bell hooks - ¿Acaso no soy yo una mujer?

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¿Acaso no soy yo una mujer?: краткое содержание, описание и аннотация

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Esta es una de las primeras grandes obras de la escritora y activista bell hooks. Publicada originalmente en 1981, ha ido ganando reconocimiento como un trabajo influyente en el pensamiento feminista. Este ensayo clásico se traduce ahora por primera vez al español. En él se examina la opresión que las mujeres negras han sufrido y siguen sufriendo desde el siglo xvii hasta la actualidad.En
¿Acaso no soy yo una mujer?hooks explora varios temas recurrentes en su trabajo posterior: el impacto histórico del sexismo y el racismo en las mujeres negras, los roles de los medios de comunicación y del sistema educativo en la representación de la mujer negra, la idea de un patriarcado capitalista-supremacista blanco y el desprecio por cuestiones de raza y clase dentro del feminismo. hooks insiste en que las luchas por poner fin al racismo y al sexismo están entrecruzadas y enfoca su escritura en la interseccionalidad de raza, capitalismo y género.A partir de la publicación de este libro, hooks se ha convertido en una eminente pensadora política y crítica cultural que inicia su reflexión desde su firma: bell hooks es una combinación de los nombres y apellidos de su madre y su abuela escritos en minúscula, según ella, porque mayúsculas deben ser las ideas, criticando así la costumbre capitalista de sobrevalorar los nombres propios.

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Por primera vez en la historia de Estados Unidos, mujeres negras como Mary Church Terrell, Sojourner Truth, Anna Cooper y Amanda Berry Smith, entre otras, rompieron los largos años de silencio y empezaron a explicar y dejar registro de sus vivencias. En concreto, recalcaron el aspecto «femenino» de su ser, que las hacía ser diferentes de los hombres negros, hecho que quedó demostrado cuando los hombres blancos abogaron por conceder el derecho al voto a los hombres negros mientras se privaba de él a todas las mujeres. Horace Greeley y Wendell Phillips lo bautizaron como «la hora de los negros», pero, en realidad, lo que se defendía como el sufragio de los negros era el sufragio de los hombres negros. Con su respaldo al sufragio de los hombres negros y su denuncia paralela de la defensa de los derechos de las mujeres blancas, los hombres blancos revelaron cuán profundo era su machismo, un machismo que, en aquel breve momento de la historia de Estados Unidos, superó incluso a su racismo. Antes de que los hombres blancos apoyaran el sufragio de los hombres negros, las activistas blancas habían creído beneficioso para su causa aliarse con activistas políticos negros, pero, cuando pareció que los hombres negros podían conseguir el voto mientras que a ellas seguía privándoselas de él, aparcaron a un lado la solidaridad política con los negros e instaron a los hombres blancos a dejar que la solidaridad racial se impusiera a su defensa del sufragio para los hombres negros.

Cuando el racismo de las defensoras de los derechos de las mujeres blancas afloró, el frágil vínculo entre estas y las activistas negras se quebró. Incluso Elizabeth Stanton, en su artículo «Women and Black Men» («Mujeres y hombres negros»), publicado en el número de 1869 de Revolution , intentó demostrar que la reivindicación republicana del «sufragio masculino» tenía por fin crear un antagonismo entre los hombres negros y todas las mujeres, una escisión entre ambos grupos que no pudiera enmendarse. Pese a que muchos activistas políticos negros simpatizaban con la causa de las defensoras de los derechos de las mujeres, no estaban dispuestos a renunciar a su oportunidad de obtener el derecho al voto. Sobre las mujeres negras pendía un arma de doble filo: apoyar el sufragio femenino comportaba aliarse con las activistas blancas, que habían expresado públicamente su racismo, mientras que defender el sufragio de los hombres negros suponía respaldar un orden social patriarcal que las privaba de voz política. Las activistas negras más radicales exigían que se concediera el derecho a voto tanto a los hombres negros como a todas las mujeres. Sojourner Truth fue la mujer negra que habló de manera más franca acerca de este tema. Se manifestó en público a favor del sufragio femenino y recalcó que, sin dicho derecho, las mujeres negras tendrían que supeditarse a la voluntad de los hombres negros. Con su célebre declaración «Hay mucho revuelo acerca de que los hombres de color consigan sus derechos, pero no se dice ni una palabra acerca de las mujeres de color y, si los hombres de color obtienen sus derechos y las mujeres de color no, lo que veremos será que los hombres de color serán dueños de las mujeres y la situación volverá a ser tan nefasta como antes», recordó a la opinión pública estadounidense que la opresión sexista representaba una amenaza tan real para la libertad de las mujeres negras como la opresión racial. Aun así, a pesar de las protestas de activistas blancas y negras, el sexismo se impuso y se concedió el sufragio a los hombres negros.

