—Que trabajemos sin intermediarios es una de las cláusulas.
La sentencia retumbó en el cuarto con tal violencia que Jared no pudo decir más de un ¡demonios!, mentalmente. Sentía sus neuronas funcionando, pero trotaban y se agitaban destornilladas, sin tener claro hacia qué dirección ir.
—Es como yo trabajo, Jar. No me gusta implicar a terceros. Mi trabajo es el mejor y quiero mantener mi renombre —le informó una Íria orgullosa, con el mentón ligeramente inclinado hacia arriba.
Jared se dejó caer contra el respaldo del sillón, esperando que la posición relajante se transmitiera a su cerebro y su cabeza dejara de martillar.
—¿Por qué no me avisaste en nuestros últimos encuentros? —Se dio cuenta que la pregunta era necia antes de acabarla y, obviamente, Íria no perdió la oportunidad de contraatacar.
—Primero, pensaba que lo sabías, aunque me extrañó la «cálida» bienvenida que me diste. Segundo —ella levantaba un elegante dedo a medida que hablaba—, no me diste la oportunidad de hablar. Al final decidí tomar la vía oficial y pedir cita por el camino formal.
—¿Por qué? —Jared murmuró como para sí mismo, meneando la cabeza por la incredulidad—. ¿Por qué aceptaste el trabajo?
—¿Por qué no debía hacerlo?
Los siguientes segundos pasaron en un torneo de miradas: la de ella segura, incluso provocadora, la de él hostil y perturbada. Las preguntas correctas no vieron la luz y las explicaciones se quedaron atascadas entre los pensamientos.
Íria se aclaró la voz y fue la primera en bajar la cabeza, fijando su mirada en la hoja en blanco que tenía delante.
—Necesito que me comentes tus expectativas… sobre el proyecto —añadió con rapidez al percatarse del doble significado de sus palabras.
—Al contrario que tú, yo juego limpio. —Jared sonrió torcido, disfrutando de lo que decía—. No pienso trabajar contigo. Estoy seguro de que tendré la solución de cómo anular el contrato antes de mañana y tú serás libre de volver…—agitó la mano en el aire— a donde sea que has estado los últimos trece años.
La mirada de Íria se enfrió como los glaciares de la Antártida y él apreció, sin querer, la fuerza de su personalidad. Recogió sus cosas con tranquilidad y se levantó en toda su altura con la espalda recta, a la vez que alzaba el mentón.
—Te deseo suerte con eso. Pero no la tendrás. Mis abogados son iguales de buenos que los tuyos, incluso mejores. Si quieres una guerra, encantada de participar aunque me daría pena verte besar el polvo. Yo tengo un contrato firmado y pienso cumplirlo. —Le tiró una cartulina en el escritorio—. Este es mi número. Llámame en cuanto estés preparado para empezar el trabajo. No tengo prisa. Vivo aquí —añadió mordaz y salió con la cabeza en alto.
Jared se encogió en el sillón, mirando el techo. Consideró si hubiera exagerado. Al fin y al cabo habían pasado trece años, había tenido casi una vida para auto psicoanalizarse y superar el trauma. Si estuviera forzado a trabajar con ella, estaba seguro que podría hacerlo. Los límites los ponía su voluntad. Podría hacerlo, pero no le cabía duda de que su límite se quedaba establecido a distancia de miles de kilómetros de Íria.
***
Trece años atrás
Íria avanzó en el bosque con la cabeza en alto, admirando las crestas de los árboles. Tenía la cámara preparada en la mano, aunque la correa colgaba de su cuello por si necesitara desatenderla. Miraba hacia arriba y, no obstante, caminaba con cuidado para no engancharse entre las raíces salidas o las plantas. Nunca se había aventurado tan lejos, pero se había sentido atraída por el aire fresco y el silencio, y se había quedado por haber encontrado la hermosura y una vida totalmente diferente de la que ella experimentaba cada día.
