–¿Eso no es acaso deslealtad y traición? –dijo en voz alta Weishaupt.
–¡Todo esto ya lo habíamos hablado y creí que había podido aclarar y satisfacer sus inquietudes y quejas! Pero ustedes me subestiman, señor Weishaupt. Acepté la invitación del padre Antonioni porque él facilitó el autobús con el que llegamos a la selva, ya que, si recuerda bien, nuestro bus fue saboteado, y ustedes no estuvieron allí para ayudarme. Además, quería saber al detalle lo que él iba a decirles a sus superiores acerca de la experiencia vivida y conocer de primera mano el informe que daría a su Superior general para poder entender mejor mi propia vivencia. Yo también sé sacar información a los demás. Además, no dije nada que fuese diferente de lo que di a conocer en las conferencias de la Universidad del Cusco y a la prensa. Soy científica; no soy una terrorista ni una fanática religiosa como para ponerme a destruir reliquias históricas, y tengo el suficiente criterio como para no exponerme innecesariamente contando cosas que sean difíciles de entender o resulten a todas luces increíbles o comprometedoras. Tampoco voy a desprestigiarme.
»Ustedes enviaron a John Robertson como parte de la expedición para que hiciera el trabajo sucio. Que él resultara herido y no llegara a realizar su tarea no fue culpa mía; yo hice todo lo posible por proteger su vida y la mía llegando hasta el final. También tengan en cuenta que me tuve que cuidar, no solo de los peligros del lugar, sino también de ese grupo de mercenarios robatesoros que casi nos asesinan.
»Al final de la ruta prohibida vi y toqué el gran disco de oro del Paititi, que es ese espejo dimensional que alguna vez estuvo en el templo del Coricancha en el Cusco y que, como ustedes saben, conecta con el portal de origen de los interventores y guardianes de las Pléyades, que ha quedado activado. Y delante de él había cuatro cristales verdes como gigantescas esmeraldas.
–¡Ves, Adam, ella ya lo había dicho antes! ¡Vio los cristales y eran cuatro! ¡Ósea que faltan otros cuatro!
»¿Y vio, doctora, a través del disco-espejo, la conexión con el otro portal, el que llevaría a Orión? ¿Pudo percibir algo de eso? Me refiero a la ubicación del portal de entrada –comentó con marcado interés Bauer.
–¡Así es! Como les adelanté en Washington, vi y toqué el disco, traspasándolo y siendo conducida a otra realidad. Y ciertamente confirmé que el disco de oro del Paititi se encuentra conectado con doce discos menores repartidos por todo el mundo, y que es como un radiofaro que alerta a los vigilantes cuando alguien se está acercando al portal. Vi que, además de conectar con Pléyades, me mostraba otro portal que conectaba con Egipto, y Egipto con la puerta de salida en Orión, por lo que no me extrañó cuando me dijeron que ahora querían que fuera a Egipto.
»Y no faltan por localizar otros cuatro cristales sino solo tres, porque uno nos fue entregado por extraterrestres con rasgos felinos a la salida de la cueva de Tepoztlán en México.
–¡Son los «urmah» o «sekhmet», seres de Alfa Leonis y Can Mayor, guerreros de la Confederación de Mundos! ¿Usted tiene el cristal, Esperanza? –comentó, y a la vez preguntó, Bauer en un tono conciliador.
–¡Así es! ¿Ustedes conocían la existencia de esos seres de aspecto felino?
–¡Claro que sí, doctora! ¿Quién cree usted que nos encerró aquí?
»¡Su revelación, caramba, cambia mucho las cosas! ¿Y qué parte de Egipto vio, Esperanza? –volvió a comentar y a consultar, cada vez más calmado, Aaron Bauer.
–¡Fueron varias imágenes! Entre ellas las pirámides; luego lo que parecían ser las ruinas de una ciudad muy destruida, quizás Akhetatón o Tell el-Amarna, la ciudad del faraón hereje Akhenatón, porque después he estado mirando fotografías tratando de relacionar lo que visualicé con los lugares. También me vino la imagen de una isla en medio del Nilo, que podría ser Elefantina en Asuán, y finalmente la zona cercana al aeropuerto del Cairo donde estuvo la antigua Heliópolis.
