Demanda turística, vuelta a los orígenes y belleza del lugar, todas estas razones, y muchas otras, han favorecido desde hace veinte años la instalación de numerosos creadores y artesanos de arte. No se trata de hacer un inventario completo de todas las producciones actuales, sino de presentar algunas, procedentes de tradiciones antiguas que, tras períodos de inactividad o incluso a veces de desaparición, están renaciendo.
Los cuchillos de Laguiole.
El célebre cuchillo de Laguiole (pronunciado «layole»), nació en el pueblo epónimo en 1829. Fruto -no defendida- de un mestizaje hispano-aveyronais, es el resultado de una fusión local entre la navaja (cuchillo de bolsillo plegable español) y el «capuchadou», la hoja fija remachada con un trozo de haya más o menos trabajado que hacía como cuchillo nativo. Antes de convertirse en punto de encuentro de la diáspora aveyronnaise en París, y después el objeto de moda de los diseñadores, el Laguiole sirvió para punzar la panza de los herbívoros afectados por meteorización (especie de indigestión de hierba fresca que hinchaba a los animales a veces hasta morir)… El cuchillo de Laguiole puede tener hasta 14 piezas diferentes ensambladas por 11 remaches. Contrariamente a lo que muchos piensan, ni la mosca ni la abeja dan a los cuchillos la garantía de autenticidad. Los modelos más antiguos tienen diferentes motivos como rosetones, tréboles o flores de lis… Algunos artesanos perpetúan hoy una fabricación de prestigio en Laguiole, los demás talleres se limitan al montaje.
Los alfareros de Saint-Jean-de-Fos y la cerámica de Montpellier en el Hérault.
Entre el siglo XIV y el siglo XVI, Saint-Jean-de-Fos era muy famoso por sus cerámicas en bruto o barnizadas, como las tejas verdes que cubren el campanario alrededor del cual se estrechan las casas. Después de años de inactividad, la tradición renace y siguen produciéndose tejas barnizadas que ahora adornan las construcciones recientes de las afueras de Montpellier, mientras que los jóvenes alfareros se han instalado allí, para formar la «route des potiers» y hacer vivir este arte. Desde el final de la Edad Media, la ciudad de Montpellier ha contado entre sus actividades con un importante centro alfarero. Si la época gloriosa de la cerámica en Montpellier cae en la historia, sonlos ceramistas de Montpellier los que han fundado los centros de Ganges, Pézenas, Toulouse, Montauban, Burdeaux, La Rochelle…
El granate catalán.
La talla y el montaje de los granates experimentaron su apogeo en el siglo XIX, cuando la demanda era tal que se tuvo que importar piedras del extranjero, la producción de los vertientes de los pirineos (de las minas de Estagel, Costabonne y col de la Bataille) no era suficiente. Tallados a menudo en otras regiones francesas, los granates estaban enjoyados por los joyeros de Perpignan.
Los colores del oro y del granate, que recuerdan a los de la bandera catalana, han hecho mucho por el éxito de estas joyas: anillos, broches, colgantes y sobre todo cruces, estrechamente relacionados con las costumbres religiosas locales. Hoy, esta artesanía sigue viva y una docena de joyeros del departamento se han agrupado para perpetuar esta tradición.
La loza de Martres-Tolosane.
El siglo XVIII dio el pistoletazo de salida de las lozas de Martres-Tolosane, decoradas a mano alzada con esmalte. La loza es una cerámica particular a base de arcilla, recubierta de un vidriado a base de estaño que le da su aspecto tan particular. Durante más de tres siglos Martres ha prolongado las cualidades apreciadas por los amantes de la loza: arcilla local rica y sonora, esmaltes estanníferos a base de óxido de estaño con reflejos cálidos, decorados a gran fuego con una paleta limitada pero de una inalterabilidad extrema, los colores están cocidos con un esmalte a 960º C. Los usos variaron a lo largo de los siglos: pilas de agua bendita, platos de barbero, jarras, jarrones, platos, soperas, salseras, recipientes para mostaza, tinteros… Los decorados siempre están dedicados a las flores, a las aves, la mayoría del tiempo a los ibis, y los arabescos que son el estilo característico del viejo Martres. Aún hoy, nueve talleres funcionan en Martres-Tolosane, asegurando al mismo tiempo una calidad de ejecución artesanal, una difusión comercial sostenida en Francia y en el extranjero.
Los jarrones de Anduze en el Gard.
¡Qué cerámica! Apreciados por los reyes en el siglo XVIII, sus mejores especímenes adornan el Orangerie y los jardines de Versalles. En efecto, además de numerosos objetos utilitarios o decorativos (canalones, tejas…), la especialidad es el gran jarrón barnizado de jardín.
En un color de fondo amarillo, se extienden mucho los tonos verdes o marrón, los bordes están adornados con guirnaldas florales y escudos en relieve.
Tras un declive en el siglo XX, la producción continúa gracias a los «hijos de Boisset» que siguen fabricando estos jarrones coloreados, a partir de una arcilla fina, modelada con un torno de pie. La demanda es importante debido a la moda del hábitat periférico, donde es muy chic poseer ejemplares en el jardín. Ejemplares voluminosos también decoran las avenidas de las ciudades de la región.
La seda en Cévennes.
Desde finales del siglo XII hasta finales del siglo XIX, la industria principal de Cévennes fue la de la seda. La enfermedad -a pesar de los trabajos de Pasteur-, los textiles sintéticos y las importaciones han dado un golpe fatal a la seda francesa. Desde hace unos diez años se ha producido un renacimiento local gracias a un puñado de aficionados que han puesto en servicio un sector completo, asociado estrechamente al relanzamiento del patrimonio construido, al desarrollo turístico y a la habilitación del territorio. La restauración de los huertos de moreras y de una sericulrura en Grefeuilhe para la cría de los gusanos y el tratamiento de los capullos, la creación de un taller de molinado (para formar el hilo de seda) y una hilatura para la producción de tejidos para la alta costura, han sido las etapas de este renacimiento que continúa no sin problemas.
Los guantes de Millau.
Gracias al roquefort, la tradición guantera de Milau ha adquirido una influencia internacional. Dicho así, el atajo puede sorprender, sin embargo… El trabajo de la piel data del siglo XII. En aquel entonces, ya las mesetas calcáreas de Millau servían de pastos a muchos rebaños de ovejas de raza Lacaune. Las ovejas proporcionaban la leche necesaria para la fabricación del queso de roquefort. Ahora bien, para optimizar el rendimiento, se sacrificaba a los pequeños corderos (menos de un mes). Éstos, llamados «regords», proporcionaban una cantidad considerable de pieles de gran finura. Es para transformar estas pieles perecederas en un producto acabado imputrescible que se creó la peletería. Las pieles, una vez tratadas, encontrarían un uso de elección: la guantería. La guantería millavoise utiliza pieles de origen geográfico y animal diversos: corderos, por supuesto, pero también cabras, ciervos, pécari o avestruces. Los guanteros de Millau proveen a las firmas Hermès, Yves Saint-Laurent, Poulain… y fabrican y exportan cientos de miles de guantes. Millau diversificó sus actividades en la maroquinería, el curtido, los zapatos y el mobiliario.
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