Si hubiera que dar un nombre a lo de esta noche
yo elegiría uno robusto y femenino:
robusto como el loco sexo de medianoche,
tierno como el amor del lecho matutino.
¡Vaya desinhibida y loca madrugada,
sorprendente, renacida, enamorada!.
Sorprendente y renacida me amaste ayer,
me devolviste la alegría de vivir, mujer.
Fue una noche de esas inolvidables, tiernas,
de las que te enloquecen de puro inesperadas,
el rito de un altar de interminables piernas,
de esquizofrénicas frases musitadas.
Noche de acariciar lo plano y lo convexo,
noche de morder lo blandísimo y lo duro,
de decir tonterías al calor de tu sexo,
de amar tu pecho blando, de amar tu vientre oscuro.
Noche mojigata,
noche de vela en la ciudad dormida,
en esta ciudad anacrónica y beata,
la de la ingenuidad de la niñez perdida.
En ella resucitamos nuestros amores pequeños,
esos que nunca pudimos confesarnos,
y entre risas, locuras, recuerdos y sueños
pudimos al fin amarnos.
Toda la noche brilló la luz de una bombilla
en la oscuridad de la villa provinciana,
la que alumbró tu joven desnudez, chiquilla:
la única cosa viva de la noche holgazana.
La que no trascendió de la ventana,
la que alumbró el despertar del sexo renacido,
la que me vio besar tu pecho desvalido,
¡hermosa redondez de porcelana!
¡Cuánto amé, cuánto amé tu desnudez enflaquecida,
cuánto amé tu larga historia desgraciada,
cuánto amé tu osadía enamorada
al derrotar mi timidez rendida!
¡Cuánto amé tus pechitos ateridos,
cuánto amé tus caricias escogidas,
cuánto amé tus mordiscos contenidos
y tus sonrisas locas y partidas!
Nunca olvidaré tus dedos en la boca,
tu forma de besar con la lengua y los dientes,
y nunca olvidaré las frases sorprendentes
que me dijiste en esa noche loca
de Los Inocentes.
No olvidaré esta continuación de nuestra historia
aunque otras cosas más sabias y prudentes
se me puedan borrar de la memoria.
Siempre recordaré esta noche tan bonita,
esa sorpresa inesperada, esa faldita.
Te fuiste en un tren pequeñito, como tú
Te fuiste en un tren pequeñito, como tú,
como tu nombre corto, austero,
pero pesado, potente y duro
como el amor enfebrecido y puro
con que te quiero.
Compré tus cigarrillos al salir de la estación,
mi amor, aunque ya no ibas a fumarlos,
y los puse en la mesa del salón
para acordarme de ti al mirarlos;
Y ahí los tendré, con polvo y solitarios,
como tendré la casa: como tú la dejaste,
cada mueble, cada adorno, cada rincón.
Incluso yo, como cuando te marchaste,
dejando a la vida torpemente pasar,
quieto y petrificado estaré en el balcón,
frente al mar.
Y te echaré de menos
en esta temporada macilenta,
compañera sencillísima y sana,
hasta que vuelvan los momentos buenos
a despolvar mi vida polvorienta
cuando tú vuelvas, Ana.
Y dejaré la cama revuelta
conservando tu olor y tu ternura,
hasta tu vuelta.
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