1 ...8 9 10 12 13 14 ...28 –Danke, Eminenz! (¡Gracias, Eminencia!)
Dicho esto, la ventanilla se cerró y la limusina negra Mercedes Benz se retiró por las oscurecidas calles empedradas de los alrededores del Vaticano.

Capítulo II.
Un viaje en el tiempo y el espacio
«El telescopio espacial Spitzer de la NASA captó una insólita lluvia de cristales verdes brillantes sobre una estrella emergente en la constelación de Orión formados por un mineral llamado olivino. Es la primera vez que son observados diseminándose por las polvorientas nubes de gas que se forman alrededor de nuevas estrellas.
Los astrónomos aún debaten cómo aquellos cristales han podido llegar hasta allí. La investigación está a cargo de Tom Megeath, de la Universidad de Toledo en Ohio (Estados Unidos), y aparece publicada en ‘Astrophysical Journal Letters’».
ABC Ciencia, España 30-05-2011
La noche se iluminaba con los rayos y relámpagos, que hacían estremecer el cielo mientras el automóvil avanzaba en medio de una fuerte tormenta.
La doctora Esperanza Gracia había viajado hasta la costa este de los Estados Unidos a petición de los patrocinadores de sus investigaciones y exploraciones. Habían aportado ingentes sumas de dinero para financiar sus grandes descubrimientos en la Isla de Rapa Nui o Pascua en la Polinesia y en las selvas del Madre de Dios en el Perú, inversiones que rentabilizaron ampliamente de diferentes formas. Ahora estos acaudalados inversores deseaban financiar una nueva exploración arqueológica, pero esta vez a Egipto, para conectar con la «Puerta de Orión», un supuesto portal dimensional abierto hace milenios en alguna parte de ese fascinante país africano, pero cerrado violentamente por quienes como guardianes dejaron en este mundo a un grupo de disidentes extraterrestres.
El portal conectaría con planetas de las estrellas del Cinturón de Orión, de donde habría llegado a la Tierra en tiempos inmemoriales un grupo de interventores de otros mundos que viajaron a través del tiempo y el espacio con la intención de cuidar y supervisar el proceso de evolución de este planeta, seleccionado cósmicamente como terreno de experimentación sociológica, antropológica y metafísica de la Gran Hermandad Blanca del Universo, cuya versión terrestre sería la Orden Blanca u Orden de Melchisedek.
Uno de los inversores que habían apostado desde un principio por promover la carrera de la arqueóloga peruana y dotarla de todo el apoyo necesario, incluyendo un variado equipo de científicos seleccionados en diversas disciplinas, era Aaron Bauer, de la fundación Rothschild, y el otro era Adam Weishaupt VI.
La destacada profesora de largo cabello negro azabache se encontraba revisando sus apuntes y reflexionando sobre todo lo que había vivido en esos últimos años, en los que había conocido a esa gente, importante pero controladora, que para ella se hallaba dominada por anquilosadas ideas conspiranoicas.
Esperanza iba vestida con un elegante traje sastre de color azul marino, blusa blanca, pañuelo de seda de colores en el cuello, medias color carne y zapatos de tacón azules.
La soberbia limusina negra Rolls Royce Cullinan con motor V-12 doble turbo de 6,75 litros y 579 caballos conducía a la bella arqueóloga bajo una intensa tempestad. La copiosa lluvia acompañada de truenos y rayos que rasgaban violentamente el cielo daba la impresión de que aquella noche se acababa el mundo. Debían recorrer el condado de Fairfield, en el estado de Connecticut, para dirigirse a la población de Greenwich.
Aquel vehículo era especial, pues estaba blindado. Tenía casi una tonelada de peso y más de seis metros y medio de largo. Era como una nave espacial pero de lujo. En su interior, el espacio reservado era alucinante, ambientado de la mejor manera posible con un centro de medios IMAC, así como con un sistema de audio Bang & Olufsen, iluminación ambiental LED, y todo controlado desde un iPhone. Era conducida por un chófer impecablemente vestido de traje negro, lustrosos zapatos negros, camisa blanca y corbata negra. Al chófer, de unos cuarenta años, se le veía experimentado y seguro, sobre todo por el temple con el que enfrentaba semejante vendaval.
