Nathan Burkhard - La herencia maldita

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Después de su última batalla, el clan más joven de ángeles regresará a su monótona vida de adolescentes. Pero Natle, tras su pérdida, se sentirá terriblemente perdida, sin control sobre sus poderes.
Pero todo cambiará cuando Max llegue a su vida. Sintiéndose atraída de inmediato por él, no encontrará explicación a ese sentimiento profundo, ya que el inusual color de sus ojos le muestra un camino diferente al que su guardián le mostró desde su infancia.
En esta aventura Natle y Joe serán puestos a prueba y sabrán que son capaces de hacer. ¿Podrán renunciar a su libertad? ¿Resistirán, o se dejarán seducir por la oscuridad?
No te pierdas la segunda entrega de los Ángeles caídos de Nathan Burkhard.

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—Solo quiero olvidar, dejar eso atrás, pensar que nunca paso —Natle replicó aún más enojada al escuchar los reproches de Joe.

—¿Dejar? Natle no me dejes atrás, eso paso, no podemos olvidarlo, paso y cambió nuestras vidas, nuestra manera de ver la vida, pero debemos lidiar con ello y no dejar que nos afecte como lo está haciendo contigo.

—¿Afectarnos? —Vociferó —¡Afectarnos! Casi mato a mi hermana, casi acabo con la vida de mortales, con la vida de Miaka, incluso la tuya... —intentó buscar aire —Pude haberte matado.

—Pero no lo hiciste —tomó el bello rostro de Natle entre sus manos —Por favor, no me apartes ahora.

Natle cerró los ojos, sus lágrimas vetearon su rostro recién lavado, negó con la cabeza, temía que la promesa de Hadeo y su pronto regreso afectara no solo nuevamente su vida, sino que se llevara en el proceso la vida de sus padres, de Joe —No, no puedo —lo empujó con brusquedad de su lado, a lo que Joe sostuvo sus manos notando que su tatuaje había desaparecido, frunció el ceño y no pudo evitar preguntar —¿Tu tatuaje? Tu marca despareció.

Ella quitó sus manos con brusquedad, como si el simple contacto le quemará —No sé, no me di cuenta de ello.

—¿Desde cuándo no tienes la marca? —preguntó monocorde, a lo que ella solo respondió encogiéndose de hombros —De eso estoy hablando, que mientes, que me ocultas cosas. Soy tu novio, se supone que debes compartir cosas conmigo cómo yo lo hago contigo, somos un equipo.

—¡Joe! Hay cosas que deseo guardarme para mí.

—Parece que Hadeo no salió del todo, además de fuerza, sigues igual de caprichosa y testaruda. No entiendo cómo —cerró la boca, no deseando decir lo que creía que pensaba “como me pude fijar en una mocosa malcriada”

—¡Sí! Tienes razón no sería mala idea entregar todo a Piora a ver si me dejan en paz —respondió con tanta ironía que Joe siguió su juego —Y ten el valor de terminar la maldita frase —se deshizo de su agarre con brusquedad.

—¡Eso espero! Dejemos esto así, no quiero enojarme ni discutir, no es el momento, ni el lugar.

—¿Cuándo es el maldito momento y lugar para discutir? —haciendo una pausa, Joe levantó las manos interrumpiéndole.

—¡Sabes! Mejor me largo. Es ilógico hablar contigo, ya no es necesario de todas formas —apretó la mandíbula y sus ojos azules parecían acero hirviendo con ganas de abofetearle en ese momento, así que solo se fue de su lado, abrió la puerta de la habitación dispuesto a irse, pero se detuvo en el umbral de la puerta, dejarla sola implicaba dos cosas, Gabrielle logró su cometido y pasaría tres días sola, mientras que si se quedaba le daba la razón a Natle y él no deseaba ninguna de las dos opciones.

Cerró la puerta y se comenzó a despojar de sus pantalones y camiseta, Natle lo miró realmente extrañada —¿Qué haces? —le preguntó.

—Pues no es obvio, desvestirme para poder dormir.

—Sí, pero dijiste que te ibas.

—No lo haré, no conduciré por media hora a casa solo por una discusión infantil.

—Vaya que gran alivio —Natle entró al baño a cepillarse los dientes.

Joe la observaba cepillarse los dientes mientras que él no hacia ningún intento por ponerse el pijama, estaba en ropa interior. Cuando ella terminó, se dio vuelta tomó una toalla y cubrió el espejo de su habitación y tocador, ya se había hecho un hábito, hábito que Joe respetaba, además de también sentirse seguro con ello, no deseaban más sorpresas con espejos parlanchines y demonios reencarnados.

