Manuel M. Represa Suevos - Acordes para un lamento

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Un thriller de acción trepidante que cautivará al lector desde el primer capítulo. Una historia llena de dinamismo donde se mezcla la tecnología armamentística y los complots internacionales. Una novela llena de giros inesperados y espionaje que trasladará al lector casi sin aliento de un continente a otro. Acción vertiginosa, espionaje militar y alta tecnología juntas.
En esta novela, el lector acompañará al protagonista, el comandante del Ejército del Aire español Félix Brun-Hoffman, en su primera aventura. Félix, junto con la doctora Julie Simmons, (…si, claro, también hay amorcete) tratarán de desenmascarar una trama terrorista que intenta conseguir un arma capaz de detectar y derribar aviones stealth. Todo lo que se narra en esta novela es técnicamente posible y bien podría ocurrir en un futuro cercano. Aviones, helicópteros, misiles y submarinos nucleares… ¿Está el lector preparado para la acción?

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—¿Estará ya muerto?

—¡Seguro! Le he rajado bien.

—¡Venga, vámonos!

—Espera, no tan deprisa… —dijo el más alto agarrando el brazo del otro—. Tenemos que encontrar los papeles. Los tiene que llevar encima, en su casa no había nada.

Ambos sicarios rebuscaron en el maletín, pero no lograron encontrar nada que tuviese valor. Solo unas partituras con las que el profesor debía dar clase.

—Aquí no hay nada de interés.

—Puede que lo tenga en su despacho.

—¡Larguémonos!

Tiraron los papeles y desaparecieron entre las sombras de los callejones de la ciudad. Cuando llegaron la Polizei y los servicios de urgencia al lugar de los hechos, solo se pudo comprobar que el viejo profesor había fallecido.

Dowson había llegado temprano a la universidad, y el conserje, según lo había dejado dicho Ebrahim, invitó a pasar Dowson al despecho donde podría esperarle de forma confortable. Dowson esperaba intranquilo debido a la tardanza del profesor. Eran más de las nueve y cuarto y la puntualidad de Ebrahim era acorde con la del país. Habían hablado por teléfono la noche anterior y Dowson lo encontró muy nervioso. Su tardanza no presagiaba nada bueno. Dowson sacó el teléfono para hacer una llamada y en ese momento la puerta se abrió de repente. Dos individuos entraron de forma abrupta. El agente se percató de que uno de ellos, el más alto y delgado, tenía ojos almendrados labios carnosos y pómulos marcados. El típico fenotipo egipcio pensó extrañado.

—¿Quiénes son ustedes? —inquirió Dowson.

—Somos… —el sicario no supo cómo seguir.

—Ayudantes del profesor —dijo el más alto sin mucho convencimiento y con aire desafiante.

Dowson se dio cuenta enseguida de que algo no iba bien, hizo ademán de sacar su pistola, pero los dos hombres se abalanzaron derribándole. Se entabló una lucha desigual en la que Dowson llevó la peor parte. Unos instantes después, cuando el personal de la universidad entró al despacho alarmado por los ruidos de la pelea, solo pudo encontrar a Dowson noqueado. Las ventanas estaban abiertas y dos hombres corrían por el campus hasta perderse de vista. Dowson había tenido suerte, los sicarios prefirieron desaparecer antes que verse envueltos en una situación comprometedora. Aquella misma tarde ya se encontraban fuera del país alpino.

Capítulo II

Visita a Washington

En Washington el clima era templado. Aquella primavera invitaba a conocer la ciudad y dar paseos relajados por alguno de los numerosos parques de la capital. Si bien existen muchas razones para visitar Washington, para Félix Brun aquello no resultaba un viaje de placer. Se había enterado de la muerte de su viejo amigo Ebrahim en Berna y sabía que su viaje desde Múnich debía estar de alguna forma relacionado con ese asunto. Félix estaba autorizado por el Ministerio de Defensa para colaborar con los Estados Unidos. En Washington le esperaba un antiguo conocido. El general Edward W. Harris, con quien ya había colaborado varias veces en el pasado.

