Aquí se van a encontrar una atrevida y azarosa mezcolanza de escenas de cama, crímenes, traiciones, retos, desvaríos, perrerías, patuleas, berrinches, enfrentamientos, alborotos, escarmientos, peripecias, osadías, anécdotas, contubernios, calamidades, gozos y desdichas acaecidas, vistas u oídas —salvo unas cuantas excepciones— entre la segunda mitad del siglo XX y los albores del XXI. Trepidantes aventuras, ilusos romances, curiosas decisiones, insospechados hallazgos a través de los cuales su protagonista logra encendidas, viscerales y hasta crueles animadversiones a la vez que auténticas, pasionales e inquebrantables adhesiones.
La acción transcurre fundamental, pero no exclusivamente, por Jaén, Úbeda, Antequera, Málaga y Sevilla. Un apasionante viaje en el tiempo con cambios que, en realidad, no son tales, sino las mismas cosas de siempre con distinto nombre. De la peseta al euro. De la Olivetti al Ipad. Del CESID al CNI. Del guateque al botellón. De la postal con sello de correos al WhatsApp. De Gente Joven a La Voz. De La gran familia a Ocho apellidos vascos. De Crónicas de un pueblo a Cuéntame. Un conglomerado de personajes de distinta calaña y ralea, idolatrados o denostados, sabios e ignorantes, trincones y dadivosos que embadurnan o ensalzan las diversas épocas por las que se desliza la trama: desde Franco a Felipe de Borbón.
Es probable que ustedes, como yo, queden asombrados por la enorme cantidad de cosas que, en solo unas horas, pueden suceder en la vida de una persona. Aunque, pensándolo detenidamente, a cada uno nos saldrían las cuentas de no limitarnos a reducir nuestra cotidianidad a lo estricta y puramente tangible, a solamente aquello que tocamos, vemos o escuchamos, sin incluir también, como vida propia y real, emociones y sentimientos que ocurren, indistintamente, mientras soñamos o estamos despiertos. Les propongo e invito a que eludan buscar la cuadratura del círculo en una trama que entremezcla hiperrealismo y pizcas de ficción, hasta generar un grado de incertidumbre tan contagioso que acaba provocando dudas sobre hechos verídicos. Me permito sugerirles que, al leer lo que aquí se cuenta, no se pierdan y ofusquen en el rastreo de hechos imposibles o poco creíbles: no merece la pena. Si dan algo o mucho por falso, como si hacen igual distribución en sentido inverso, estarán haciendo un absurdo e inútil ejercicio mental. En una novela, en cualquier novela, en esta novela, todo es tan verdad o tan mentira como su autor quiere.
Para quienes, pese a todo, se obstinen en dilucidar veracidades o falsedades, les anticipó que les aguarda una dura tarea. La sofisticada enhebración de presente, pasado y futuro se plasma con una pericia que resulta complicado percibir con exactitud si pasó, está pasando o va a pasar en esta apasionante historia. Con ella he disfrutado yo, y con ella les dejo.
ENERI ADECU
Completado el último encargo, había comunicado oficialmente su salida. Ello suponía tener que devolver en mano su tarjeta de identificación digital y firmar, en presencia de su enlace, un documento interno denominado F.C.O.[1] . A tal fin debían verse en una cafetería, frente a la Diputación de Sevilla. Aguardaba turno de entrada para acceder al parking Jocaral, junto al paseo de Catalina Ribera, cavilando sobre el año que, pese a acabar en 13, no estaba, al menos para él —que en unos meses cumpliría los 50— respondiendo al mal fario que las supersticiones señalan sobre tal cifra. Otros anteriores, sin esa superchería como excusa, habían sido peores, empezando por cuando se marchó de Jaén en 2005, o quizá no tanto. El sonido de un claxon le sacó de la disquisición. A la salida del estacionamiento, de manera tan refleja como innecesaria, revisó la nota con las coordenadas[2] de la cita:
37.3855873/-5.9863153 12:40 44488555_6/28
—¿Tú?
—La misma.
—No me lo puedo creer.
—Créetelo. Soy yo.
—¿Qué haces aquí?