–¿Y eso también lo vio o percibió el jesuita Antonioni, doctora? –preguntó Weishaupt.
–¡Así es!
–¡Entonces debemos darnos prisa, doctora!... Necesitábamos que llegara antes que nadie al Paititi y después destruyera el disco, no que lo acariciara y admirara. Porque con cada hora que pasa, la humanidad se acerca más a la posibilidad de consolidarse en la cuarta dimensión –dijo Weishaupt poniéndose de pie y caminando contrariado de un lado a otro de la biblioteca.
–Nosotros… –intervino Bauer– sabemos que hay doce portales distribuidos por el mundo que se abrieron en el proceso del Plan Cósmico, pero solo uno es el correcto para nosotros. El otro, el del Paititi, lo controla la Orden Blanca y conecta, como bien dijo usted, con Pléyades.
»Debemos localizar cuanto antes el portal exacto de regreso a Orión, antes de que nadie lo cierre o bloquee, pero sobre todo adelantarnos a la Santa Alianza. Pero es un buen dato el que viera los cristales verdes y que nos confíe que posee uno de los otros cuatro, ya que los ocho conforman los ‘Cristales de la Creación’, aquellos que aseguraron que la Tierra existiera en el tiempo alternativo y se revistiera de un nuevo espíritu, pues contienen códigos e información y, además son los que mantienen retenidas en este planeta a las almas y espíritus de los interventores disidentes del Plan o de los que lo violentaron, como los pleyadianos al embarazar a mujeres de la Tierra, o las mujeres extraterrestres al haberse acostado con varones terrestres creando híbridos.
–¿Pero no me dijeron ustedes con anterioridad que sabían dónde se encontraba el portal?
–¡Sí y no, doctora Gracia! Sabemos que está en Egipto, pero no estamos del todo seguros del lugar correcto, por lo que necesitamos que usted lo averigüe y lo compruebe. Además, de paso hay que localizar los cristales que pueden abrirlo, porque solo tendremos una oportunidad para que nuestros ancestros retenidos, y nosotros mismos, lo atravesemos pronto –intervino Adam Weishaupt.
–¡Ahora comprendo mejor por qué la última vez, en el monumento a Lincoln en Washington, ustedes me dijeron que querían que fuera a Egipto! No solo quieren que localice la Puerta de Orión en Egipto; quieren que les cubra la retirada.
»Y respecto a sus recriminaciones de por qué no comuniqué a ustedes antes que a nadie el resultado de los descubrimientos, les pregunto: ¿Por qué no fueron en helicóptero a Pusharo en la selva para rescatarme? Habrían tenido la información de primera mano y solo para ustedes. Yo me jugué la vida contra todos los peligros que se me presentaron, y que no fueron pocos, y ustedes me dejaron sola. Muy cómodamente ustedes esperaron aquí mi informe.
En ese momento, Aaron Bauer, en un tono más solemne y pacificador dijo:
–¡Esperanza, tiene razón en eso y le pido mis disculpas! Pero nosotros no podemos acercarnos a los territorios de la Orden Blanca. Sería exponernos innecesariamente. Por eso la necesitamos a usted.
»Bueno… sus planteamientos y argumentos tienen mucho sentido y ha valido la pena escucharlos una vez más. Usted parece un torero español, porque no solo sabe sortear dificultades sino también nuestras recriminaciones. Lo que sí es cierto es que usted no conocía de nuestras limitaciones, así que por esta vez la perdonaremos.
»Pero, doctora, ya se lo dijimos antes y se lo reitero una vez más: únase a nosotros y sea parte nuestra. Casándose con uno de los miembros de nuestra orden adquirirá nuestro linaje de serpiente, de aquel que siendo como Dios osó enfrentarse a él. Con ello sería de inmediato del «segundo nivel». Además, usted ha confiado a varias personas que tuvo una vida anterior en Perú en la época de los incas y que por aquel entonces formaba parte de la Panaca, o Casa Real de los Amaru, que son los hombres-serpiente.
Читать дальше