Cecilia Magaña - Principio de incertidumbre

Здесь есть возможность читать онлайн «Cecilia Magaña - Principio de incertidumbre» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Principio de incertidumbre: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Principio de incertidumbre»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Principio de Incertidumbre es una novela que se desarrolla a lo largo de una noche. El hermano de Marta, Ulises, se ha suicidado tres semanas atrás, dejando una serie de diarios que bien pudieran ser verdad o ficción. Los cuadernos de Ulises narran lo sucedido diez años atrás, cuando él cursaba la carrera de física en la universidad y pasaba la mayor parte del tiempo con su amigo Gilberto Camarena y una muchacha demasiado bonita para ser física: Sofía. Los tres, apasionados de la física cuántica, llevaron a cabo algo que sin duda los cambió. Un experimento inspirado en el trabajo de Scrhödinger que a los ojos de Marta ofrece una explicación: el motivo por el cual su hermano decidió aislarse, trabajando como mecánico de calderas de un club deportivo durante diez años hasta el día de su muerte.
Marta, en un intento por saber la verdad, se propone engañar a Gilberto Camarena diciéndole que Ulises dejó instrucciones para entregarle a él los diarios. Ella finge no conocer el contenido de los cuadernos y ha dispuesto un escenario en el pequeño departamento de Ulises, bajo la alberca donde se suicidó. Su plan es obligarlo leer los diarios esa misma noche, en la habitación, para luego cuestionarlo y saber por fin, la verdad.
Sin embargo, hay una dificultad: Gilberto puede mentir, como ella miente. De manera que Marta se ha puesto en contacto con cuatro compañeros de la generación de Ulises y un profesor de la facultad de Física. Las entrevistas a estos personajes se intercalan con la trama principal, de manera que poco a poco el lector profundice en lo que Marta sabe, así como en las personalidades de Ulises, Gilberto y Sofía. Los testimonios, empañados por el punto de vista de cada uno de los entrevistados, darán luz u oscuridad a los diarios de Ulises.
La pareja de Marta, Raúl, es el único que conoce su plan. La noche anterior a la cita con Gilberto ha tratado de disuadirla, dándole a las entrevistas y los cuadernos una interpretación que apela más al sentido común y menos a la ficción. Es él quien da un punto de vista externo e intenta darle a la historia una objetividad que ella no puede. Su relación con Marta y sus argumentos se exponen intercalados con la trama principal, a manera de flashback.
Gilberto Camarena llega a la cita y Marta lo recibe en el departamento donde el que el tiempo se marca por los sonidos que producen las tuberías y la descarga de vapor en las calderas. La noche apenas empieza y tiene, como el experimento del gato atrapado en una caja con veneno, sólo dos finales posibles. Dos finales que son verdad bajo el Principio de Incertidumbre: el gato permanece tanto vivo como muerto y los diarios de Ulises son tanto ficción como realidad, hasta que alguien abra la caja.

Principio de incertidumbre — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Principio de incertidumbre», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Entrevista a Nancy Herrera.

22 de noviembre de 1994, 9:00 a.m.

Vive en un departamento en planta baja, ubicado en la colonia Providencia. Me ha invitado a pasar a la sala de la casa, donde hay un corral en lugar de mesa de centro. Tiene al niño en brazos.

Creo que no va a llorar, ya se durmió… espero. (Lo acuna con movimientos bruscos, arriba y abajo, que parecen gustarle al niño porque empieza por relajar las manos, soltando poco a poco el collar de perlas. Miro su nariz. Una nariz pequeña, con unas fosas que parecen demasiado pequeñas para respirar.) ¿Estás bien? (Sí, claro… Déjame ver mis notas… ¿qué me dices de Gilberto Camarena?) Guapo. Muy guapo. (Se ríe, y bromea haciendo como que le cubre uno de los oídos al bebé.) No bonito, ¿eh? Varonil, aunque chaparro. Tenía las pestañas más rizadas y espesas que hubiera visto nunca. Podías ponerle un cigarro sobre esas pestañas y ahí se quedaba, te lo juro. (El niño se inquieta y hace un movimiento brusco con la cabeza. No me doy cuenta en qué momento me he puesto de pie, hasta que Nancy se levanta también. Me toca el brazo con la mano libre. Alcanzo a oler talco.) ¿Segura que estás bien? Está muy reciente lo de Ulises, ¿no quieres que nos veamos otro día? (Una nariz tan pequeña. La nariz que no tendría un hijo de mi hermano.) ¿Te ofrezco algo? ¿Un jugo de naranja? Estás pálida, mujer. (El niño empieza a gritar y es Nancy quien anota en un papel lugar, fecha y hora para volvernos a ver.) Me da mucha pena, María. (No la corrijo: Marta.) Este niño va a seguir llorando. Si nos vemos pasado mañana lo dejo en la guardería y verás cómo estamos más tranquilas… ¿te parece?... (El bebé ha atrapado un mechón de su cabello castaño y lo jala hacia sí. Ella solo inclina la cabeza. Él sigue gritando.)