Natle dio unos pasos hacia él, inclinó la cabeza, admirando la hermosura de ese chico, ese chico que para nada era terrenal, podía verse que era un ángel, su cuerpo había tomado más forma en un año, sus bíceps, su pecho contorneado y ese six pack cerca de su abdomen de acero con una hermosa v cruzando hacia su bóxer —Otra vez estas mirándome de esa manera tan enervante —le dijo.

Natle dio unos pasos hacia adelante, levantó sus manos y acarició el pecho de Joe notando las cicatrices de su batalla anterior.

Joe mordió su labio inferior, esa simple acaricia lo encendía de una manera simplemente brutal, pero no podía, necesitaba estar a su lado, necesitaba estar con ella, así que tomó las muñecas de Natle y evitó que esas caricias se hicieran más profundas —Lo sabe Miaka.

—No —respondió por fin —Y es mejor que nadie lo sepa. Vamos a dormir —dijo, saltando a la cama y recostándose, no deseaba revelar uno de sus miedos y también deseos, ser mortal.

Joe se quedó un momento observando la habitación, había confirmado sus sospechas, Natle no tenía poderes y con ello estaba siendo vulnerable a un ataque demoniaco, pero en un año no habían sabido nada de Piora y Miaka vigilaba la seguridad de ambas al máximo, pero tenía un presentimiento, algo estaba cerca.

Se recostó en la cama y cerró los ojos, no deseaba pensar más en batallas, guerras y demonios, quería lidiar con la vida de humano, llegar a terminar su carrera en educación, formar una familia, tener hijos y Natle estaba específicamente en cada detalle de su vida, ella estaba en cada paso a paso y con ello disfrutar de unas noches con su chica era parte ya de su plan de vida.

Ambos dándose la espalda se evitaron algún comentario que desencadenara una discusión en su ya minada relación, por algún motivo estaba sensibles a cada suceso y no era para menos cuando hace un año casi mueren en una batalla que ni siquiera era suya, obligados a madurar por culpa de su absurdas tradiciones, ambos jóvenes desearon no pertenecer a esa vida, pero era imposible renunciar.

Despiertos en el mayor de los silencios, Joe observó por la ventana, la noche estaba más oscura de lo habitual ante la falta de una radiante luna llena, pero las estrellas iluminaban aunque sea un atisbo de su mente, sin poder soportar más esa disputa que lo había alejado de poder sostenerla entre sus brazos, se levantó de la cama acercándose a la ventana, apoyando un brazo sobre el marco contempló la oscuridad, extrañaba las hazañas de escapar e irse unas horas fuera de la ciudad, pero lo que más anhelaba era irse con ella, lejos y con ello implicaba dejar todo atrás para poder tener una vida tranquila.

Sintió cómo el peso de la cama desaparecía lentamente, el piso crujió ante el peso de Joe y sus pasos sobre la alfombra distinguidos entre la oscuridad, cerró los ojos intentando no pensar en nada y conciliar el sueño, ansiaba poder ver al muchacho de sus sueños, algo que deseaba explicar, pero en su mundo nada tenía explicación o sobre todo nada tenía sentido alguno, soltó la respiración contenida con suavidad y abrió los ojos.

No supo en que momento había llegado a ese lugar, el viento levantó sus cabellos sueltos, examinó el lugar y luego bajó la vista para verse, estaba aún con su pijama, entonces su mirada se detuvo frente a un gran espejo, lo reconocía, había tenido un sueño similar tiempo atrás, pero esta vez algo era diferente, su reflejo no existía, más solo el reflejo de un joven de cabellos rubios, ojos de diferente color y una sonrisa ladeada con un sexy hoyuelo a la izquierda de su mejilla, estaba con una camiseta blanca y unos vaqueros desgastados, el joven señaló hacia atrás, intentando gritar, advertirle, Natle frunció el ceño y se volvió hacia lo que ese muchacho señalaba, la mano de Joe halló su camino hacia su garganta, asfixiándole, pero esa mano se trasformó en el ser que tanto temía.

Hadeo la sujetó del cuello intentando asfixiarla —Eres mía —dijo, mientras que el muchacho sin nombre golpeaba el espejo con fuerza, tenía la necesidad de sacarla de allí, necesitaba de alguna manera encontrarla.

Natle desesperada por una salida, abrió los ojos, desorientada, respiró profundo tratando de alejar ese sueño, pero no pudo ya que lo vio de pie ante ella, Hadeo había regresado y esta vez para tomar lo que por derecho le correspondía, su vida.

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