Los editores de Klaxon, cuando se les consultó sobre cómo llego dicho relato a sus manos, respondieron que semanas después de hacer la convocatoria para su antología vía Internet, les llegó un sobre con el remitente de Federico Alzubide y estampillas de la Guyana Francesa. Junto con el cuento venía una foto reciente de Alzubide —canoso y con bastón— en la que observa el mar desde un muelle.
1Benjamin, Walter. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Madrid: Taurus Ediciones, 1973
El viaje
Soy Héctor, el sobrino de Federico Alzubide. Acabo de regresar de un viaje a Guadalajara. Allí estuve con Beatriz, la esposa de mi tío. En el lago de Chapala vertimos las cenizas del autor de las cuatro páginas en blanco, tal como era su primer deseo. El segundo deseo era que yo recibiera los mil microcuentos escritos a lo largo de su vida. Estaban reunidos en una caja de disquetes etiquetada con el título «Clarividencias». Una de las instrucciones de mi tío fue que el libro no se publicara con su nombre, sino con el de otro. También, que no publicara todos, quizá unos cien para empezar y, después, los que yo quisiera (al parecer mi tío era consciente del costo de publicar un libro con mil páginas de microcuentos). El tercer deseo era que invite a sus familiares y amigos a una reunión donde yo abriría, en frente de todos, un sobre cerrado con la inscripción «Cuarto deseo».
Mientras escribo estas palabras, veo por la ventana del avión el inmenso lago de Chapala. En el proyector están pasando una película a la cual no presto atención, no sé si es una comedia o un drama. El protagonista escribe una carta, en un avión, igual que yo. Quizá escribe una carta sobre un tío que le dejó en herencia un disquete con cuentos. Me da la impresión de que yo mismo soy un microcuento escrito por Federico Alzubide y que todo lo que veo fuera del avión es también una proyección: las nubes, la geografía, las pequeñas casas, el lago de Chapala y hasta las cenizas de mi tío que allí se encuentran, viajando entre las partículas del agua.
Entrevista con Héctor Alzubide
¿Por qué crees que tu tío te escogió para editar su libro de cuentos breves?
Quizá porque compartíamos varios gustos musicales y literarios, a pesar de que entre él y yo había una diferencia de casi cuarenta años. Cuando lo fui a visitar a Guadalajara, me preguntó «¿Has escuchado el último disco de Metallica?». Y quiero recalcar lo siguiente: un anciano de noventa años es el que me hace esa pregunta. Yo respondo que no, que solo he escuchado algunos temas en la radio. Entonces, saca un disco de vinilo, el Master of Puppets. ¿Te imaginas a un anciano poniendo ese álbum a todo volumen en su habitación? Mientras escuchamos las primeras canciones, me hace pasar a un cuarto donde tiene miles de discos de vinilo de todas las épocas. Observo láminas en la pared de varios artistas. George Harrison, Frank Zappa, Lou Reed y hasta uno con la carátula del Animals, de Pink Floyd. «Es mi favorito de la banda», decía. Después me lleva a su biblioteca, donde tiene miles de libros. Grandes secciones etiquetadas como «Literatura Alemana», «Poesía Francesa», «Literatura Latinoamericana». Hasta tenía una sección dedicada solo a Ezra Pound, con sus obras completas, y muchos ensayos de otros autores. Recuerdo, también, una etiqueta de «Ciencia Ficción Rusa». Había más variedad allí que en la biblioteca de Literatura de mi universidad.
¿En qué periodo escribió tu tío sus mil cuentos breves?
Son textos que, según me dijo en alguna conversación y espero recordarlo bien, escribió desde que tenía catorce años. Los fue recolectando en una caja de zapatos con la palabra «Clarividencias» escrita en la tapa. Redactaba un promedio de veinte por año.
¿Como un pasatiempo?
