—¡Deja de ser tan imposible! —ordenó. Avanzó y se sentó a su lado, moldeando su espalda sobre la madera áspera del tronco. Desde esa posición no podía inspeccionarla, pensó complacida.
—No sabía que lo era —murmuró Jared, siguiendo con la mirada sus movimientos—. ¿Piensas quedarte? —inquirió, pareciendo sorprendido por su decisión.
Íria se sentía insultada por su evidente rechazo, pero no pensaba mostrarlo.
—¿Es tu bosque? —espetó.
—No, claro que no. —Jared retomó el juego con el bolígrafo mirando hacia adelante.
Como permanecieron un rato en silencio, Íria aprovechó para estudiarlo por el rabillo del ojo. Los músculos de su maxilar jugaban bajo la piel y había fruncido los labios. No entendía por qué su presencia parecía fastidiarlo tanto, pero ella no pensaba retirase. Le gustaba el sitio, y si él no quería compartirlo, debería marcharse. Se acomodó mejor contra el tronco y cerró los ojos, relajándose. Unos rayos de sol que atravesaban el follaje jugaban cálidos en su rostro. Oía el chirrido de los insectos, el ritmo de la respiración de Jared a su lado, y la fragancia de pino, abeto y hierbas, llenaba el aire.
Casi se había dormido cuando escuchó un susurro que dejaba entender un agudo grado de peligro:
—No. Te. Muevas. —Jared había pronunciado cada palabra por separado y le estaba apretando la mano con tanta fuerza que se le durmieron los dedos al instante.
Íria abrió alarmada los ojos para quedarse de piedra. No podría moverse ni si se lo ordenaban. A menos de un metro de sus piernas, una serpiente ondulaba su cuerpo, avanzando con la cabeza en alto y la lengua siseando. No era grande, no más de medio metro, pero no tenía pinta de visitarlos con intenciones honorables.
El corazón le estalló contra las costillas y sus oídos no escuchaban nada más que el horrible siseo. Miró a Jared con los ojos casi saliendo de las órbitas en una pregunta muda.
No le hizo caso. Observaba al reptil con la misma concentración con la cual lo hacía este. Su mano empezó a desplazarse milímetro con milímetro buscando algo en la tierra. Íria no podía ver de qué se trataba, pero dudaba del éxito de su plan, si tuviera alguno. La serpiente se acercaba y ante sus ojos se hacía cada vez más grande. La hierba se desplazaba como un arroyo con el movimiento de su cuerpo. Una hoja seca le rozó la piel descubierta de la pierna, e Íria ahogó un grito. Sudor frío le cubría la espalda y apretó los dientes en un intento de dejar que castañearan.
—A la de tres, corre —susurró Jared, sin mirarla.
Sus dedos agarraban un palo largo de madera, gordo como el brazo de ella, lo que no decía mucho a favor de su cuerpo.
—Uno…
¿Estás loco?, Íria gritó en su mente. ¿Vas a matar una serpiente con una rama? Las palabras no salieron de su boca y todos sus sentidos se concentraron en oír la señal.
—Dos…
Tensó los músculos al máximo. Retorció un poco el cuello y fijó la mirada en la boca de Jared. Cuando sus labios se abrieron y antes de que diera la señal, se levantó impulsada como un proyectil y empezó a correr, con la imagen de los colmillos de la serpiente en su piel. Oyó el sonido de un golpe seguido de unas maldiciones, pero no se detuvo. Continuó trotando hasta que sus pulmones chillaron y le fallaron las rodillas. Se dejó caer en el suelo a cuatro patas, tragando aire con dificultad. Entonces miró hacia atrás, pero no se veía ni se escuchaba nada. Giró y se sentó sobre el trasero, abrazándose las rodillas. No tenía idea de dónde se encontraba ni en qué dirección había corrido.
El bosque era silencioso y la luz de la tarde danzaba alegre entre las ramas. Su respiración se recuperó, pero su cuerpo seguía convulsionándose bajó sacudidas incontrolables.
