Patricia Arancibia Clavel - Carmen Aldunate sin corazas

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"Cuando volví a la casa, me puse a pensar con qué asociaba el relato que hasta ahora me había hecho la Carmen. Al escucharla, tengo la sensación que me sumerjo en algo así como en el poema El hombre imaginario de Nicanor Parra o en esos personajes mágicos de Cien años de soledad. Claro, porque como en Macondo, ella ha vivido en un lugar donde todo fue y es posible, donde la magia y la realidad, la luz y la sombra, la alegría y el dolor, la cordura y la locura se entrecruzan de manera natural. Es allí, en ese espacio sin fronteras, donde se desenvuelve a sus anchas. Es como si hubiera nacido para desplegarse sin ataduras —de ahí quizás sus cordeles y amarras—, sin etiquetas ni formalidades —de ahí quizás sus trasgresiones— y con esa libertad, talento y creatividad que son parte de su ADN."
Patricia Arancibia Clavel

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3 · Los Aldunate: la diplomacia que no heredé

Mientras hablábamos de Adela, Silvia y tu mamá pienso cuán cierto es que la memoria es selectiva y, a veces, caprichosa.

¿Por qué me dices eso?

Porque si bien mis preguntas o acotaciones han estado dirigidas hacia tu familia materna, me llama la atención que tú no hubieses hecho ninguna mención o comentario espontáneo sobre tus abuelos paternos…

Es que los Aldunate son mucho más fomes. Si bien mi abuelo Luis fue un hombre muy destacado, eran con mi abuela totalmente comme il faut, sin la chispa y el encanto de los del lado Salas.

Puede ser, pero tu abuelo fue un gran y reconocido personaje de su tiempo. Aparte de ser tataranieto de José Miguel Carrera, tuvo una brillante carrera política y diplomática. Muy amigo del presidente Alessandri Palma, el “León”, fue su ministro de Relaciones Exteriores en 1920 y después —coincidiendo con la estadía de tus papás en Madrid— fue embajador en España y Portugal. Cuando joven, fue intendente de Tarapacá y luego vivió más de seis años en París ya que fue primer secretario de la embajada de Chile allá y, a continuación, agregado de negocios en Bélgica y Holanda. Su carrera fue increíble, terminó como embajador en Argentina y después en Francia.

Sé muy poco de ellos. María Luisa Eguiguren, mi abuela, era la mujer más elegante que te puedas imaginar. Siempre andaba a la última moda y era muy perfeccionista y observadora. Un día —debo haber tenido 3 o 4 años— me llevaron a visitarla y, al verme caminar, le dijo a mi papá: “Jorge, esta niñita tiene una pierna más corta que la otra. Mira, hazla caminar…”. Mi papá se volvió como loco y me llevó a no sé cuántos doctores. La verdad es que la abuela tenía razón: había un milímetro de diferencia entre una pierna y otra, lo que no era nada, pero me recetaron plantillas. Nunca me las puse, no cojeaba, pero hasta el día de hoy tengo que acortar más la bastilla a un lado que a otro en los pantalones…

¿Era cariñosa?

Casi no la conocí, pero sin duda era más distante y seria comparada con las locuras de los Salas y especialmente de mi abuela Adela, a quien no le importaba nada la ropa, siempre se vestía igual y nunca se pintaba. Además, Adela le ganaba en fortaleza, plata e independencia. Ahora me acuerdo que durante los años de la II Guerra Mundial, para no gastar bencina de más, ella se compró una moto —de esas sidecar— con asiento al lado, y partía con su amiga Juanita Quindos de Montalva a sus reuniones feministas y… a romper “pirulines”, jajaja.

No hay caso, Carmen, ¿te das cuenta que vuelves una y otra vez a Adela?

Parece que es así…, pero te cuento algo más de mis abuelos paternos. Como Luis fue embajador casi toda su vida, se pasaba viajando y tenía muchas anécdotas. Pero la que siempre se contó en la casa —y nos reíamos mucho— fue cuando estando en San Sebastián, España —él era de ascendencia vasca—, lo asaltaron, le dieron algunos golpes y le rajaron la ropa. No sé cómo pasó exactamente, pero el hecho fue que tomaron preso al ladrón y cuando mi abuelo preguntó su nombre, resultó que se llamaba exactamente igual que él: Luis Aldunate Echeverría. Fue tal su sorpresa, que lo perdonó y lo trajo a Chile como su chofer…

¡Como para no creerlo!

