Lo cierto es que la otrora promesa de Lazkao, internacional de éxito incluso con la selección española en categorías inferiores, se había transformado en una sólida figura con el paso de los años. Su nombre se había convertido en todo un referente entre técnicos y directivos, lo que le facilitó encontrar acomodo otra vez lejos de casa. Primero se enroló en las filas de un eterno aspirante como el Joventut. Se comprometió por seis temporadas, pero Querejeta siempre tuvo olfato para percibir dónde estaba su lugar en cada momento y no encontró en Badalona lo que esperaba, así que optó por rescindir al concluir la primera.
No le fallaba el instinto. El club verdinegro se hallaba inmerso en una grave crisis institucional y firmó hasta tres cartas de libertad al de Lazkao, que se reubicó en otro club histórico como el Zaragoza. Antes de iniciarse la temporada, sin embargo, la nueva directiva del Joventut invalidó las gestiones de su predecesora y reclamó los derechos sobre Querejeta, lo que obligó a intervenir a la mismísima Federación Española de Baloncesto (FEB). Aunque esta se decantó finalmente por los maños, el conflicto descolocó mentalmente al alero, que no rindió como de él se esperaba y, harto de desventuras, llegó incluso a sopesar su retirada. Por de pronto, renunció a continuar en la capital aragonesa y regresó a Vitoria, donde se refugió en un modesto Corazonistas que competía en la tercera categoría nacional. El baloncesto parecía pasar a un segundo plano de su vida personal, pero nada más lejos de la realidad. Fue solo un paso atrás para coger impulso.
No hay dos sin tres
La Vitoria de mediados de los 80 era una ciudad que apuraba su gran expansión urbanística. Había triplicado su población en apenas dos décadas y el baloncesto crecía en paralelo al número de habitantes. La arraigada afición al juego de la canasta, latente desde que el histórico Kas decidió trasladarse a Bilbao, había superado hacía tiempo los muros de los colegios y había encomendado su nueva bandera a un todavía modesto Baskonia. Más de 3000 enfervorizados seguidores llenaban cada 15 días el vetusto pabellón de Mendizorroza. Eran los años de Caja de Álava y Taugrés como principales soportes económicos de un club que acostumbraba a oscilar entre la zona templada de la clasificación y las intestinas luchas por evitar el descenso, en el marco de una competición que buscaba sus propias señas de identidad.
La hasta entonces denominada Primera División había entregado el testigo a la nueva Liga ACB 9y con ella llegó un fuerte impulso al deporte del balón naranja. Al estilo de lo que ocurría en Italia, la temporada regular pasó a dividirse en grupos y los resultados de la primera fase se arrastraban a una segunda en la que, mediante rondas eliminatorias, los clubes luchaban por el título o por la permanencia. A medio camino entre aspirantes a uno y otro logro, el Baskonia aprendió a moverse en tierra de nadie, como si con un pretendido anonimato estuviera trabajando el sorpresivo salto deportivo que llegaría en años posteriores.
Y fue precisamente el potencial de aquel modesto equipo el que devolvió la ilusión a Querejeta, quien firmó por tercera vez como azulgrana en 1984 para regresar a la elite. Esta vez sí, había llegado para quedarse. Los años no pasaban en balde, pero el alero conservaba un físico envidiable, una fina muñeca y un gen competitivo a prueba de balas. Durante las cuatro temporadas que completó, superó los 30 minutos en cancha por partido y se mantuvo siempre en dobles dígitos de anotación, con porcentajes de acierto considerables en tiros de dos puntos. De su mano, el Baskonia estrenó palmarés con el extinto Trofeo Asociación 10, que daba acceso a las competiciones europeas, y creció, también, con el fichaje de internacionales cada vez más contrastados, como los norteamericanos Essie Hollis 11o Larry Micheaux, así como con la irrupción de un joven talento local llamado a marcar una nueva época. Jugaba de base y se llamaba Pablo Laso.