No me atrevería a decir eso. Es un problema cuando hablo de la importancia de los microcuentos de Alzubide, según su propio autor. Porque cuando se anunció que salía de imprenta un libro con cuentos breves de Federico Alzubide, ciertos críticos, entre admiradores y detractores, tenían mucha curiosidad por saber qué más tenía por ofrecer el autor de «Cuatro páginas en blanco», y yo no tengo claras cuáles eran las intenciones de mi tío. Nunca me dijo «mi intención es que mi libro logre el reconocimiento de la crítica» o «espero que se agoten varias ediciones». Cuando me entregó sus relatos breves para que yo los editara, lo único que dijo fue «debe haber alguno que valga la pena». Ahora recuerdo que un crítico comentó sobre la futura aparición del libro lo siguiente: «... esperemos que con este libro de relatos, Alzubide demuestre su capacidad para romper con ciertas estructuras literarias, como lo hizo cuando publicó sus famosas cuatro páginas en blanco». Yo creo que mi tío se hubiera reído de eso. Desde mi punto de vista, él nunca quiso romper con nada. (Se queda pensativo). Pero déjame contarte algo. Una de las últimas cosas que tío Federico me dijo fue: «Cuida esa caja de zapatos como si dentro de ella estuvieran mis cenizas». Con eso ya descartas lo del pasatiempo. En todo caso, era un pasatiempo en el que dejaba su cuerpo y su espíritu. Toda su existencia.
¿Alguna vez le preguntaste qué pensaba sobre la recepción crítica de sus cuatro páginas en blanco? Me refiero a las opiniones favorables.
Sí. Y lo único que hizo fue encogerse de hombros y decir «estoy agradecido».
¿Llegaste a corregir algunos cuentos con tu tío? Lo pregunto porque te nombró su editor.
Sí, en varios yo le hice comentarios. Un buen número no me gustaban del todo. «Si quieres, los eliminas; o los mejoras. También puedes agregar algunos cuentos tuyos», me dijo alguna vez. Así que hay algunos cuentos míos en el libro. Son menos de cinco, y no voy a decir cuáles son.
¿Y crees que en esos pocos cuentos eres un buen imitador de tu tío?
Espero que sí. Mira lo que él dice al respecto. (Trae el diario de Alzubide y se demora en buscar un fragmento). «Todos estos pequeños cuentos son peces en el mar. Tú también los puedes pescar, cualquiera puede hacerlo. En otras costas, alguien puede estar pescando peces muy parecidos. No me extrañaría que otros hayan visto el mismo pez y lo hayan pescado para un libro. Por eso no me puedo considerar muy original con ellos, y por eso no me preocupa que tú te dediques a pescarlos también».
¿Tienes algún fragmento favorito del diario?
Dame un par de minutos (...) aquí está: «Cuando era adolescente, recuerdo que era muy difícil publicar en una editorial. Pocas imprentas, pocos editores, pocas librerías. Setenta años después: muchas imprentas, muchos editores, muchas librerías. Las historias se multiplican. Va a llegar un momento en que se parezcan entre sí muchas de ellas. Ayer una máquina ganó a Kasparov 2. Las combinaciones del ajedrez se suponían infinitas y, las mejores de ellas, manejables solo para una inteligencia humana. Ya no sucede esto. Mañana una máquina logrará hacer tantas combinatorias narrativas en su mente artificial, que no serán necesarios los escritores. La máquina lo habrá escrito todo».
Y entre los mil microcuentos de los disquetes, ¿encontraste alguno que se pareciera a otro escrito por alguien más?
Hay uno que se llama «Todos los recuerdos», que tiene mucho en común con la trama de la película El efecto mariposa. Mi tío lo escribió en 1942 según la fecha que puso al final del escrito, pero la película es del 2004. Por allí va una teoría de mi tío. Si escribía mil microcuentos durante su vida, en el año 2020 algunas historias de la literatura o el cine debían tener puntos en común con ellos. ¿Y qué pasará en el año 3020? ¿Existirá esa máquina que puede escribir todas las combinaciones posibles de la literatura? Todo esto es muy curioso porque él pensaba mucho en estas narrativas infinitas y, a la vez, su obra más conocida son cuatro páginas sin palabras.
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