Y el universo nos envió un aviso. El mundo permanece aislado, en cuarentena.
Pero las ratas siguen avanzando, cada vez en mayor número, cada vez más hambrientas.
Y yo me pregunto: ¿la evolución que hemos logrado significa involución?
Es como una puesta en escena de ciencia ficción, donde la obra que se desarrolla lleva por título: VOLVER AL PASADO .

6
RESILIENCIA
Insomnio, única cara de esta nueva noche de luna plateada, la que preocupada siempre acompaña.
Me levanto en puntillas, para no interrumpir el sueño de quienes fueron premiados con el reparador descanso.
Busco esa bata blanca, que no abriga, pero reconforta con el recuerdo de otras noches plagadas de besos.
Me asomo al balcón, miro las calles. Desiertas. Hasta parece que no existe la sombra de los tristes árboles al reflejo de las mortecinas farolas.
Pienso en tantos niños que no disfrutan del sol, ni del abrazo de los abuelos. Tampoco se maravillan, ni crean historias, pues no pueden ver el danzar de las hojas, que, mecidas por el viento de otoño, danzan para nadie y, mustias, se arrojan a las aceras.
Pienso en los ancianos, sin las caricias, sin las sonrisas de los que más aman, y en los que agonizan sin besos ni abrazos.
Nuestro espíritu, nuestro cuerpo, ¿cuánta resiliencia* podrán soportar? No la del martillo que descarga toda su potencia sobre un metal, sino la de la fuerza y la energía de nuestra mente, para poder soportar la soledad y el silencio.

* Nuestro espíritu, nuestro cuerpo, ¿cuánta resiliencia* podrán soportar? No la del martillo que descarga toda su potencia sobre un metal, sino la de la fuerza y la energía de nuestra mente, para poder soportar la soledad y el silencio. * Capacidad de sobreponerse a momentos críticos. Puede utilizarse para indicar fortaleza, invulnerabilidad, resistencia.
Capacidad de sobreponerse a momentos críticos. Puede utilizarse para indicar fortaleza, invulnerabilidad, resistencia.
7
DON MANUEL
El edificio de 10 pisos, donde habita don Manuel, ha cambiado. No de aspecto, pero sí de vida.
Ya no se oyen las risas alegres de los adolescentes que allí viven, al bajar a encontrarse en la puerta con amigos y compañeros.
Ya no se escuchan las voces alegres de los transeúntes, porque casi nadie transita. No hay sonido de cláxones en el semáforo, pues el tránsito es escaso.
Don Manuel se ha quedado solo. Vive solo desde hace muchos años, desde que falleció doña Irma. Pero es un señor dinámico, sale a caminar muy temprano cada mañana y los domingos, como buen español, prepara unas aromáticas paellas para hijos y nietos que siempre lo acompañan.
Pero el confinamiento, esta cuarentena interminable, que lleva ya más de seis meses, lo imposibilita de salir, lo priva de recibir visitas, lo sume en una abrumadora angustia.
Los vecinos lo llamamos, los nietos pasan a dejar alimentos y medicación, pero no pueden dejarle lo que más necesita: el beso, el abrazo.
Nos dice que ha comenzado a padecer insomnio. Y sí, esta vida anormal a la que estamos sometidos está haciendo mella en nuestra salud, de diferentes maneras.
En el edificio aledaño, hace días han comenzado a escucharse los acordes de un violín. Debo decir que, si bien el sonido es suave, las melodías maravillosas, este buen hombre lo ejecuta... ¡¡¡en horas de la madrugada!!!
Las quejas se multiplican, pero don Manuel nos sorprende.
Desde que comenzó a escuchar las suaves sinfonías que brotan del violín se sintió acompañado. Sus desvelos se tornaron placenteros, y después vuelve a dormirse como un angelito, nos dice.
El violinista pide perdón por su irrupción nocturna, está también solo, y el violín es su compañía.
Todos queremos mucho a don Manuel y decidimos dejar que esa música irrumpa en nuestros sueños.
Pero ¿saben algo? Al cabo de unos días uno acaba por acostumbrarse y la dulzura de esos acordes nos sume en un sueño más tranquilo.
Además, don Manuel ha encontrado un compañero que, a través del pulmón de manzana, lo acompaña y le hace olvidar que la pandemia nos ha quitado la libertad y hasta el sueño.
8
REALIDAD
Anoche en la penumbra del cuarto te pensaba.
Entorné los ojos y mis dedos dibujaron el contorno de tu cabeza sobre la almohada, la silueta de tu cuerpo sobre sábanas heladas.
Estiré los pies buscando la tibieza de los tuyos y mis manos, en el aire, acariciaron la fortaleza de tus muslos.
Sentí tu abrazo apretando nuestros cuerpos, sintiendo el calor de nuestra piel, que despedía fuego.
Incliné mi cabeza, buscando tu rostro amado y mi boca se abrió esperando el néctar de tus labios.
Abrí los ojos, para verme reflejada en tu serena mirada y un estremecimiento recorrió mi cuerpo, porque... allí no estabas.
Me encogí como un pájaro herido, hundiendo la cabeza entre las sábanas. Y lloré lágrimas amargas, por la soledad, por el silencio.
A mi lado, solo el aroma de tu piel amada, deseada, y un diario recordando la obligación de guardar distancia.

9
LIBRES
La cuarentena se extiende. Flota en el ambiente una nube gris, espesa, que se despliega como un manto, arrojando números cada vez más altos de infectados y miles de muertos.
Siente la vacuidad de las noticias, su contenido le parece inconsistente, falto de sustentabilidad. Frívolo en muchos casos, a pesar de la gravedad. Así lo siente ella.
Se asoma a la ventana, saturada de noticias. Presta atención al silencio, un silencio que repercute en los oídos y estalla en el cerebro. Siente deseos de gritar, pero también su voz se ahoga, como los gritos, como todos los sonidos.
De pronto, dos elegantes garzas aparecen caminando, seguidas de una saltarina liebre. Se refriega los ojos, se coloca los lentes. Sí, no hay duda, son dos blancas garzas y un tímido conejo, o liebre tal vez.
Detienen su caminar y nerviosamente miran a quienes, asombrados, observamos tras los cristales.
Alzan los esbeltos cuellos y emiten un graznido, que se hace eco en el silencio de la ciudad fantasma.
Parecen decir:
“Ahora, nosotros somos libres, sepan ustedes lo que es vivir en cautiverio”.
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