Después de unos minutos, empezó a preocuparse por Jared. Reconocía que había actuado como una cobarde, pero ¿cómo se suponía que debía reaccionar? Él no había parecido muy afectado, su sangre se había mantenido tan fría como la de la serpiente. Le había dado la impresión de que había pasado por situaciones parecidas antes.
Se levantó, probando el estado de firmeza de sus pies. Constató que temblaban un poco, pero podía usarlos. Dio dos pasos indecisos y escrutó los alrededores.
—¿Jar? —llamó susurrando.
Le contestó el chirrido de un ave. Llenó los pulmones de aire y gritó con todas sus fuerzas:
—¡Jareeeedd!
Las hojas de los árboles se sacudieron con el vuelo de los pájaros asustados. Por el rabillo del ojo observó movimiento a su derecha y concentró la vista.
Jared se acercaba con su cámara en la mano y la mochila colgada del palo que tenía sobre un hombro. Se había puesto el gorro al revés y sus oscuros ojos brillaban con diversión en el rostro iluminado por una expresión presumida. Al acercarse, Íria escuchó que silbaba una canción.
Se cruzó de brazos, molesta con su actitud. Se comportaba como si nada hubiera pasado y estuviese de excursión por el bosque.
Sin parecer observar su disgusto, Jared le tendió la cámara y se rio entre dientes.
—¿Cuántas veces tengo que repetirte que debes cuidarla?
Íria la tomó con brusquedad y colgó la correa de su cuello.
—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? ¿Esa cosa asquerosa ha muerto?
—Nop —contestó Jared, y se encaminó sin importarle lo que hacía ella.
—¿Cómo qué no? —Íria chilló a sus espaldas. Al ver que se alejaba, empezó a correr para alcanzarlo.
Jared sonrió, mirándola con los ojos entrecerrados y meneando la cabeza en un gesto de incredulidad.
—¿Crees que podría haber matado una serpiente con una rama? Vaya… vaya —chasqueó la lengua—. Ya me has dado el papel de superhéroe.
Íria gritó mentalmente, hecha un nudo de nervios. Ahora entendía por qué él no se relacionaba bien en sociedad. ¡Porque no sabía hacerlo! Decía lo que le pasaba por la cabeza, sin preocuparse por los sentimientos de los demás.
—Para tu información —dijo ella, levantando el mentón aunque Jared no podía verla—, no pensaba que ibas a matarla con un palo de madera. Por eso, estaba preocupada por ti.
Él paró de golpe, e Íria, que no conseguía mantener el ritmo caminando un paso atrás y en aquel momento estaba mirando el suelo, chocó contra su hombro.
—¿De verdad? —le preguntó pareciendo conmocionado con la idea. Luego se echó a reír de nuevo y reanudó la marcha, mientras la informaba—: No era venenosa.
Con ganas de tirarle algo en la cabeza, Íria juró que un día se vengaría.
Presente
—¡Vamos! Tú sí que puedes.
Jared le respondió a Mara con una mirada petulante mientras flexionaba los músculos; dobló las rodillas y se concentró en respirar por la nariz. Centró la mirada en el objetivo, avanzó un paso con el pie derecho, balanceó la bola hacia atrás y la soltó con fuerza cuando llegó a la altura de su tobillo.
Los diez bolos colocados en forma de triángulo equilátero se desplomaron en todas las direcciones.
—¡Pleno! —Mara gritó y aplaudió encantada.
Se encontraban en un centro de divertimiento a las afueras del pueblo, pensado y construido para ser usado por todo el mundo, desde jóvenes a familias con bebés. Imaginándose el ruido y la multitud, en un primer instante Jared se había opuesto de modo categórico a la idea de Mara. Al detenerse para pensarlo, había entendido que era precisamente lo que necesitaba para olvidar sus problemas actuales. Quedarse solo con sus pensamientos no era una opción inteligente y tampoco podía concentrarse en escribir. Las únicas escenas que le venían a la cabeza eran las que implicaban detallados actos de venganza contra mujeres traidoras.
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