Entrevista a Alejandro Aceves (fragmento).

22 de noviembre de 1994, 2:00 p.m.

Me citó en el aula 204 de la preparatoria mixta Lomas del Valle. Es la hora de salida de los alumnos. La tarde está soleada. Hay carteles de plantillas estudiantiles en los pasillos.

Es un peso terrible, la inteligencia. (Medio sentado en el escritorio: una pierna recta, apoyándose en la tarima de madera, la otra doblada, con el pie balanceándose ligeramente adelante y atrás. Los brazos cruzados.) Crea expectativas y uno supone que tiene que cumplirlas. Todos parecíamos tener ese peso sobre nosotros, una espada de Damocles pendiendo justo arriba de nuestras cabezas. El pavor a desperdiciar nuestra capacidad era una especie de inercia. (Mira su mocasín gastado que pendulea adelante y atrás y luego levanta la vista.) Nos había llevado hasta la facultad. Cada uno con distintos objetivos, pero desde el mismo punto de partida. Mis alumnos no viven esto: nuestra generación los vacunó contra ese miedo. No les angustia tirar su vida a la basura. Se sientan en estas bancas y me miran, esperando a que les diga qué es lo importante, cuándo es que tienen que tomar notas, si es que traen con qué tomar notas. Nosotros éramos distintos. Vivíamos bajo presión. (Hace un movimiento con la mano y abre la boca, como para decir algo. ¿Sí?, pregunto.) ¿Te importa si caminamos? (No, no, para nada. Da unos pasos al pizarrón, pero luego se gira para tomar sus libros. ¿Vas a borrar eso?, pregunto, señalando las fórmulas escritas con gis. Frunce el ceño y mira el pizarrón. La forma de mover su cuerpo me recuerda al robot alto y flaco de la Guerra de las Galaxias.) No. (Sigue frunciendo el ceño. Avanzamos hacia la puerta. Cierra con seguro y camina por el pasillo con pasos largos, retomando la conversación como si apenas hubiéramos parpadeado. Tengo que dar un par de zancadas para alcanzarlo. La grabadora extendida frente a mí.) Gilberto Camarena era de los que disimulaban mejor. Pero también tenía su espada. Alguna vez nos habló de su padre. Estábamos en la cafetería, entre una clase y otra, en pleno periodo de exámenes. Era la primera ronda y no sabíamos qué esperar. Fumaban como enajenados, con los libros sobre la mesa, arrebatándose la palabra para decir cómo pensaban que sería el examen. (Se detiene. Me detengo para no chocar con él. Huele a loción de dentista.) Creo que era cálculo diferencial. (Retoma el paso. Avanzamos hacia unas escaleras de cemento. Un par de estudiantes se besan sentados en los escalones. Aceves avanza al mismo ritmo, como si no fuera a esquivarlos para bajar.) Hablábamos señalando páginas, contradiciéndonos, hasta que Gilberto propuso comprar el examen. (Golpea los libros contra su muslo, haciendo un ruido fuerte y seco. Los adolescentes se levantan para dejarlo pasar. Han notado la grabadora y me miran curiosos. Con permiso, les digo. Aceves sigue hablando y avanza sin voltear a verlos.) ¿Alguien tiene conocidos en segundo o tercer semestre?, preguntó. El delincuente de Guerra fue el único que dijo que sí, que había manera de hacerlo. Los demás nos quedamos callados. (Alcanzo a escuchar a los muchachos reírse y los veo de reojo, cuchicheando, mientras sigo a Aceves hasta el siguiente pasillo.) De camino al edificio creo que fue Ulises el que le preguntó si de veras le hacía falta comprarlo. Nos habíamos quedado atrás porque entonces Gilberto traía muletas. (Llegamos a uno de los patios, donde algunos alumnos juegan con una pelota de beisbol, otros esperan sentados en las jardineras. Una mujer vestida de traje sastre camina en dirección a nosotros y Aceves le hace una seña hacia el edificio que acabamos de abandonar.) Rodríguez y Vázquez están bebiéndose el aliento allá arriba, ¿eh? (Le grita a la mujer, que supongo es la