Con el despegue azulgrana a las puertas, o quizá como causa fundamental del mismo, Querejeta sorprendió a propios y extraños cuando, en el verano de 1988, decidió abandonar el equipo para pasar a liderar el club como presidente. Seguía soñando con un Baskonia grande, incluso en Europa, pero pesaban las lesiones y sus continuas molestias en los pies. En realidad, se había dado cuenta de que podía contribuir más al crecimiento de la entidad desde los despachos. Y no era una decisión baladí para quien todavía era un referente en la cancha. El baloncesto vasco perdió a un gran jugador con cuerda para rato, pero ganó a un dirigente sin igual, al que el tiempo no tardó en darle la razón.
UN BASKONIA MODERNO
Exigencia e inteligencia. Dos simples adjetivos bastan para definir a Josean Querejeta como profesional. Perseverancia e intuición, dicho de otro modo, son los ingredientes de la exitosa receta con la que no ha dejado de firmar alegrías para el deporte alavés desde hace más de cuatro décadas. En su etapa de jugador nunca rehuyó un foco ni tuvo complejos a la hora de mirar cara a cara a las estrellas... del balón naranja. Como dirigente, en cambio, prefirió situarse a la sombra para levantar, a su ritmo y sin aspavientos, el imperio que el Baskonia es a día de hoy. Poco de todo lo que el baloncesto vitoriano puede presumir en la actualidad podría entenderse sin la emblemática figura de Lazkao.
Querejeta ha sabido perfeccionar en los despachos el buen hacer que siempre tuvo sobre la cancha. Diestro en la negociación con políticos y empresarios de distinto perfil, tiró de carisma para convertir al Baskonia en santo y seña del deporte alavés. Ello le granjeó el respaldo social necesario para elevar, incluso, sus miras y acometer proyectos de mayor calado. Fue pionero al convertir el club en una Sociedad Anónima Deportiva y consiguió sustituir la vetusta cancha de Mendizorroza por un moderno pabellón Araba que luego evolucionó hasta el flamante Buesa Arena, en el que se han registrado los topes de asistencia a partidos de la Liga ACB con más de 15 500 espectadores.
En clave también de innovación, aunque no tan positiva para la cantera del baloncesto vasco, Querejeta promovió la búsqueda de nuevos escaparates de jugadores. Vitoria se convirtió en la primera parada europea de promesas latinoamericanas que no tardaron en convertirse en estrellas (Rivas, Nicola, Prigioni, Scola, Oberto, Nocioni, Splitter…). Más tarde, la búsqueda de talentos amplió fronteras con el bueno, bonito y barato como lema para después poder vender más caro y cuadrar las cuentas. En cierto sentido, el Baskonia se convirtió en estandarte de un mercado más globalizado cada vez y alejado del sentimiento de pertenencia, un poco al estilo de la NBA.
Los resultados deportivos y económicos, eso sí, avalan el modelo de Querejeta. De su mano, todo el Baskonia modificó el punto de mira, se olvidó para siempre de su modesta condición y comenzó a imaginar grandes metas, impropias quizá para un equipo de baloncesto de una ciudad como Vitoria. Fue solo el primer paso para alcanzarlas. Desde su acceso a la presidencia, el conjunto azulgrana ha ganado cuatro Ligas, seis Copas, cuatro Supercopas de España e, incluso, una Recopa de Europa, llegando varias veces a la fase final de la Euroliga con trasatlánticos de la canasta enfrente como Barcelona, Maccabi, Panathinaikos, Fenerbahçe o CSKA de Moscú. Éxitos que motivaron la designación de Querejeta como Mejor Ejecutivo Deportivo de Europa en 2005 y 2016.
Los hitos del dirigente azulgrana se han extendido incluso más allá del baloncesto, con la creación de una Ciudad Deportiva vinculada al club (Baskonia Kirol Hiria) o la compra del propio Alavés de fútbol, un hecho sin precedentes en España. Fue llegar Querejeta y con él, los éxitos del balompié. El deprimido conjunto babazorro, hundido en la Segunda División B, no tardó en regresar a Primera y reverdecer viejos laureles con su nuevo modelo de gestión.
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