Irene Recio Honrado - Alma
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Alma le enseñará a nuestra protagonista que toda leyenda tiene una parte de realidad, y que las viejas historias están más relacionadas con ella de lo que creía.
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—No te lo tomes a mal, May—pidió el vaquero mientras salvaba la distancia que les separaba y tomaba el paquete entre sus brazos—. Tal vez este jaleo te anime a salir de casa. Podríamos ir a tomar una cerveza al bar del viejo Johnson.
—¿Yo en el bar? —comenzó— ¿Desde cuándo me gusta estar rodeada de tanta gente? Estás loco si crees que un poco de ruido va a conseguir que me aleje de mi hogar. Hazme el favor de llevarle eso al señor Boots, debe de estar impaciente.
—Está bien —accedió Cyrus algo derrotado, viendo cómo se alejaba mi tía de nuevo hacia la casa.
Me puse a su lado y le puse una mano en el hombro.
—¿Sabes? A mí no me parece mala idea. También creo que debería salir.
—Sí, pero se niega cada vez que lo intento. Creo que lo sigo haciendo para ver si algún día se equivoca y me dice que sí.
Sonreí y observé al cowboy. Estaba claro que sentía algo por tía May. ¿Se habría dado cuenta ella? Sentí algo de pena por él, enamorado de una mujer capaz de obrar maravillas y tan ciega en algunas ocasiones.
—Si quieres compañía —ofrecí— yo puedo tomarme esa cerveza contigo. De momento aquí no puedo hacer nada. Ethan tiene una guerra declarada con el cobertizo, Jack está intentando reparar la camioneta o comiéndose una docena de huevos en algún lugar. Y el pequeño Sam… bueno está conociendo a JB.
—¿Le has dejado solo con esa bestia?
—Sí. Pobre JB, no me lo perdonará nunca —dije mirándolo de reojo.
La broma surtió efecto y empezamos a reír de nuevo los dos.
—Cuando terminéis de reír —intervino Ethan desde el tejado. Nos volvimos de nuevo hacia él y le vimos asomar la cabeza — podríais hacer algo de provecho e ir a la tienda a por las maderas. Seguro que mi padre ya las tiene listas.
—¡Creí que tu padre dijo que tardarían dos días en estar listas!—chillé.
—¡El momento en el que tarde dos días en cortar un puñado de tablas estaré acabado! ¡Están preparadas desde ayer, el viejo solo tenía que montarlas en un remolque! ¿Y bien, vais a por ellas o no?
—Claro, muchacho — gritó Cyrus—, ahora mismo estábamos diciendo que teníamos que ir a Alma para tramitar unos asuntos—me guiñó un ojo—. Estaremos de vuelta enseguida.
Ethan asintió con un movimiento de cabeza y volvió a desaparecer.
—Vaya —suspiré— ¿Siempre es tan amable pidiendo las cosas?
—Es un Tyler —declaró—, pronto descubrirás que son como bestias. Para él, eso ha sido respetuoso.
—Caramba —dije asombrada.
Cyrus y yo emprendimos el descenso a Alma tras informar a mi tía de que íbamos a recoger la madera para construir el cobertizo nuevo. Cuando llegamos al pueblo, giramos en una calle antes de llegar a la tienda del señor Tyler y paramos en el Bar del viejo Johnson, como lo llamaba Cyrus.
El establecimiento era pequeño, estrecho y alargado. Estaba abarrotado de sillas y mesas que en aquel momento estaban desocupadas. Cyrus y yo nos sentamos en la barra. No había nadie tras el mostrador así que aguardamos en silencio unos segundos. El cowboy carraspeó para hacerse notar, pero aun así nadie vino a recibirnos.
—Maldita sea —se impacientó Cyrus— ¿es que en este local no trabaja nadie?
En aquel momento salió un hombre de color de la trastienda, situada al final de la barra. Llevaba una caja de cervezas en las manos. Era grande y estaba gordo, de unos setenta años, con una barba fina de pelo blanco que hacía que su piel pareciese más negra de lo que era. —Sabía que eras tú, Wolf —farfulló—, nadie es tan oportuno. Salvo esos malditos chicos, claro —dejó la caja de cervezas a un lado y reparó en mí—.Caray, qué bien acompañado vienes hoy. ¿Qué os pongo?
—Vamos, viejo, esos chicos te han sacado de más de un apuro y lo sabes. No eres más que un cascarrabias, no vendría a tu local si no fuese porque tienes la mejor cerveza de la zona —masculló Cyrus.