Durante el viaje, con la mirada a veces perdida en las ventanas que chorreaban, la arqueóloga peruana recordó que solo tres días antes de viajar había recibido una llamada telefónica inesperada de Victoria Garza, la directora del Museo de Antropología e Historia de la Ciudad de México, y la que le pidió su apoyo y asesoramiento en la aventura de localizar los lugares que se mencionaban en un antiguo códice mexica hallado casualmente durante unas labores de restauración de una casa antigua en Culiacán, Sinaloa. La notable arqueóloga mexicana había sido su compañera durante el recorrido por diversas cavernas para explorar impresionantes zonas arqueológicas que las llevó a ambas a hacer el más increíble descubrimiento de un antiguo y olvidado santuario indígena en lo más profundo de una cueva cerca del Tepozteco, en Tepoztlán Morelos (México), donde se hallaron insólitos vestigios y reveladores jeroglíficos. Entre los hallazgos se encontraba un grupo de grandes sarcófagos de piedra que contenían en su interior los cuerpos bien conservados de unos seres extraterrestres con aspecto de reptiles.
En la llamada, Victoria se expresó de forma lacónica y fría, limitándose a saludar a Esperanza y expresarle su deseo de hacerle llegar los recuerdos de su tío Ángel Ruiz, a quien la peruana tuvo oportunidad de conocer en México, al haberse alojado en su casa. Le comentó que como se le había presentado de repente un viaje a los Estados Unidos para unas conferencias, y sabiendo que en su viaje realizaría una conexión de vuelo por Chicago, donde residía Esperanza, aprovecharía para llevarle algo muy importante y que le había dejado en las taquillas del aeropuerto. Precisamente en la taquilla número 284. Lo único que ella necesitaba era marcar un número en los botones electrónicos del armario, un número o código que ella le daría por WhatsApp, y que con él podría abrirla y retirarlo. La despedida fue también rápida, terminando ella por decirle:
–¡Perdóname, Esperanza! ¡Perdóname! Tú sabes por qué te lo digo…
Esperanza recordó de inmediato la actitud de Victoria durante la aventura del Códice Mexica, que fue la de ocultar y negar la parte de los descubrimientos más trascendentales y controvertidos que desafiaban todo lo establecido, hallazgos que lograron juntas en México y que ella omitió o negó para evitar desacreditarse por las implicaciones de reconocimiento de vida extraterrestre.
Inquieta y curiosa, Esperanza en esa ocasión tomó su coche y se dirigió a la terminal aérea de Chicago. Buscó en las taquillas el número que ella le había proporcionado, accionó la clave con los botones que había recibido por WhatsApp y extrajo del interior un paquete algo grande y de peso regular. El paquete venía acompañado de una carta que empezaba con una cita del mismísimo Códice Mexica, que decía:
«Querida y recordada amiga Esperanza Gracia:
‘…Tepoztlán, desde sus profundidades, te conectará con los dioses, los cuales volverán a contactar con la humanidad a través de quien supo culminar liberando su alma sensible y bella de mujer’.
Tú pensaste que podía ser yo quien recibiera el encargo de los extraterrestres a la salida de la caverna de los sarcófagos. Hasta en eso me diste ejemplo de humildad, consciencia y desprendimiento. ¡Pero eras tú, no yo, Esperanza, a quien correspondía semejante honor y responsabilidad!
Esos seres dijeron que el cristal contenía las frecuencias para activar los anales de la historia planetaria que están grabados en el código genético de la humanidad. ¡Y quién mejor que tú, que eres una guerrera y a la vez un alma sensible, para representar al espíritu de la Tierra y a la humanidad para que reciba este legado!
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