrellas, es simplemente inexorable.

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Le alegraba constatar que se encontraba bien. Reconocía que al estado efusivo había ayudado un número impresionante de botellas de cerveza ahora vacías, pero lo importante era que había funcionado.

—Oye, se supone que debes apoyarme a mí —protestó Cedric—. ¿En qué clase de equipo una parte favorece al otro lado?

—Es mi jefe —susurró Mara, dándole un beso rápido.

La cita de Jared de esa noche cruzó sus largas piernas y le sonrió con dulzura. Avergonzado, se dio cuenta de que no recordaba su nombre. Cedric afirmaba que tenía una «tierra mágica» de donde las conseguía cuando las necesitaba. La verdad era que tenía muchos contactos y mucho cuidado de no acercarse demasiado. Dejaba las cosas claras desde el principio, y muy pocas veces salía con la misma mujer. No se arriesgaba a repetir las citas, a entrar en intimidades, y jamás consideraba a alguien del pueblo. Aunque las reglas eran sencillas, desde que se las había impuesto su existencia había mejorado e insistía en no romperlas.

—Nuestro turno —dijo Mara, arrastrando el brazo de Cedric para forzarlo a levantarse.

—Nos ayudaría si jugaras para nuestro equipo —se quejó él.

Jared sonrió y se acercó a la mesa donde esperaba la mujer. Forzó su mente en recordar su nombre: Ania, Alia, Li… Nelia, sí, eso era. Era morena, alta y sofisticada. No había parecido encantada por el sitio, pero ni se había quejado, lo que era un punto en su favor. Justo como le gustaba: sin pretensiones.

—¿Quieres algo más? —le preguntó observando su vaso casi vacío.

Ella hizo bailar los dedos sobre su antebrazo en un movimiento sensual. Sí, el mensaje estaba tan claro como si lo hubiera gritado, pensó sonriendo.

—De momento, no —contestó, poniendo acento en las primeras palabras y mirándolo de forma sugestiva.

Te he entendido desde la primera vez. En un día normal Jared no se lo pensaría dos veces, pero por alguna razón, esta noche no estaba convencido. Tenía una especie de virus bajo la piel que hormigueaba de manera irritante. Decidió que una cerveza más iba a relajarlo y ayudarlo a encontrar la oferta más atrayente, incluso considerar aceptarla.

—Voy a pedir otras bebidas. Vuelvo enseguida —dijo, alejándose en la dirección de la barra.

Lo hizo lo más rápido que pudo, pero al regresar sufrió los síntomas de un ataque en cadena: primero su corazón empezó a tamborear un ritmo veloz, luego un rayo punzante pasó por sus sienes y estuvo a punto de dejar caer la bandeja con las bebidas por culpa del temblor de sus manos.

¡Por Dios bendito! que no tiene misericordia conmigo, farfulló en voz baja. Había faltado unos pocos minutos, pero al parecer, había sido bastante tiempo para que Íria apareciera de la nada y se sentara confortablemente en su mesa. Sus amigos habían abandonado el juego y acompañaban a ella y a Liza, pareciendo pasarlo en grande. Las carcajadas de Íria se sentían como ácido vertido en su estómago.

Jared dejó la bandeja en la mesa, les obsequió lo que esperaba que fuese una sonrisa a los otros, y agarró la muñeca de Íria.

—¿Podemos hablar un momento? —preguntó en voz dulce.

Ella miró sus dedos más firmes que un par de esposas y se levantó sin protestar, con una expresión imperturbable. Jared la llevó casi a rastras hasta que salieron fuera del local. Después del calor de dentro, el aire fresco le golpeó y sus pensamientos empezaron a tomar contorno. La liberó y se inclinó ligeramente, poniendo las manos en los músculos, más abajo de las caderas, con miedo de que si no lo hacía, acabarían en su garganta. Respiró hondo y al incorporarse procuró que su voz sonase indiferente.

—¿Estás acosándome?

Íria había escondido sus dedos en los bolsillos de los vaqueros y mantenía una pose relajada. En cuanto escuchó las palabras, se echó a reír con tal violencia que las personas que pasaban la miraron de hito en hito.