Ambos abuelos murieron cuando yo era muy chica. María Luisa elegantemente de cáncer, y mi abuelo tiempo después. Él “entró” en alzhéimer y entonces le contrataron a una cuidadora rusa, de la cual se enamoró locamente y le pidió matrimonio. Rápidamente la mujer fue despachada a la Unión Soviética y se acabó la historia, con mi abuelo desconsolado…

¿Cuántos hijos tuvieron?

Solo dos, mi papá —Jorge— y mi tío Luis, quien se casó con la Elena Matte. Aunque no lo creas, mi tío murió de la manera más estúpida del mundo, cuando lo estaban operando de un ¡callo! Fue en el año 1962 y me acuerdo porque fue justo cuando nació mi hija María. Los dos hermanos se criaron y estudiaron en París y a mi papá le quedó para siempre la pronunciación francesa, con hartas erres al hablar.

Mientras comíamos, Carmen se fue acordando de más cosas y me comentó que en su familia se mantenía una linda tradición.

A ti que te gusta la historia, te cuento que, por el vínculo de mi abuelo con los Carrera, nosotros heredamos la cuna de José Miguel. La tradición es que todas las guaguas de la familia duerman, al menos un día, en esa cuna que es preciosa, toda entera tejida de bronce. Yo, mis hijas y mis nietos hemos dormido ahí, aunque —jajaja— no sé hasta qué punto se nos ha pegado el sentimiento patriótico…

Espero que sí, pues… Él fue un personaje clave en nuestros inicios como República, lo mismo que Javiera, una mujer excepcional, que lo dejó todo y cruzó la cordillera de Los Andes para luchar al lado de sus hermanos por nuestra Independencia… Ahí tienes otro modelo de mujer fuerte, intrépida y de gran coraje, cuya sangre también corre por tus venas…

Era hora de irme. Nuestro entusiasmo con el proyecto era notorio. ¡Qué bien nos estaban haciendo estos encuentros! Más allá del trabajo en sí, nos estábamos descubriendo y divirtiendo de una manera impensada.

Entreacto

No fue mucho lo que pude avanzar en las semanas siguientes. Partía de viaje, por lo que aparte de buscar algo más de información, ordenar los temas conversados y elaborar una pauta de preguntas para nuestra tercera sesión, no hice mucho más. La llamé para despedirme y aproveché de decirle que por favor se pusiera a hurgar entre sus cosas, porque por ahí podrían aparecer cartas o fotos. Difícil, me contestó, “con el cambio de casa boté casi todo”.

Por mi parte, tenía que ir pensando la estructura que le daría a este libro. ¿Cómo lo escribiría? ¿En qué tono? ¿Con qué voz? No tenía ni idea.

Nos encantó volver a reencontrarnos Después de un rato en el que nos pusimos - фото 14

Nos encantó volver a reencontrarnos. Después de un rato en el que nos pusimos al día, me comentó que tenía una caja con algunos papeles que su nana Angélica había rescatado del tacho de la basura cuando se había cambiado de casa: fotos, recortes de diario, catálogos de exposiciones, etc.

—¿Y esa bolsa chica que está en el sillón? —le pregunté.

—¡Ah!, ahí están las “cosas que me importan”.

Todo ese material era un tesoro para mí. Bendije a la Angélica y agradecí a la Carmen su confianza. ¡Quién sabe qué encontraría allí!

1 · La Toy, ¿Anastasia o Eva Braun?

Hoy día quiero que nos remontemos a tu infancia y a la relación con tus papás…

¡Feliz! Este ejercicio de memoria me hace muy bien. No sé cómo lo logras, pero me sorprendo a mí misma contándote cosas que tenía olvidadas y que, además, ahora comienzan a tomar sentido.

¿Qué sabes de la estadía de ellos en Madrid?

Para variar, muy poco. Solo que mi papá les tenía mucho cariño a los españoles. Siempre contaba que mi hermana Eliana estuvo muy grave y que el boticario le dejaba las llaves de la farmacia para que a cualquier hora de la noche pudiera sacar algún remedio. En esos tiempos no existía la penicilina y ella estuvo muy enferma, a punto de morir. No sé cuándo volvieron a Chile, pero pienso que deben haber estado allá unos dos o tres años.

Hablemos de tus primeros recuerdos…

Hay alguien que fue fundamental en mi infancia, adolescencia y en mi vida: Miss Rose, mi institutriz alemana. No sé cómo explicarte lo importante que fue para mí y todo lo loco de este cuento. Ella hablaba cinco idiomas y, por instrucción de mis padres, me habló siempre en inglés, aunque yo siempre le contestaba en castellano…

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