—¿Qué chicos? — pregunté.
Cyrus agitó una mano en el aire para quitarle importancia.
—Cerveza entonces para el viejo cascarrabias —canturreó el señor Johnson haciendo caso omiso de la pulla del cowboy — ¿y a ti, niña?—preguntó.
—Probaremos esa cerveza —suspiré apoyando los codos en la barra. ¿Por qué tenía la sensación de que se me estaba escapando algo?
El viejo me sirvió una copa como la de Cyrus.
—Tal vez la notes algo fuerte — advirtió cuando me la ponía delante—, pero es la mejor cerveza casera que hayas probado nunca.
—No sabía que se podía vender cerveza casera en un bar —dije cogiendo la copa y observando su color. Era oscura y turbia.
El dueño del local me miró y sonrió con una dentadura perfecta y reluciente.
—Y no se puede, pero incluso al sheriff le vuelve loco mi cerveza — rió, y volvió a la trastienda.
—Qué interesante —susurré mientras se alejaba.
—No le hagas caso. Al sheriff no le gusta su cerveza, pero no es mala gente y lo deja en paz — explicó Cyrus antes de echar un trago.
Lo imité y sentí el amargor de la cerveza en el paladar. El señor Johnson tenía razón, era fuerte pero estaba deliciosa.
—Sin duda —empezó Cyrus con mirada ausente—, a tu tía le gustaría. Pero se niega a visitar el pueblo si no es estrictamente necesario.
Asentí en silencio. Cada vez era más consciente por la manera en la que hablaba respecto a tía May, que estaba enamorado de ella. Pero no conocía los sentimientos de mi tía en ese aspecto, ya que hasta el momento no había detectado esa devoción en ella. Escogí cuidadosamente las palabras.
—Tal vez, si averiguamos algo sobre lo que le ocurrió a mi hermano, podamos pasar página y seguir con nuestras vidas.
Cyrus fue a responderme algo pero se lo pensó mejor y calló. Se volvió y se colocó de espaldas a la barra, pensativo. De repente lo vi más anciano de lo que era, e incluso me pareció que tenía más arrugas.
—¿Qué ocurre? —pregunté.
—Nada, es solo que…
—¡Diablos!—gritó el señor Johnson reapareciendo en la barra —Se ha vuelto a estropear, maldita sea.
—¿Qué te pasa ahora, viejo cascarrabias?—inquirió Cyrus recuperando su porte autoritario.
Maldecí para mis adentros. Sin duda a Cyrus le pasaba algo. La tristeza que había emanado de él hacía apenas unos segundos se debía a algo más que a la mera situación sentimental con mi tía.
—No podré terminar la última bota de cerveza —explicó malhumorado el dueño del bar— el maldito eclipse echa a perder la cosecha. Tendré que racionar lo que queda hasta que pase.
—Pero el eclipse es pasado mañana —replicó Cyrus.
—Lo sé, pero está cerca y eso me perjudica.
Cyrus negó con la cabeza y apuró su copa, lo imité. Pagó y nos despedimos del viejo Johnson para ir a recoger las tablas de madera.
Al salir a la calle y subirnos de nuevo en la Pick-Up, advertí como Cyrus me miraba de reojo.
—¿Hay algo que quieras decirme? — sondeé antes de que arrancara con la esperanza de reprender la conversación del bar.
—Lor —empezó. Era la primera vez que me llamaba por mi nombre—, sé que decirte que siento que tu hermano desapareciera es algo que para ti debe de resultar insustancial, seguro que te lo ha dicho todo el mundo. Yo no soy nadie importante en tu vida — miró por la ventanilla como si buscase las palabras—, pero no sé cómo decirte que realmente lo sentí y lo sigo sintiendo en el alma. Tu hermano me gustaba, no he dejado de buscarlo y no encuentro nada. Sé que tu tía está igual y temo que a ti te pase lo mismo y te consumas como nosotros.
Agradecí las palabras de Cyrus. Eran sinceras, bastaba con mirarle a los ojos para saberlo. Realmente había sufrido con la desaparición de Tom y arrastraba ese pesar desde entonces. Pero a pesar de lo que me había dicho, sentí que faltaba algo que no me estaba contando. No quise forzarlo más, dado que era evidente que estaba sufriendo sobremanera con aquella conversación. Estaba hecho para la acción, las pullas y los amigos, no para el derrotismo. Puse mi mano sobre la suya en el volante y la presioné ligeramente.
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