—¿Perdón? —preguntó entre carcajadas, su rostro una máscara de incredulidad.

Aunque se sentía como un idiota, Jared insistió.

—Tiendes a aparecer en los mismos sitios donde me encuentro yo.

—Y seguiré haciéndolo, Jar. Como tú señalaste, es un pueblo pequeño. Acostúmbrate a verme. No pienso esconderme en casa por miedo a dar contigo.

—¡Claro qué no! Nunca lo hiciste —la acusó. Tuvo la sensación de que sus ojos brillaron con una combinación de culpabilidad y furia, pero la chispa desapareció tan rápido que no podía estar seguro.

—¿No crees que deberíamos aclarar las cosas para poder seguir con nuestras vidas? —Íria dijo en tono condescendiente—. Quiero decir… yo he tenido tiempo de prepararme, y entiendo que para ti fue toda una sorpresa. No obstante, no puedo obviar el hecho de que no cambias de actitud. Encima con el trabajo que tenemos que hacer juntos…

Entendiendo que no iba a acabar la frase, Jared procuró leerla. Tenía los ojos abiertos y sinceros… y hermosos, apreció sin querer. Los músculos relajados, las manos libres, la frente despejada. Nada probaba que mentía, pero a él no le olía bien. Tiempo atrás podía descifrarla como a un libro abierto. No obstante, esos días, al parecer, habían quedado atrás. No podía demostrar que escondía algo, pero hubiese apostado su cabeza a que lo hacía.

Si lo pensaba bien, la verdad era que debería estar enfadado consigo mismo. En el pasado Íria había lanzado el modo caña de pescar y él había elegido morder el anzuelo por decisión propia. Tan seguro estaba de sí mismo y de sus talentos para no involucrarse. Pero independiente del principio de su relación, al final ella había sido la desertora. Ella había huido sin mirar atrás. Sin preocuparse por qué y a quién había dejado en el puto agujero que habían sido aquellos días. Y ahora aparecía sin dar explicación alguna, con cara de practicar yoga o alguna técnica relajante cada minuto, esperando ser tratada con amistad y respeto. Le sacaba de sus casillas la imperturbabilidad que mostraba. En el pasado era todo fuego, no aguantaba sin expresar lo que pensaba. Que lo hacía en voz alta, o que procuraba esconderse, pero de modo tan débil que él había podido averiguar su estado de ánimo aunque se encontrara de espaldas.

Bien, volviendo a la realidad. Se encontraba frente a él, más hermosa que una diosa griega y protegida por un aura no disimulada de «yo-puedo-con-todo». La niña había crecido y parecía que había aprendido mucho en el camino. Pero no podría con él, se dijo.

Entendía que iban a verse a menudo y no tenía otra opción que aceptar trabajar con ella si quería promocionar el hotel. Si continuaba manteniéndose inamovible en su posición, la mejor idea que se le ocurría era sacudirle los cimientos de esa apariencia valiente. Hacer que deseara marcharse por decisión propia. Jugar sucio, atacar por todos los flancos al mismo tiempo, derrotarla. El pensamiento era nuevo en su cabeza, pero ganaba terreno con velocidad. ¿Cómo no se le había ocurrido desde el principio?, se preguntó. Hacer planes, esquemas y prever los resultados, era su vida; lo que mejor se le daba hacer. Debía tratarla como a un personaje de sus novelas y hacerla moverse sin que supiera que era él quien manejaba los hilos.

Encantado con haber encontrado la solución, Jared le sonrió.

—Tienes razón. Debes entender que guardo algunos… resentimientos, pero es hora de dejarlos ir. No diré que me complace la situación —añadió con rapidez observando la expresión escéptica de Íria y dándose cuenta de que haber abandonado la lucha de repente era sospechoso—, pero procuraré calmarme. Te trataré tal y cómo te lo mereces. —Cerró la boca, maldiciendo por no poder abstenerse—. En el trabajo, quiero decir. Dado que quieres mantener tu renombre y estoy seguro de que trabajas con profesionalidad.

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