Aunque los negros de ambos sexos habían luchado por igual por su liberación durante la esclavitud y gran parte de la era de la Reconstrucción, los líderes políticos negros defendían unos valores patriarcales. Conforme los hombres negros fueron avanzando en todos los ámbitos de la vida estadounidense, instaron a las mujeres negras a adoptar un papel más subordinado. De manera gradual, el espíritu revolucionario radical que había caracterizado la aportación intelectual y política de las mujeres negras en el siglo XIX fue sofocándose. En el siglo XX se produjo un cambio definitivo en el papel de las mujeres negras en los asuntos políticos y sociales de la población negra. Dicho cambio presagió un declive generalizado en los esfuerzos de todas las mujeres estadounidenses por lograr una reforma social radical. Cuando el movimiento en defensa de los derechos de la mujer concluyó en la década de 1920, las voces de las negras feministas se amansaron. La guerra había despojado al movimiento de su fervor anterior. Las mismas mujeres negras que habían participado codo con codo con los hombres en la lucha por la supervivencia incorporándose a la mano de obra en la medida de lo posible no abogaron por el fin del sexismo. Las mujeres negras del siglo XX habían aprendido a aceptar el machismo como un hecho connatural a la vida. De haberse encuestado a las mujeres negras de treinta a cincuenta años acerca de cuál era la fuerza más opresiva en sus vidas, en la cabecera de la lista habría figurado el racismo, no el sexismo.

Cuando surgió el movimiento en defensa de los derechos civiles, en la década de 1950, mujeres y hombres negros habían aunado esfuerzos reclamando la igualdad racial, por más que las mujeres activistas no recibieran la aclamación pública que se otorgó a los líderes del sexo opuesto. De hecho, el patrón de roles sexista era tanto la norma entre las comunidades negras como entre cualquier otra comunidad estadounidense. Entre la población negra, se daba por sentado que los líderes más alabados y respetados fueran hombres. Los activistas negros defendían la libertad como la obtención del derecho a participar como ciudadanos plenos en la cultura de Estados Unidos, es decir: no rechazaban el sistema de valores de dicha cultura. Y, por ende, no pusieron en tela de juicio la adecuación o no del patriarcado. El movimiento de la década de 1960 en defensa de la liberación de los negros marcó la primera vez en que la población negra acometió una lucha contra el racismo con fronteras claras que separaban los roles de los hombres y las mujeres. Los activistas negros reconocieron en público que esperaban que las mujeres negras que participaban en el movimiento se adecuaran al patrón de roles sexista. Exigieron a las mujeres negras que asumieran una posición supeditada. Se dijo a las mujeres negras que debían ocuparse de atender sus hogares y criar a los futuros combatientes de la revolución. El artículo de Toni Cade «On the Issue of Roles» («Sobre los roles») analiza las actitudes machistas prevalecientes en las organizaciones negras durante la década de 1960:

Da la sensación de que todas las organizaciones habidas y por haber han tenido que lidiar en un momento u otro con mujeres dirigentes rebeldes a quienes molestaba ocuparse de contestar el teléfono o servir el café mientras los hombres redactaban documentos de posicionamiento y departían sobre asuntos políticos. Algunos grupos tuvieron la condescendencia de asignar dos o tres puestos de la junta directiva a mujeres. Otros alentaron a las hermanas a formar una junta ejecutiva aparte y ocuparse de ciertos temas para no provocar una escisión en la organización. Los hubo que se enojaron y obligaron a las mujeres a salir en desbandada y organizar talleres propios. A lo largo de los años, esta situación se ha ido relajando. Pero aún estoy a la espera de escuchar un análisis sereno de qué posición tiene cada grupo concreto sobre este tema. No me canso de escuchar a tipos decir que las mujeres negras deberían ser pacientes y apoyar a los hombres negros para que recuperen su masculinidad. La noción de feminidad, afirman (y solo cuando se les presiona para que se posicionen se dignan a reflexionar sobre ello o exponer argumentos), depende de su masculinidad. Y esta basura continúa.

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