prefecta. Aceves me toma del brazo para guiarme a otro edificio. Siento sus dedos flacos, apretándome demasiado fuerte y doy un leve tirón que parece molestarle, porque acelera el paso todavía más. Cruzamos una cancha de volibol. Entramos a otro pasillo.) No recuerdo cómo fue que lo dijo, pero la idea central era esta: el padre era una eminencia médica a nivel nacional. Gilberto se había resistido a seguir sus pasos. (Levanta la mano con los libros y hace un gesto con la cabeza a manera de saludo cada vez que nos cruzamos con otros maestros.) Jugaba futbol. Y según él era un genio, pero la lesión en las rodillas lo había obligado a buscar otra cosa. (Se detiene frente a una puerta metálica con una pequeña ventana de cristal granulado. Busca la llave en los bolsillos de su saco. Abre y extiende la mano, indicándome que pase. Una mesa, tres sillas de plástico naranja y un archivero. Papeles pegados a la pared con chinchetas. Imágenes de tecolotes. Él se sienta frente a mí, detrás del escritorio. Busca algo en los cajones sin dejar de hablar.) Gilberto tenía que probar que era brillante. Tanto como el padre. Pero no iba a competir con él en medicina. El viejo era inalcanzable. (Revuelve papeles.) Perfectamente comprensible, aunque era evidente desde el principio que Gilberto Camarena no tenía en absoluto el perfil necesario para la carrera de Física. (Pone sobre la mesa un folder. Sigue buscando. Lo imito, hurgando mi bolsa en busca de mi libreta.) Así que no me extrañó que desertara al tercer año. Lo sorprendente fue que durara hasta entonces. Tengo entendido que terminó Psicología, una tangente de la profesión del padre. Dejó que la espada cayera sobre su nuca y aceptó los contactos paternos, a quien jamás iba a alcanzar. Le fue bien. Escribe libros, creo. Libros sobre superación personal que se venden igual de bien que los de teorías de conspiración sobre el caso Colosio. (Hace otra vez ese gesto de puchero, frunciendo el mentón: debe haber encontrado lo que buscaba. Yo abrazo suavemente mi libreta hasta que él me extiende una fotografía de colores opacos.) Ulises no sale. No le gustaban las fotos. (Es verdad, a Ulises no le gustaba salir en las fotos. Pero ahí estaba de alguna forma, detrás de la cámara, en lo que parecía ser la facultad de ciencias. Un pasillo con paredes de concreto y puertas de metal, el barandal gris y la luz del sol del otro lado, iluminando la escena que capturó la lente por la que miraba mi hermano. Ulises seguramente sonriendo un poco encorvado, incapaz de dar direcciones mientras los demás se acomodaban en aquel pasillo. Halina Lorska con unos diez kilos menos y unos lentes enormes, apretándose por detrás de todos para caber. José Guadalupe Guerra al frente e hincado para dejar ver a los demás, la cabeza cubierta con una boina al estilo del Che Guevara, lanzando el humo del cigarro hacia arriba. Aceves detrás de él, inexpresivo y casi estoico ante la estela de humo que se arremolina por encima de su cabello, seguramente tieso de gel. Nancy Herrera al centro con una sonrisa demasiado amplia, su cuerpo pegado a un atlético Gilberto Camarena que también sonríe y abraza a una muchacha que se cubre la cara con las manos. Casi está fuera del cuadro, o lo estaría si no fuera porque Gilberto la sujeta. Una chica muy delgada de cabello rojo y rizos agitados, como si se estuviera moviendo. ¿Quién es ella?, pregunto. Aunque conozco la respuesta.)

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Principio de incertidumbre»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Principio de incertidumbre» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Principio de incertidumbre»

Обсуждение, отзывы о книге «Principio de incertidumbre» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x