—¿A ti qué te parece?
—No me jodas que eres enlace.
—Lo soy, desde hace años.
—No lo sabía.
—Lógico, esto funciona así. Ni entre nosotros podemos desvelar nuestra pertenencia, y, quienes estamos arriba, con más motivo.
—Y encima, nunca mejor dicho, eres de la cúpula, ¡joder! No sabes cuánto me alegro de verte. Le pregunté a Gonzalo por ti y me dijo que estabas en Asuntos Exteriores.
—Claro. Como tú ahora, vendiendo quesos en Antequera, ¡no te digo!
—Ya, pero esta vez mi tienda no la uso de tapadera: el negocio que he montado con dinero del paro es mi retiro definitivo.
—Cuando me pasaron tu ficha, que decía que habías montado un negocio de alimentación, hasta el momento en que se concretó la cita de hoy, creí que lo tendrías de caparazón: vamos, que no te ibas a desligar de nosotros.
—Le he dado muchas vueltas, pero en mi vida soy así de inflexible. Una vez que decido algo, no hay marcha atrás. Estoy agotado, han sido muchos años currando como un cabrón.
—Anda ya. No te veo yo a ti fuera de todo esto.
—Estoy decidido. Hoy dejo oficialmente la organización, y también el periodismo.
—Eso no se deja nunca.
—Lo sé. Siempre, hasta que me vaya al hoyo, seré periodista.
—Y dale con lo de irse al hoyo. Eso ya lo decías cuando nos conocimos, siendo apenas dos críos.
—De críos nada, nada de nada. No se me olvidará aquella noche en Úbeda.
—Anda, calla, calla.
—No me callo ni debajo agua.
—Ja, ja, ja, eres la leche.
—Mira, quiero hacer otras cosas que nada tengan ver con a lo que me he dedicado desde que nací. En el parto salí con un bolígrafo, un bloc de notas y una grabadora para entrevistar a la matrona.
—Ala, exagerao.
—Pues para llevar tantos años en Madrid no has perdido el acento.
—Será que las raíces nunca se olvidan.
—Si hubiera sabido que mi enlace eras tú, te habría traído, además de flores, una bolsa de magdalenas. Están buenísimas. Me las recomendó mi hijo Sergio. Las hacen en Jimena, pasa un mes y no se ponen sequeronas: siguen tiernas, riquísimas.
—Mira que eres. Entonces, por lo que dices, el negocio bien, ¿no?
—Llevo solo un par de meses con la tienda, aunque me defiendo bien como tendero.
—Tendero, ja, ja, ja... hacía la tira de tiempo que no escuchaba esa palabreja.
—Oye, sigues casada con Muñiz, ¿no?
—Ni me lo nombres. Y tú, ¿cómo sabes eso?
—No eres la única. Yo también me entero de todo.
—¿Has venido directo?
—No. He pasado primero por el juzgado.
—¿Para lo de tu sentencia de Onda Jaén?
—No. Esa es del TSJA de Granada.
—Y, ¿qué sabes?
—Hace dos semanas han fallado a mi favor.
—¡Hostias, Pedrín!
—Eso mismo me dije yo cuando me enteré.
—Estarás contento, ¿no?
—Por supuesto, pero no solo por la indemnización; más aún —créeme— por lo que dice el Tribunal.
—¿Qué dice?
—Me lo sé de memoria. Afirman haber llegado al convencimiento de que el motivo de la rescisión del contrato obedeció a que los tres grupos políticos estaban disconformes con las críticas que yo les hacía en radio y televisión.
—Eso es para enmarcar.
—Me tienen que indemnizar con los 300000 euros que figuraban en el contrato, más los intereses de casi diez años de pleito. ¡Que ya está bien, cojones!
—Enhorabuena, me alegro mucho.
—Gracias. Fíjate, lo de la tele empezó por el Plan Aníbal.
—Me suena.
—Claro, son procedimientos de actuación que mandáis. Recuerdo que el Aníbal venía en un manual de 2001. Todavía lo conservo.
—Ya te decía que me sonaba. Bueno, lo importante, ¿cuándo te pagan la indemnización?
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