Los altercados entre sus padres no habían cesado, todo lo contrario, habían empeorado, y ahora que tenía las vacaciones de verano, no encontraba salida. Hacía lo imposible para estar menos tiempo en casa, e incluso así, era demasiado. Pasaba muchos ratos con Liza, pero por desgracia no podía mudarse con ella. Así que cogía su cámara y se perdía en paseos interminables, procurando volver a casa lo más tarde posible.
Escuchó el ruido de agua gorgoteando y siguió el sonido. Pronto vio el resplandor de las ondas de un río pequeño, no más de unas cucharadas de agua que serpenteaban por encima y por debajo de unas piedras grandes, cubiertas de musgo verde. Encantada por la imagen, tomó primero unas fotografías, luego la probó con la mano. Estaba fría y cristalina, y el sonido se oía como pura música relajante.
Dejó la cámara en el suelo, se quitó las deportivas y metió los pies en el agua. Se tumbó y miró hacia el cielo, contenta de haber encontrado la paz.
—Te dije que deberías cuidarla mejor —escuchó una voz a su espalda.
Soltó un grito, asustando las aves que se sobresaltaron más que ella. Al girarse se encontró con que Jared la miraba por debajo de la visera de una gorra deportiva, con la espalda apoyada contra un tronco y el cuaderno sobre las rodillas.
—¿Qué haces aquí? —lo interrogó mientras se levantaba y se ponía las zapatillas.
Jared sonrió y cerró el cuaderno, dejándolo a un lado, encima de su mochila.
—La pregunta correcta es, ¿qué haces tú aquí?
—Estaba… paseando. Tomando fotos —ella contestó rápido, señalando la cámara olvidada en el suelo como si fuera su testigo—. ¿Y tú?
—Paseando, tomando el aire.
Íria estaba segura de que había detectado un leve tono burlón, pero con la gorra escondiéndole la mitad del rostro no podía leer su expresión.
En las últimas semanas de clase su relación había avanzado tanto que cuando se encontraban, Jared la saludaba con un movimiento de cabeza. Íria se había quedado un poco decepcionada por la distancia que mantenía. Había pensado que si daba el primer paso, conseguiría acercarse más a él. Incluso lo había perdonado por la noche del baile y le había sonreído cada vez que lo había visto, pero Jared había seguido tratándola con el mismo interés que a una hoja de lechuga.
Quería conocerlo, saber cosas de él. Como: ¿qué escondía en el cuaderno? ¿Por qué se mantenía al margen? ¿Por qué era tan distante, tan misterioso? No tenía el valor de preguntarle a Liza, aunque sospechaba que ella sabía incluso qué número llevaba en los zapatos. Pero Liza le había hablado de todo el instituto, de todo el pueblo, menos de Jared.
Tenía entendido que la madre de él se encargaba del hotel de la zona y eso lo sabía porque su padre acababa de conseguir un empleo allí. Un milagro por el cual debía agradecerle a la abuela Candela que era muy amiga de la abuela de Jared. Sin embargo, el resto de su vida seguía escondida, e Íria planeaba quitar el velo de una manera u otra.
—¿Vienes a menudo aquí? —se interesó, acercándose con pasos perezosos.
—¿Por qué quieres saberlo?
Jared preguntó eso cabizbajo, a la vez que jugaba con el bolígrafo sobre el cuaderno, dándole vueltas entre los dedos y deteniéndolo en la tapa con un movimiento brusco. Luego volvía a repetir la operación, pareciendo que su atención se centraba en el proceso. Al percatarse que no recibió respuesta, levantó la cabeza, mirándola interrogante.
Harta de su actitud superior y visiblemente desinteresada, Íria explotó:
—Porque quiero conocer tu horario y acosarte —ironizó. Por desgracia, Jared no la entendió de la manera que ella había planeado.
—¿De verdad? —Él sonrió, estudiándola con fascinación poco disimulada desde la punta de los zapatos hasta la parte superior de su cabeza y todo el camino al revés.
Íria se cruzó de brazos, con la sensación de que su mirada pudiera penetrar a través de la ropa.
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