Félix Brun-Hoffman era un oficial de treinta y cinco años del ejército del aire. Ingeniero aeronáutico por afición y piloto militar por vocación. En aquellos momentos se encontraba en servicios especiales. Ahora desarrollaba su actividad de paisano en una oficina en Múnich. Una pena para muchas de sus conocidas, que consideraban que el uniforme le sentaba como un guante y lo hacía aún más atractivo. Félix era alto y de complexión atlética. Se había mantenido en forma, aunque ya no volaba tan a menudo como solía hacerlo cuando era capitán y estaba destinado en una Base Aérea. Desde que ascendió a comandante se le hacía extraño formar parte del “escuadrón Hispano-Olivetti”, como se conocía despectivamente a los oficiales que habían pasado a desarrollar su servicio en algún quehacer administrativo.

Félix no solo era un hombre apuesto, también era inteligente. Sus capacidades se habían puesto de manifiesto en multitud de ocasiones. Sus ojos grises solían estar protegidos por las Ray-Ban de aviador que debía llevar casi siempre. Más por necesidad que por postureo. Sus retinas se habían vuelto muy sensibles a la luz y ahora necesitaba protección de día y gafas de ver por la noche para evitar los reflejos de las luces de otros coches. Un mal recuerdo por haber pasado muchos años destinado con los F-18 bajo el sol de Canarias.

Aparte de su gran preparación técnica, Félix era una persona de interés para los servicios secretos de muchos países. Español de nacimiento. Su padre, con importantes contactos, había sido un astuto agregado comercial en la embajada de España en Estambul, donde Félix había pasado parte de su niñez. Su madre era natural de Alemania, hija de un diplomático que había servido por medio mundo. Gracias a ello, Félix había sido educado en un ambiente muy refinado y sabía hablar varios idiomas casi sin acento. Lo que hacía realmente interesante a Félix para aquel trabajo era su conocimiento de los aviones militares y su amistad con el profesor Ebrahim Soltani.

Félix trabajaba desde hacía dos años en NETMA, la Agencia de la OTAN en Unterchaching, a las afueras de Múnich, donde se encargaba de la gestión de los últimos cazas Eurofighter que se iban a entregar a los países del proyecto. Recientemente había sido reasignado a una nueva oficina creada, para formar parte del programa FCAS. El ambicioso proyecto europeo para dotar a Francia, España y Alemania con un avión de combate de sexta generación. A su llegada al aeropuerto Dulles le esperaba un coche oficial que lo llevó hasta el Pentágono. En el despacho se encontraba el general Harris. Educado en West Point, primero de su promoción. Un hombre corpulento de pelo blanco y semblante apacible, aunque su puesto solía ser bastante complicado. Había servido en las dos Guerras del Golfo y nunca le tembló la mano a la hora de ordenar ataques con gran fuerza destructiva. Vestía traje de paisano, pero en las paredes se le podía ver perfectamente uniformado en varias fotografías con distintos presidentes de los Estados Unidos. La estancia estaba repleta de condecoraciones y metopas de varios destinos. Cuando se abrió la puerta el general se levantó con sonrisa franca.

—¡Félix, por fin! Pasa y siéntate.

—¿Cómo está señor? —saludó Félix cortésmente estrechando la mano del general Harris.

—Bien, bien. Siento haberte hecho venir de forma tan precipitada, pero no tenemos mucho tiempo.

—Se trata de Ebrahim Soltani supongo —Félix fue al grano.

—Supones bien ¿Quieres tomar algo?

—Un café solo sin azúcar por favor —contestó Félix.

—Veo que no has dormido nada en el avión.

—Así es —dijo Félix con expresión cansada.

Harris llamó por el interfono a su secretaria y le pidió un par de cafés bien cargados.

—Dime, tú eras amigo de Ebrahim. Trabajasteis juntos en la OTAN… —dijo Harris mientras se sentaba.

—Sí. Tuvimos una excelente relación. Conocía su trabajo técnico, pero desde que se marchó a trabajar a Oriente medio he sabido muy poco de él.

—¿Qué sabes de sus investigaciones?

—Gran profesional. Entregado a su trabajo. Era una persona reservada. Hablaba poco de las cuestiones técnicas, pero donde de verdad nos entendíamos era en el campo de la música. Era un experto en música clásica y a mí siempre me ha apasionado. Me dio a leer alguna de sus composiciones.

—Eres una caja de sorpresas Félix ¿de verdad sabes leer música? —preguntó Harris arqueando las cejas.

—Un poco. Solo soy un aficionado. El profesor me enseñó mucho en ese campo.

—¿Y qué sabes de su asesinato?

—Poca cosa —dijo Félix con pesar—. Lo que ha salido en los periódicos. Hacía tiempo que no nos veíamos.

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